Cienfuegos y Vidal Francisco Soberón Sanz, exsecretario de Marina, durante una revisión de tropas previa al desfile militar del Día de la Independencia, en 2016.DIEGO SIMÓN SÁNCHEZ / CUARTOSCURO
No habían pasado ni unos minutos de su detención cuando su nombre se convirtió en lo que tantas veces fue durante sus años junto a Enrique Peña Nieto: tendencia. Salvador Cienfuegos, el general que dirigió la lucha contra el crimen organizado entre 2012 y 2018, héroe de mil batallas de las que siempre salió con vida, ha vuelto a los titulares cuando solo pensaba en pasar unos días con su familia en California. Lo ha hecho al ser arrestado en el aeropuerto de Los Ángeles a petición de la DEA, la todopoderosa agencia antinarcóticos de Estados Unidos, que considera que Cienfuegos, el exjefe del ejército mexicano, tiene cuentas pendientes que saldar “por transporte y distribución de droga” y que lo hará en la misma Corte de Nueva York donde se juzgó a Joaquín El Chapo Guzmán y se lleva a cabo el proceso contra Genaro García Luna.
Por JACOBO GARCÍA / elpais.com
Su detención, sin embargo, trasciende sexenios, países y Gobiernos. Es un misil también para el actual presidente, Andrés Manuel López Obrador, que ha hecho del ejército uno de los pilares de su política. Las Fuerzas Armadas, a diferencia de los partidos, son un cáliz que se maneja al margen del fango político diario y hasta esta última batalla Cienfuegos había salido indemne.
Salvador Cienfuegos Zepeda, de 72 años, encarna lo que se espera de un militar: cordial, seco y muy respetado por la tropa. Durante su gestión se comportó lealmente con Peña Nieto a pesar del triste papel encomendado: hacer de policías locales para frenar la sangría de casi 80 muertos diarios. En esa dirección contuvo la violencia e hizo todo lo posible por ocultar los abusos de los militares, como la matanza extrajudicial en Tlatlaya o la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, en cuya investigación se negó a colaborar a pesar de que sus hombres tuvieron un papel importante como testigos.
Cienfuegos no entraba en los planes de este Gobierno, no estaba en su radar. Los militares habían quedado al margen de la caza y captura de la Cuarta Transformación. Prueba de ello es que su detención en California no fue comunicada en una mañanera (mensaje presidencial), sino a través del canciller Marcelo Ebrard, que a su vez había sido previamente informado por el embajador de Estados Unidos, Christopher Landau. Tan descolocado estaba que el propio López Obrador se enteró de la detención minutos antes de las nueve de la noche después de que lo hiciera la periodista Ginger Thompson.
La detención del general Cienfuegos forma parte de los mitos que se caen cada mañana. Un día el todopoderoso Emilio Lozoya llega detenido desde España; otro García Luna es juzgado en una Corte de Estados Unidos y otro al partido de Felipe Calderón se le prohíbe formalizar su inscripción. Cada día, una torre del viejo régimen se cae, en muchas ocasiones gracias a la colaboración, o decisión, de Estados Unidos, que hace el trabajo que tanto se le ha reclamado siempre a México.
Es la primera vez que Estados Unidos apunta tan alto. El arresto de Cienfuegos no es baladí, se trata del máximo responsable del ejército del vecino del sur durante todo un sexenio, la misma persona, no obstante, a la que el Pentágono premió por su carrera hace dos años. Sobreactuar frente a Estados Unidos en época electoral puede traer terribles consecuencias y quedarse de brazos cruzados ante la detención de un general de división afectará a la tropa y a la institución.
Hijo de una costurera y un coronel que murió cuando él tenía dos años, Salvador Cienfuegos, nació el 14 de junio de 1948 en la Ciudad de México. La primera vez que se acercó al Colegio Militar de Mixcoac ni siquiera tenía la edad para entrar. Finalmente fue admitido con 15 años y en la institución ha desarrollado toda su vida desde el primer batallón en Jalisco a Guerrero o Chiapas al frente de la región militar.
Fuentes consultadas por este periódico coinciden en que la detención no fue en coordinación con Estados Unidos, lo que abre incógnitas sobre la colaboración entre los dos países. “Hasta ahora los militares eran intocables, y más aún un secretario de la Defensa. Es un golpe duro en lo institucional y en lo simbólico porque se trata de un general. La detención tendrá consecuencias y los militares seguramente están sorprendidos e indignados con esta detención”, dice Eunice Rendón, experta en Seguridad, que trató en distintas ocasiones con Cienfuegos.
Como buen militar, guardó siempre silencio y caminó un paso detrás del presidente Peña Nieto. Una de las pocas veces que se salió del guion reconoció que estaba deseando devolver a los cuarteles al ejército, que estaban realizando tareas “que no les correspondían” porque la clase política había sido incapaz de formar a las policías locales que debían controlar la delincuencia y poner fin a la presencia militar en las calles.
Desde que llegó al cargo, pidió un marco legal para saber en qué condiciones podía actuar en la calle. Pero ese marco legal no llegó hasta ocho años después y fue para decir que los militares seguirían por tiempo indefinido en esas tareas. Él estaba ya pensando en la jubilación y en pasar los días que le quedaban haciendo breves escapadas con la familia a California.