No es poca calamidad porque, si bien la comunidad venezolana radicada en el Estado de Florida no es la más nutrida, comparada con la legión de cuatro millones y pico de refugiados derramada por toda Latinoamérica, el trumpismo venezolano, como todo trumpismo, se agavilla y se abre paso a empellones mediáticos, apabullando cualquier voz discrepante.
No podría ser de otro modo pues, con 360.000 personas censadas, el exilio venezolano en EE UU, es porción muy relevante, en lo económico y político, de lo que analistas y onegés han llamado “diáspora”.
Esta cepa floridana del trumpismo no es solo exuberancia tuitera: tiene como voceros a políticos de oficio, articulistas, analistas y radiodifusores venezolanos, dentro y fuera de la Unión Americana. Se hace sentir en el momento de mayor desconcierto y desánimo de las golpeadas mayorías venezolanas. Y todo ello justo cuando la clase política opositora se halla en una bajamar sin reflujo a la vista, presa de un estancamiento de la imaginación y de la voluntad política que bien podría hacerse permanente.
El número de venezolanos registrados para votar en Estados Unidos se acerca a los 50.000. Es ciertamente menor que el de la comunidad cubana, calculado en poco más de 650.000, y de la colombiana o la haitiana (con 190.000 y 187.000 registros, respectivamente), pero adviértase que Florida es uno de esos Estados donde el sistema electoral estadounidense hizo posible una muy apretada foto de llegada entre Al Gore y George W. Bush, allá por 2000. Tan solo 570 votos dieron entonces la victoria— y la presidencia de los Estados Unidos— a George W. Bush.
Una encuesta muy reciente, hecha por el Public Opinion Research Laboratory (PORL) de la Universidad del norte de Florida, predice que el 66% de los venezolanos inscritos para votar en este Estado lo hará por Trump.
Hoy se acepta que han abandonado el país 4,9 millones de personas. De ellas, más de 400.000 se han establecido en los Estados Unidos. Cerca de la mitad de estas se concentra en el sur de la Florida y es concebible que la otra mitad, dispersa por casi todos los 50 Estados de la Unión Americana, abrigue en igual proporción una inclinación electoral por Trump. Un estudio independiente, hecho público hace dos años por la Voz de América, mostraba que Vermont y Alaska eran los únicos Estados donde no había entonces venezolanos. Apuesto a que a estas horas debe haber ya una familia venezolana “tendiendo arepas” en Anchorage. Y aunque acaso no sean votantes, muy probablemente son también trumpistas.
Naturalmente, muchos venezolanos, gente de ideas liberales y opositora de Nicolás Maduro, muestran escándalo ante la manifiesta simpatía por Trump que declara la mayoría de sus compatriotas votantes registrados en Estados Unidos. Ven en ello algo aberrante, una inexplicable paradoja. Es lo que expresan, por ejemplo, el distinguido autor, director y productor teatral Michel Hausmann, cabeza del Miami New Drama, compañía residente del Colony Theater de Miami Beach, y Daniel Esparza, filósofo del Departamento de Religión de la Universidad de Columbia.
Esparza y Hausmann firman juntos un incisivo artículo que atrajo sobre ellos ni más ni menos que una descomunal lapidación moral en las redes sociales del exilio. “¿Cómo es posible – se preguntan— que se ignoren los rasgos claramente autocráticos, nepóticos, antidemocráticos, de la Administración Trump, especialmente cuando nosotros, los venezolanos, hemos pasado veinte años mirando al autoritarismo a la cara?”.
Surgen varias hipótesis y en todas, desde luego, juega lo suyo el hechizo al parecer inextinguible del colosal demagogo populista que es Trump. Quizá sea cierto que la campaña de Trump esté subrepticiamente añadiendo algo a la aducción de agua potable del condado de Miami-Dade.
Yo creo, más bien, que aunque la inconducente estrategia militarista de Guaidó – la misma que, sin éxito, ha desplegado una y otra vez la oposición desde 2002— se haya agotado con más bochorno que gloria, es muy comprensible que, luego de casi dos años de trápala intervencionista y gesticulaciones mediáticas en torno a la ayuda humanitaria a cargo de la US Navy, haya quien ponga aún esperanzas en una acción militar estadounidense: el deus ex machina que borrará a Maduro de la faz de la Tierra antes de Navidad.
Sin embargo, mirando solo un poco más allá del 3 de noviembre, digamos enero de 2020, solo se alcanza a ver a Maduro perseverando en echar a andar sus traqueteantes refinerías, despachando crudo pesado en tanqueros iraníes desde las monoboyas semiclandestinas de Los Monjes, encarcelando y asesinando a sus adversarios, saqueando el oro de Guayana, y por completo ajeno a la pandemia y el hambre que exterminan a nuestro pueblo.