La estadounidense Joan Carroll Cruz, miembro de la Orden Terciaria de las Carmelitas Descalzas, escribió el libro Los Incorruptibles, en 1977. Esta obra, según algunos teólogos católicos, se convirtió en un clásico. La naturaleza incorruptible de los cuerpos de los santos es una señal de que, ellos todavía están con nosotros, junto con el Cuerpo Místico de Cristo. Aparte de abordar un tema, de por si fascinante y de gran significación para nosotros los católicos, este artículo me permite rendir un pequeño homenaje a la autora del libro, quien falleció en 2012.
En su libro, Cruz identificó 102 cuerpos de santos o beatos que son reconocidos como incorruptos por la Iglesia. Ella dijo que ciertamente había muchos más, pero estos eran los más notorios. Estos cuerpos han desafiado las leyes de la naturaleza, manteniéndose intactos después de su muerte, muchos de ellos permanecen frescos y sin rigidez, durante años e incluso siglos. Después de explicar, tanto la momificación natural como la artificial, la escritora estadounidense muestra que la incorrupción de los cuerpos de los santos no encaja en ninguna categoría, pero constituye un fenómeno mucho mayor que no ha podido ser interpretado por la ciencia, hasta ahora. La incorruptibilidad siempre ha sido considerada como una prueba de santidad, una señal divina para glorificar a los que han servido a Cristo con una especial fidelidad, durante su vida terrenal.
Los cuerpos de los santos expuestos públicamente suelen estar recubiertos de capas de cera para evitar su paulatino deterioro. Muchos de ellos, cuyos restos han vuelto “al polvo”, son exhibidos para la veneración con figuras o máscaras de silicona, como en el caso de Carlo Acutis, declarado Beato por el papa Francisco, este 10 de octubre. Algunos cuerpos son mostrados en su estado natural y es notable su descomposición. A otros se les han corrompido algunas de sus partes, pero algunas aún perduran, como en los casos de san Antonio de Padua, del cual permanece integra solo la lengua; el de santa Catalina de Siena, cuya cabeza se conserva incólume y el de santa Margarita, cuyo cerebro se conserva ileso. Existen igualmente cuerpos incorruptos que no han recibido tratamiento alguno y se conservan en buen estado, tal es el caso de san Juan de la Cruz, quien murió en 1591 y su cuerpo permanece integro.
Especial mención hace Cruz del caso de san Charbel, un monje maronita fallecido en 1898, cuyo cuerpo fue desenterrado cuatro meses después de su muerte porque su tumba despedía una rara luz, por las noches. Al exhumarlo descubrieron con asombro que, por los poros del monje brotaba un líquido milagroso que, al ser tocado por enfermos, les curaba todas sus dolencias. El caso de este monje, posiblemente sea único en el tema de incorruptibilidad, en los tiempos contemporáneos, ya que, al ser desenterrado, en una segunda oportunidad, para cumplir con los requisitos de la beatitud, percibieron que el ataúd estaba casi destruido y flotando en el barro, pero el cuerpo no mostraba signos de descomposición. Es significativo que su estado de incorruptibilidad duró hasta el año 1965, año de su beatificación.
El libro de Joan Carroll me lo recomendó mi tía Filotea, quien además de ser mi pariente, también es mi asesora espiritual para estos artículos. Ella me recordó que el próximo 26 de octubre, se cumplen 156 años del nacimiento del Dr. José Gregorio Hernández Cisneros, mi paisano trujillano, de vocación religiosa católica, franciscano y seglar. Justo ese día serán “exhumados sus restos”, requisito previo a su acto de beatificación. Mi tía también enfatizó sobre el caso de la beata María de San José Alvarado, religiosa venezolana, quien al ser desenterrada, se halló su cadáver incorrupto, dentro de una urna de madera, prácticamente destruida por la humedad del subsuelo. Los cuerpos incorruptibles de los santos son un signo consolador de la victoria de Cristo sobre la muerte y la confirmación del dogma de la Resurrección de la Carne.
Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE
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