Hoy trajimos temprano del mercado, con lo que alcanza, paupérrimo bolsillo ciudadano, el disminuido peso de verduras y frutas a la casa, y aún seguimos lavando escrupulosamente papas, lechosas, zanahorias, mangos, remolachas, guayabas, lechugas, cambures, y demás saludables vituallas. Ya existe una rutina consensuada en la familia sobre los pasos a seguir, el protocolo oficial, luego de tan compleja expedición a Selva Nostra.
Haber llegado con el atuendo de moda al mercado sin saber quién es quién, embozalados, es ya costumbre al igual que saludar a cualquiera que vaya usted a saber: hola qué tal, tanto tiempo sin verte, y recibir de respuesta placentera: caballero disculpe, pero usted está equivocado, me confunde, se confunde. Al menos, me digo, una contestación educada, casi que londinense, fría pero no agresiva, distante pero satisfactoria, casi que agradable y cariñosa, adjetivos calificativos estos tan añorados para los tiempos que corren por estos albañales sin creolina.
No se discute en la tribu familiar ya si por ejemplo primero toca el baño personal o si debemos realizarlo a posteriori, al llegar de la calle, territorio ahora perverso. Poner otra vez las ropas en remojo cada vez que regresamos de tan complicada aventura, es una ley de supervivencia. No hay dudas tampoco sobre qué hacer con las bolsas de plástico y otros emponzoñados accesorios.
La realidad impuesta a nuestras vidas a partir de la aparición del covid-19 ha obligado. por ineludible, a mirar, entender y vivir el mundo de otra forma. A veces de manera gradual, a veces por sorpresa y porrazo, desmesurada y agria siempre, a veces otra vez ya por costumbre, la vida de cada quien, de cada uno, la cotidiana digo, no hablemos de esa distancia llamada porvenir ya demasiado lejos, se ha sentido atravesada, violada, por un intruso que no hay manera de evadir, ni por las buenas ni por las malas, que te trastoca la existencia, la tuya y la de tu familia, la de tu país y la del mundo, sin fecha precisa de expiración o compasión, porque los causantes no sienten, pareciera a propósito.
En un estado de ánimo trastocado y ansioso, vidas amenazadas por la muerte, la infección, el contagio que por obra y gracia del azar, a pesar de alertas y precauciones, te estacionas en condición de víctima propiciatoria, número silente en el ajedrez de las estadísticas mortuorias que tanto manosean los que mandan.
Y no tan aparte están los hechos de escribir y leer, que no se han salvado de este entuerto que permitirá, tal vez, dividir a la historia en lo que fuimos antes del virus, lo que somos mientras tanto durante, y lo que quizás seremos después de él. Y no tan lejana tampoco, al contrario, la no-soberanía pospandémica que será una nueva piedra en el zapato para los que se movían intelectualmente con esos valores espaciales tan estrechos del mundo como lo eran el territorio, la soberanía por ejemplo también, o la libertad, el Estado, la justicia, la seguridad, la propiedad y demás y contando pajaritos en el aire. Y todo lo anterior, si pareciera poco, seguido por temas como los límites del yo, del nosotros, de la nación y demás barajitas o baratijas que ganarán un nuevo relato en el cual el concepto de protección y seguridad tendrán un sentido y dimensión, hiperintensos e inevitables.
La necesidad de protegernos será la nueva enfermedad del tiempo por venir. De hecho, ya lo es. Desconfiados, inseguros, fraternos y compasivos a distancia y entre comillas, desde lejos, lavándonos las manos a cada rato como Pilatos lavó las suyas. Aumentarán nuestras relaciones interpersonales a través de la tecnología de las comunicaciones y aprenderemos aún más formas de afecto robotizadas, sin abrazos ni besos, producto de la desconfianza y el temor. Amor por transferencia como gestión bancaria. Todo desde lejitos. La multiplicación de los intermediarios. Qué lástima.
Y aparte la diosa vacuna, cuando aparezca, tendrá su letargo de duda en la humanidad que espera y quiere resultados confiables en un mundo plagado de farsantes y desconfianzas. No será tarea fácil a corto plazo. Tendremos que comenzar al menos por creer en nosotros mismos y en los que sentimos más cercanos.
La no-soberanía de la pandemia se ha instalado definitivamente y no hay marcha atrás. La libertad con tapabocas es un reto mayúsculo que enfrenta la humanidad, es decir cada uno, cada quien, a cada instante. Es nuestra sombra que nos mira de frente y no nos deja. Como la dictadura de la que tenemos que salirnos, maniatados que estamos.