Hace falta un baño de modestia y humildad, un soplo de aire fresco en medió de la hoguera de vanidades en que se ha convertido el país en los últimos tiempos. No escuchamos ni leído en los reiterados Twister, ni en sus tartamudeantes discursos, ni en sus conversaciones telefónicas, se refirieran a temáticas, como la indiferencia y el menosprecio de las los grupos de intereses que gobernaron por 220 a la America morena, quienes arrimaron el hombro a violaciones continuas y prolongadas de los derechos humanos. Convirtiéndola en la región en desarrollo que mejor ejemplifica el proceso mundial de “urbanización de la pobreza”. (Léase del BID, SELA y Banco Mundial). A fines de los años noventa, seis de cada diez pobres habitaban zonas urbanas las deficiencias de tipo habitacional, de nutrición, de acceso a salud y educación se incrementaron año a año. Fue bajo gobiernos de esas elites políticas, y económicas, que los crímenes de género despuntaron y la homofobia se fortaleció. El racismo, especialmente a pueblos nativos, se extendió como práctica generalizada. No existían políticas eficientes en materia de salud pública; el narcotráfico se trataba desde las esquinas; las desapariciones se institucionalizaron como herramienta para garantizar la seguridad y el orden social. Los índices de analfabetismo se elevaron. La protección ambiental no era considerada como un tema relevante en la agenda pública, tampoco la homogenización de oportunidades. Hicieron uso del poder para el beneficio exclusivo de la clase política de turno y mezquinos aliados, silenciosamente, fueron fecundando a esa amalgama indigesta de un supuesto socialismo bautizado con el apellido del siglo XXI. La clase política gobernante lo creo, lo inventó por autoritaria, explotadora y excluyente. Le regaló las bases de un discurso que usa la retórica de la democracia participativa para violar los principios de la misma, tal como ella lo hacía con el liberalismo. Inevitablemente, la democracia liberal se devaluó. Fue bajo Gobiernos de esta estela que los crímenes de género despuntaron y la homofobia se fortaleció, mientras esa estructura evitaba los medios de acercamiento con el pueblo y sus líderes asumían posturas de deidades inalcanzables e indiferentes, el “socialismo del siglo XXI”, que no es otra cosa que una sumatoria de frustraciones recogidas con el clásico discurso del viejo redentorismo con fachada estratégicamente remozada, que tendió puentes hablando la misma jerga que la mayoría. Sin poses, cercanos, entonando, reuniéndolos y saludándolos “compañeros” “compatriotas”. La América toda por años sufrió la vía latifundista del desarrollo agropecuario, un sistema desastroso para la democracia y que frenó el crecimiento económico yenando los bolsillos de unos pocos, casi siempre aliados del poder. El “socialismo del siglo XXI” incluyó en su discurso la redistribución de las tierras con políticas extremistas. Pasando de un extremo a otro y sin considerar prácticas participativas que investigasen las realidades de forma detayada, quebrantando los derechos individuales y colectivos. Una cadena de injusticias con nombres distintos. Es característico de esa clase política ejercer funciones desde la prepotencia y la soberbia, característicos también de este nuevo socialismo, la única diferencia podría ser que estos no guardan las formas. Ambos criminalizan la protesta y la descalifican, usando el poder oficial contra cualquiera que cuestione el régimen. Por ello es normal encontrar en estos nuevos líderes rasgos de las aptitudes de la antagónica clase política. Como si se tratase del hijo que niegas y que al mismo tiempo es el más parecido a ti. Hay que estar dispuestos frente al imperativo capitulo Venezuela a repensar lo político. Lo que establece una rehabilitación de la misma a los ojos ciudadanos; y ello resulta confrontado con el acelerado proceso de infantilización, estancamiento y cretinización de los ciudadanos consumada por los entramados mediáticos (léase redes en general), y por una contracultura en la cual prima el discurso en general superficial. vacilante y frívolo, que han nublado la recta visión de los venezolanos. “Ninguna autoridad sobre la tierra es ilimitada, ni la del pueblo, ni la de los hombres que se dicen sus representantes, ni la de los reyes, cualquiera que sea el titulo por el que reinen, ni la de la ley, la cual, no siendo mas que la expresión de la voluntad del pueblo o del príncipe, de acuerdo con la forma de gobierno, debe estar circunscrita a los mismos limites que la
autoridad de la que emana”. “Estos límites están trazados por la justicia y los derechos de los individuos. La voluntad de todo un pueblo no puede convertir en justo lo que es injusto. Los representantes de una nación no tienen derecho a hacer lo que ni siquiera la nación puede hacer.
“Después de este recorrido es natural preguntarse hoy, en el umbral del siglo XXI, qué se puede hacer ante la barbarie, y no creo que haya respuesta definitiva. Hay quienes creen que es posible un cambio de mentalidad que no se quede en la superficie, en el nivel de las ideas. Lo que hemos vivido en esta época basta para desengañarnos. Ya sabemos que el hombre nuevo que se ufanaba del país comunista el modelo no era tal, seguía siendo el hombre de siempre con el agravante de estar privado de libertad, aterrado por el Big Brothers, aplastado por el Leviatán totalitario, luego el partido y su líder, el nuevo Dios quien había decidido que representaba al pueblo, la revolución, la historia, el futuro, la verdad, el paraíso, y era el único que en realidad hablaba; a los demás solo les correspondía oír porque habían perdido el idioma. Semejantes encarnaciones son funestas. El hombre nuevo, era pues, un ser mutilado que ni podía sacar del pecho su voz. Es evidente que todas las revoluciones han sido un fracaso, además con un costo incalculable de sangre, pero todavía hay personas, casi siempre generosas, que creen en la de nuestro tiempo. Tal vez piensan que la próxima será distinta, que la libertad será preservada, que se evitaran los errores cometidos por los anteriores, y por fin las mañanas cantaran, pero de hecho lo que hacen es perder el presente, el otro nombre de la vida, sacrificándolo en nombre de una fantasmagórica tierra. Podrían optar por la evolución, pero ella no es espectacular, no posee rebrillos alucinantes, no se presta para el lucimiento del yo, no brinda muchas ocasiones para los discursos excesivos, no alienta esa libris que los dioses castigan. Es modesta, es prudente, es cívica”…
Cadenas Rafael (2001) “Sobre la barbarie” libro 2. – Pág. 575-576.
“Mi más vivo recuerdo de André Malraux, extraordinario escritor y un orador fuera de serie y especialmente el discurso con el que abrió la campaña electoral, luego de la renuncia de De Gaulle a la presidencia, con esa frase profética: “Qué extraña época, dirán de la nuestra, los historiadores del futuro, en que la derecha no era la derecha, la izquierda no era la izquierda, y el centro no estaba en el medio”.
“Pasa el tiempo y el segundero avanza decapitando esperanzas”.
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