A pesar de la intervención desvergonzada de la OEA, del Departamento de estado norteamericano, de una ultraderecha sometida a las órdenes de fuerzas externas. A pesar de ello el MAS y su binomio conformado por Luis Arce Cataroa como presidente y David Choquehuanca a la vicepresidencia, lograron una victoria furibunda e indiscutible en las elecciones a la que fueron convocados 7.3 millones de bolivianos.
Un 53% y una diferencia de 20 puntos sobre Carlos Mesa Gisbert (31,2%) y cuarenta puntos sobre Luis Fernando Camacho (14,1%), son cifras extraordinarias, que representan aire fresco para la lucha de los pueblos. Con esto se confirma, tal como se sostuvo, que hubo una operación destinada a impedir el triunfo del MAS, por parte de la derecha en las elecciones del año 2019. Avalado esto por los gobiernos derechistas latinoamericanos, el silencio cómplice de organismos internacionales. Hubo un golpe de estado orquestado por Washington y sus aliados incondicionales y que con el triunfo de este 18 de octubre permite al pueblo boliviano volver a Palacio Quemado y además controlando las dos cámaras del parlamento. Una victoria que traerá consigo un tremendo impacto regional e internacional, que da nuevos aires al progresismo en América Latina y que recupera la democracia para Bolivia y su pueblo, que sabiamente vuelve a confiar en aquellos que lo dignificaron, que le dice no al racismo, al robo, al sometimiento a Washington y le dice no a la corrupción.
Mientras más postergaba la derecha golpista el convocar a elecciones, con una estrategia política errada del gobierno de facto presidiso por Jeanine Añez, más debilitaban sus opciones. Esto, pues ante la política supremacista, racista, de corte fascista, de insulto al pueblo indígena a sus símbolos y cultura. En ese contexto, más y más la sociedad boliviana, los más humildes, tenían más tiempo de comparar lo que había sido un proceso revolucionario, que durante 14 años le cambio la cara y el organismo entero a esta Bolivia. Una revolución que nacionalizó los recursos naturales, que llevó a los indígenas a ocupar Palacio Quemado y decirle al mundo que Bolivia existía, que tenía una dignidad que necesitaba aflorar tras cientos de años de sometimiento y abusos. Cada día que pasaba el pueblo más ponía en la balanza a los golpistas con el MAS
El ministro de gobierno de la dictadura, el empresario Arturo Murillo estuvo en la noche del día 18, largas horas presionando a los medios de comunicación, al Tribunal Supremo Electoral y a las encuestadoras para que no dieran a conocer lo que ya se sabía a las 20:00 horas y que demoró cuatro horas en visibilizar: el triunfo del MAS era inobjetable triunfando por una mayoría abrumadora. Una maniobra que comenzó a cocinarse en la vista que hizo Murillo a la sede de la OEA a fines de septiembre y al Departamento de Estado dirigido por Mike Pompeo, que dieron las órdenes y los apoyos necesarios para impedir que el MAS volviera a presidir el gobierno. Un plan que mostró su fracaso absoluto, una derrota del imperio y de los gobiernos derechistas latinoamericanos coordinados por Almagro.
El resultado del recuento fue claro y planeadamente postergado. El propio ex presidente Evo Morales, en conferencia de prensa dada en Argentina sostuvo “Las empresas encuestadoras se niegan a publicar el resultado en boca de urna. Se sospecha que algo están ocultando”. Por su parte, Sebastián Michel, vocero del MAS señaló que existía una estrategia del gobierno de facto para lograr que no se entregara información y así generar un clima de violencia con el objetivo final de anular las elecciones. La enorme amplitud de cifras entre Arce y Mesa ha hecho imposible llevar a cabo lo que el departamento de estado norteamericano, junto a la OEA habían planeado junto al ultraderechista Ministro de Gobierno Arturo Murillo.
La parte más difícil viene ahora para recuperar una vida trastornada por una dictadura que ha violado los derechos humanos en todos los ámbitos en que pueden ser violados; sanitarios, integridad física, en el acceso al trabajo, a la educación, en derechos cívicos y políticos. Ahora viene justicia por los muertos, por los humillados sanar las heridas propiciadas por un gobierno de facto que cometió atropello a los derechos de millones de bolivianos y bolivianas.
En un interesante análisis de Mario Rodríguez, periodista y educador popular boliviano con especialidad en interculturalidad, los resultados de estas elecciones el 18 de octubre “han sido una victoria en el territorio del enemigo, en un campo conservador donde se aglutinó lo más fascista que puede tener la política. Articulado en los sectores más retrógrados que puede tener un país. Un triunfo sobre el dinero, el poder mediático, los poderes hegemónicos. Dicho marco permite evidenciar que En primer lugar es evidente que se trata de una victoria del pueblo boliviano, que supera la conformación partidaria y sumerge a la sociedad en la búsqueda de su futuro.
En segundo lugar, para el análisis interno de lo que ha sido una fortaleza en el masismo, se conformó el sujeto de lo plurinacional, con un abanico amplio de posibilidades, que hay que fortalecer. Un triunfo que se da contra viento y marea, que permite pensar en transformaciones profundas. Un tercer elemento es que se necesita una profunda reflexión y una crítica respecto a lo que fueron los gobiernos del MAS para recomponer elementos que fueron erosionados y que necesitan ser reconstituidos en la capacidad de participación popular. Y en cuarto lugar este triunfo es un tremendo impulso para las luchas populares en Latinoamérica, de la patria grande.
Claramente este es un laurel obtenido por el MAS, una conquista enorme, que representa la justeza de tres lustros de gobierno transformador en Bolivia, que caló hondo, que a la hora de la comparación le ganó por cientos de miles de votos a esa derecha recalcitrante. Una derrota del fascismo que le va a doler a la derecha, al grupo de Lima, al converso Luis Almagro que deberá responder de esta derrota ante sus amos estadounidenses, que gastó cientos de millones de dólares, para tratar de consolidar un gobierno de facto y darle posibilidades a la derecha boliviana, para tratar de volver a ejercer sus gobiernos nefastos, fracasando estrepitosamente en esta misión que los visibiliza como lo que son: oportunistas, racistas, soberbios y escasos de visión, para calar en plenitud el pensamiento y los anhelos de un pueblo que aprendió a defender su dignidad.
Para el triunfador de estas elecciones del 18 de octubre Luis Arce Catacora, el desafío es claro “Hemos recuperado la democracia y la esperanza, como también estamos recuperando la certidumbre para beneficiar a la pequeña, mediana, gran empresa, al sector público y a las familias bolivianas. Gobernaré para todos los bolivianos y trabajaré para reencaminar, sobre todo, la estabilidad económica del país” Luis Arce agradeció la confianza del pueblo boliviano, de los militantes del MAS, de la comunidad internacional y a los observadores que llegaron para supervigilar las elecciones.
El MAS logró una victoria inapelable, a pesar del Covid 19, las amenazas del gobierno y los intentos de impedir que se votara. El MAS arrasó en las grandes ciudades y en el mundo rural. No hubo lugar en Bolivia, donde el mundo masista no haya logrado hacer morder el polvo de la derrota a Carlos Mesa, Luis Fernando Camacho y los suyos. El MAS triunfó a pesar de la labor de desestabilización de la OEA y el títere Luis Almagro secretario general de esta organización, definida como el Ministerio de colonias de Estados Unidos. El MAS triunfó a pesar de fuerzas poderosas en su contra, porque la marcha justa no tiene freno posible.
El MAS triunfó porque el pueblo sabio de Bolivia entendió, que a pesar de todas las críticas que a su movimiento se le podían hacer, hizo un trabajo que tenía como centro a los más postergados de Bolivia, por la defensa de sus derechos y la construcción de aquellos negados, a los que por cientos de años fueron humillados, denigrados y que con el MAS comenzaron a andar con su marcha de gigantes. No hay freno posible cuando un pueblo defiende lo suyo