Francis Fukuyama, politólogo discípulo de Samuel Huntigton y profesor de la Universidad Johns Hopkins, describe a la corrupción como el problema definitorio del Siglo XXI. Mientras el Siglo XX se caracterizó por el enfrentamiento ideológico entre regímenes democráticos, comunistas y fascistas, la división fundamental entre los gobiernos actuales está entre aquellos que prioritariamente sirven los intereses de sus pueblos, como Dinamarca y Canadá o los de sus gobernantes, como Zimbabue y Rusia. Los peores, dice Fukuyama, son las kleptocracias, Estados cuyo propósito fundamental es que las elites dirigentes puedan saquear los recursos del país y dónde se gobierna a través de la violencia y el soborno. Fukuyama llama kleptocracia a lo que otros definen como el Estado depredador: un Estado donde sus gobernantes se dedican a preservar sus intereses particulares mediante el pillaje, el saqueo impositivo, la devastación de las instituciones y la carencia de una sana división de poderes, imponiendo su poder omnímodo con la sumisión de la justicia. Michelangelo Bovero, discípulo de Norberto Bobbio, otro grande de la ciencia política, nos recuerda a Polibio y su teoría de las formas mixtas de gobierno. El historiador romano partía de las formas simples y virtuosas de gobierno de Aristóteles y afirmaba que el problema consistía en su inestabilidad: la monarquía degeneraba en tiranía; la aristocracia, el gobierno de los mejores, se transformaba en una oligarquía, el gobierno de los privilegiados; y la república terminaba en el desorden y la anarquía de la demagogia. La solución de Polibio era la mezcla de las formas puras de gobierno para integrar un sistema de equilibrios y complementaciones que ofreciera estabilidad. La Monarquía constitucional británica del siglo XIX es un ejemplo al respecto: los poderes del Estado divididos entre la Corona y un Parlamento integrado por una Cámara de los Lores, conformada por aristócratas y una Cámara de los Comunes electa por el pueblo. Lo que no pensó Polibio, nos dice Bovero, es que la mezcla bien podría darse entre las partes corruptas del gobierno. La combinación de la tiranía, la oligarquía y la demagogia es lo que Bovero llama “kakistocracia”: el pésimo gobierno, la república de los peores.
La Venezuela de Maduro reúne las características tanto de la kleptocracia de Fukuyama como de la kakistocracia de Bovero. Además tiene buena parte de los rasgos del Estado fallido, que se tipifica, entre otras cosas, por la pérdida de control del territorio y del monopolio del uso legítimo de la fuerza, gobierno débil e ineficaz, el colapso de los servicios básicos y altos niveles de corrupción y de criminalidad. El régimen también se acerca cada vez más a la categoría de “totalitarismo fallido”, desarrollada por el politólogo Michael Waltzer. Un régimen que tiene vocación y objetivos totalitarios pero le falta la capacidad y la eficiencia para concretarlos. En Venezuela el régimen sobrevive por el control que, “por ahora”, mantiene sobre el Alto Mando militar, transformado en socio y guardia pretoriana al mismo tiempo. Pero la creciente incapacidad del régimen de manejar la tragedia socioeconómica y la pandemia, aunada al aumento de la presión internacional, está afectando gradualmente a la capacidad misma de gobernar. El régimen se está erosionando y podría acercarse el momento de un quiebre interno.
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