Gustavo Tovar-Arroyo: Serenata para la Venezuela que es Vanessa…

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Hay mil maneras de morir

Repleto de heridas, nuestro tiempo muestra un perfil tenebroso y frío. Ha sido la crueldad política –esa palabra látigo– la que ha tatuado sobre nuestro espíritu su ferocidad y su ira. Los venezolanos somos herederos del dolor, somos una herida abierta que en cada pulsación ruge su desconsuelo. El horizonte, nuestro horizonte, es una tempestad: morimos de hambre, morimos de frío, morimos de miedo, se nos parte el corazón.

Por creer en la libertad, por luchar por ella, mueren inocentes, mueren por valientes. Las cadenas de la opresión han esposado toda esperanza. Somos un pueblo cuyo orgullo ha muerto de mil maneras. Sí, los venezolanos somos los náufragos –sin orilla– del siglo XXI: de libertadores de Las Américas a erráticos despojados sin tierra.

Hemos muerto mil veces, pero tantas otras hemos renacido. ¿El amor renace?

No te tengo a ti

No he negado mi escepticismo. Lo he expresado en poemas, ensayos y hasta en películas. Soy otro venezolano más que flota a solas sobre el brioso y oscuro océano de su tiempo. He visto con mis ojos el rostro de la maldad, una maldad que mi infancia y mi juventud no conoció jamás. Lo sufro, lo lloro, tanto tiempo perdido. De ningún modo imaginé que los venezolanos seríamos capaces de causarnos tanto daño a nosotros mismos. Lo que hemos sufrido deja perpleja –boquiabierta– a la historia.

Confieso que a ráfagas, sacudido por la tumultuosa marea y la asfixia, he dejado de creer en Venezuela, y hacerlo es dejar de creer en mí, en ti, en nosotros como nación. ¿Seremos capaces de volver a creer? Sólo un delirante podría sentir confianza después de todo lo que hemos visto y sido en los últimos años. Desahuciados de ilusión, andamos como sonámbulos –a tientas– por la oscuridad del siglo. Hemos perdido la voz por gritar en silencio que extrañamos a la Venezuela que no tenemos, que se nos niega.

La noche ha sido muy larga, Venezuela, no te tengo a ti.

Lo eres todo

Todo permuta insospechadamente, cuándo la negrura alcanza su plenitud, una luz milagrosa puede despertarnos y mostrar lejana la orilla. A mí me ocurrió…, me volvió a ocurrir porque Venezuela, esa bella palabra, siempre tiene un artilugio, un hechizo, una fascinación que nos rescata e inspira, que cura nuestra agonía.

Probablemente de tanta angustia y sufrimiento tenía los ojos cerrados, urgía abrirlos. Y cuando lo hice, cuando despejé el peso adolorido de mis párpados y vislumbré la Venezuela de mi nostalgia, la que es nuestra voz, nuestra fuerza, nuestro sol, nuestra luna, la que es más que el universo, la Venezuela que sabemos que podemos ser, la que anhelamos, la que idealizamos a cada suspiro, la del amor, la de la sonrisa, la del arte y el talento, la del canto y la ebriedad sana entre amigos, la Venezuela que es todo para nosotros, la Venezuela que apareció dibujada en la orilla apacible de una serenata.

Eres todo para mí, Venezuela.

Mal de amor

Todo desamor es a su modo una frágil muerte, para renacer y reinventar lo roto no basta sólo voluntad o esfuerzo, hace falta además un amor más intenso y consciente, un amor más original y creativo. Sólo el sentimiento profundo y puro del amor es capaz de dar vida, así el erotismo nos asemeja a Dios y nos hace dadores de vida (hijos). El amor no sólo da vida también revive.

La destrucción es fácil; la reconstrucción o el renacimiento, no. Cuando uno ha causado la frágil muerte del desamor sólo el amor redime y reinventa. Sin amor la reconstrucción es irrealizable, de ahí que Venezuela, ese mal de amor, necesitará mucho amor (y el amor también es perdón) para reconstruirse y reinventarse.

¿Nos amamos, Venezuela, perdonándonos? ¿Nos amamos, Venezuela, creando de vida?

Te encontraré

Pese a las veredas distintas, el destino me reunió con César en la encrucijada de nuestro tiempo para luchar por la libertad de Venezuela, y, créanme, hemos hecho todo y de todo por alcanzarla. Algún día se conocerá el esfuerzo, ese día –espero– ya Venezuela habrá cumplido su anhelo de libertad. No hemos perdido la fe, hemos prometido hacerlo bien. Deséennos suerte.

Cuando César me comentó que, por amor, haría un concierto para Vanessa no entendía que su romanticismo no sólo reinventaba un posible desamor, sino que además originaba –al menos en mí– una reconstrucción de la Venezuela cuya piel llevo años sin encontrar ni tocar. No exagero.

El canto fue una auténtica revelación que sólo los que estuvimos ahí entendemos. Algo nació, algo nacerá en ti, Venezuela, cuando lo escuches.

Serenata para la Venezuela que es Vanessa

Llegué, como todo náufrago, sin saber qué me esperaba en la apacible ribera del canto. Mi sorpresa fue gratísima. Me reencontré con Servando Primera a quien no veía desde cuando, hace años, visitábamos a Alí en Barquisimeto. Lo sorprendí, le canté “Cuando llueve llora el sol” en mi pésimo a capela. Cantamos juntos: “Vestida vas con la brisa y yerba de la sabana, eres mujer de mi tierra y mi canción clandestina, madera de mi guitarra que sin tu voz se me calla…”

Nos abrazamos, sonreímos, recordamos las canciones de amor de Alí, añoramos a nuestra –sí, nuestra– Venezuela con nostalgia y dispusimos para que comenzara la serenata que César junto a los inimaginablemente talentosos Víctor Muñoz, Oscarcito, Ronald Borjas, Barullo y Yasmil Marrufo, había organizado para Vanessa, ella, cuya belleza es a su modo nuestra sublime Venezuela.

Como no creer en la reinvención cuando en la orilla del naufragio encontramos semejante voz y talento. Venezuela no ha muerto ni morirá. A través de ellos está viva.

Tu guardián

Hay bellezas crepusculares que nos convocan a la contemplación y el arrobamiento, que nos silencian en su majestuosidad colorida, que nos apagan de admiración cuando transita frente a nosotros la constelación de estrellas que es su mirada, y Vanessa, como Venezuela, es una de ellas. No la conozco, pero la intuyo. La vi una vez remota en una exposición de arte, deambulaba entre figuraciones y abstracciones con la delicada e inalcanzable lucidez de una estrella fugaz. Pasó frente a mí, sonrío levemente y –estrella fugaz– se fue de nuestra noche, entendí en ella a la Venezuela por la que lucha César, por la que cantan el talentosísimo Servando junto Víctor, Oscarcito, Ronald y Yasmil, a la Venezuela por la que nuestros libertadores batallaron, la Venezuela que nos renace día a día por su poesía, su música y su belleza, la Venezuela que no queremos ver sufrir más, porque es lo que más queremos, porque es nuestra luna, nuestro sol, nuestro cielo.

La Venezuela renacida que guardaremos, en donde envejeceremos creando cantos, sonrisas, bellezas crepusculares y, a través del amor, mucho amor, donde crearemos vida.

A veces el perdón es el primer encuentro con el amor, y el amor reconstruye. ¿Nos perdonamos Venezuela?

El amor es manantial y orilla, el perdón obra milagros, revive…

@tovarr

 

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