José Félix Tezanos: ¡La bolsa o la vida!

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En las historietas que algunos leíamos en nuestra infancia, los cacos siempre abordaban a sus víctimas al grito de “la bolsa o la vida”. Grito que formaba parte de un cierto ritual de clasicismo narrativo, en el que el dilema de los atracados era o bien entregar sin rechistar la “bolsa” en la que llevaban sus monedas, o bien resistirse, sabiendo que ponía en peligro su vida. Sobre todo, si los ladrones estaban bien armados.

Más allá de simplificaciones narrativas, lo cierto es que este dilema encerraba una de las principales contradicciones, u opciones, en las que suelen moverse las políticas económicas; aunque no solo. Es decir, ¿se priorizan los criterios y valores humanos –de los que el primero es la vida– o se priorizan otros criterios de carácter económico objetual, entre los que destaca la propia primacía de la productividad y la funcionalidad económica como tal?

La pandemia de la COVID-19 ha vuelto a situar en el centro del debate, y de la atención pública, este debate. Aunque de una manera más compleja y matizada.

En principio, resulta evidente que para controlar con contundencia y rapidez la difusión de los contagios lo primordial es evitar al máximo las interacciones sociales directas que posibilitan su difusión. De ahí las medidas resolutivas que han tomado varios países asiáticos –no solo China– o las que adoptamos inicialmente en países como España con el estado de alarma y el confinamiento de la población en sus hogares.

Medidas que en España, al margen de las monsergas demagógicas de algunos, era evidente que causaban efectos económicos concretos, que pronto encontraron una defensa cerrada en determinados grupos mediáticos y políticos; hasta el punto de dar lugar a críticas y debates muy radicalizados en el Parlamento español. Críticas y debates que, con la actual correlación de fuerzas, determinaron el abandono de tal estrategia radical de erradicación del virus, poco antes del inicio de la temporada veraniega y de recogida de frutos y otros productos agrícolas. En momentos en los que la virulencia de la pandemia declinaba y casi todo el mundo esperaba que, al igual que ocurre con los virus de la gripe, el coronavirus abriera una tregua en su difusión. Algo que no ocurrió, con los efectos en el turismo, en la economía y en la salud que todos conocemos.

El resultado de esta secuencia de acontecimientos nos está llevando nuevamente el viejo dilema entre “la bolsa o la vida”, por mucho que algunos caraduras intenten revestirlo de una palabrería y unas gesticulaciones aparentemente patrióticas. Eso sí, trufadas de rasgos y/o fallos freudianos del tipo de “para salvar al 1% no voy a sacrificar al 99% restante”. Lo cual, amén de suponer un “arrebato de sinceridad” implica una simplificación enorme de la cuestión.

En una sociedad compleja como es la España de nuestro tiempo, el dilema de “la bolsa o la vida” puede ser enfocado con bastantes matices, graduaciones y posibilidades, pero siempre sabiendo que las políticas públicas en estos momentos tienen que ser planteadas con total sinceridad y claridad, no hurtando a la ciudadanía madura las jerarquizaciones de valores y criterios con los que inevitablemente tenemos que operar en momentos tan difíciles.

Algo que en los países serios, y entre los líderes y partidos maduros se está abordando por lo general con un rigor, altura de miras y transparencia de la que en España carecemos, sin agitar tantas banderitas y sin comportamientos tan desmesurados y demagógicos como los que aquí están utilizando unas derechas cada vez más extremas, que no dudan ni siquiera en intentar instrumentalizar a la Monarquía y a otras instituciones básicas de nuestro entramado constitucional, como la propia Justicia.

Tal como están produciéndose los comportamientos y los debates públicos en España cuesta trabajo imaginar cómo podrán identificar los historiadores del futuro los “intereses reales” que en estos momentos están defendiendo –o aparentándolo– determinados líderes y partidos políticos. O cuál es la racionalidad de propósitos de los sectores económicos y comunicacionales que los arropan y apoyan; ni para qué les están apoyando realmente. Aunque la sospecha general, entre muchos de los que tienen más de dos dedos de frente, es que aquí solo hay un barullo confuso y caótico del que algunos aprovechados esperan salir con más ventajas que deterioros. Por mucho que aquellos que realmente sufrirán serán los que más pueden perder en vidas, recursos y esperanzas de calidad existencial.

Y esa es, precisamente, la cuestión de fondo: la vida. Y lo que algunos están defendiendo con coraje y paciencia en medio de las turbamultas extremistas que ciertas fuerzas y personas montan un día sí y otro también.

Por eso, no es extraño que entre buena parte de la opinión pública española –que es más inteligente de lo que algunos piensan y desean– se está afianzando una mayoría apreciable que a lo largo del proceso de pandemia se decanta por la protección de la salud y de las vidas humanas, frente a enfoques propios de un economicismo y reduccionismo. Algo que se refleja claramente en los datos de los barómetros de CIS, que muestran que aquellos que están más preocupados por los efectos de la pandemia en la salud tienden a aumentar, habiendo pasado del 36,6% de septiembre, al 40,9% de octubre, en tanto que los más preocupados por los efectos en la economía y el empleo han descendido desde el 35,5% de junio hasta el 24,1% de septiembre y el 23,4% de octubre. Al tiempo que también aumentan los que piensan en términos de un equilibrio entre ambos aspectos (vid. gráfico1)

Al mismo tiempo está aumentando entre la opinión pública la proporción de los que piensan que hay que tomar medidas más exigentes para controlar la pandemia (un 62,4% en octubre), mientras que los que estiman que se puede continuar como hasta ahora descienden desde el 32,7% en julio hasta solo un 20,1% en octubre (vid. gráfico 2).

Se trata, pues, de inflexiones en la opinión pública que indican que una mayoría apreciable –que puede situarse en casi dos tercios de la población– se decantan en estos momentos por priorizar la protección a la vida. Lo que también explica que en poco tiempo esa mayoría del 93,5% que consideraba que los españoles estaban dando un ejemplo de civismo y disciplina, durante los días de la solidaridad y los aplausos en común, ahora piensen exactamente lo contrario. Es decir, en octubre solo un 48,9% (la mitad) pensaba de esta manera, ascendiendo al 40,4% los que consideraban que la mayoría estaba siendo poco cívica e indisciplinada, respecto a solo un 5,5% que pensaba de esta manera en abril (vid. gráfico 3). Algo que ocurre, precisamente, durante los días de los seudopatriotismos agresivos, las caceroladas, las fiestas y los botellones descontrolados, que solo los más necios no son capaces de entender que conducen a más contagios, más problemas y más resistencias a los consensos necesarios, y al ejercicio de la profesionalidad y el rigor en la lucha contra la pandemia.

En el contexto de estos problemas, debates e incertidumbres, el tremendismo que está instalado en la mayor parte de los medios informativos no está ayudando a racionalizar y positivizar la situación, en el contexto de un clima general en el que se fomenta la antipolítica, se denosta a todos los políticos (sin distinción) y se difunden informaciones recurrentes sumamente dramatizadas sobre bares que se tendrán que cerrar y otros que están perdiendo clientes a mansalva, responsabilizando a “los políticos” –una vez más– de estarles llevando a la ruina.

Cualquier mente analítica independiente que vea o escuche los informativos de radio y televisión españoles pensará que el problema que ahora tenemos en nuestro país es el riesgo de cierre de los bares y otros establecimientos similares. Por eso hay que preguntarse seriamente si en España (el país de los 181.000 bares, según las estadísticas del gremio) ¿acaso no podemos pasarnos unos meses sin bares, botellones y fiestas nocturnas hasta que se logre controlar la pandemia?

¿Es ese realmente el problema? ¿Es esa la problemática que quieren manipular e instrumentalizar los partidos de las derechas contra el gobierno? ¿Estamos realmente otra vez ante el dilema de “la bolsa o la vida” enfocado desde el punto de vista del bandolero?

 

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