José Rafael Herrera: Laberintos

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“No habrá nunca una puerta. Estás dentro

y el alcázar abarca el universo

y no tiene ni anverso ni reverso

ni extremo muro ni secreto centro.

Es de hierro tu destino

como tu juez”

Jorge Luis Borges, El Laberinto

El laberinto es uno de los símbolos histórico-culturales que refleja con mayor precisión -aunque, no pocas veces, dialécticamente invertida- la propia interioridad del Espíritu. Es, de hecho, una de las mayores alegorías de su complejidad. Las galeras de “la mente heróica” viquiana son laberintos que se transitan una y otra vez, en un recorrido de confusos y ansiosos senderos que con inesperada frecuencia se interrumpen, se bifurcan y se quiebran, sin principio ni fin, y que, siempre de nuevo, deben ser re-iniciados, re-trazados, re-transitados en busca de una salida, para no perderse, que termina siendo un nuevo -aunque siempre viejo- comienzo. La vida es historia y nada más que historia, si por historia se comprende no la memoria sino el recuerdo del propio calvario: un hacer que es un pensar y un pensar que es un hacer en continua, perenne, construcción, destrucción y reconstrucción. Pero, por eso mismo, la historia es el laberinto por el que, paso a paso, la humana voluntad inevitablemente transita, no sólo para encontrarse -o extraviarse- en y con el mundo, sino, y al mismo tiempo, para encontrarse -o extraviarse- en sí y consigo misma. Un laberinto infinito, en forma de espiral, cifra los caracteres del código genético de la humanidad.

Como el universo entero, o como la propia existencia, el laberinto es señal de desafío, de reto, pero también de temor y engaño o, peor aún, de autoengaño, si es verdad que en él se representa el proceso incesante de transformaciones de toda posible experiencia humana que, de continuo, debe enfrentar la aterradora caída en el abismo o en la suprema elevación. Cada época -y, por esa misma razón, cada quien- se va labrando su propio laberinto. El escenario está servido. Ahora cada quien debe asumir sus acciones y sus consecuencias. Y -¡oh sorpresa!- en el interior de sus pasadizos el uno deviene dos, porque en él se asiste al desdoblamiento del sí mismo, al ese otro de este otro. Es la confrontación de la voluntad y el destino, del justo frente a la bestia, del monstruo y del virtuoso que cada quien lleva por dentro, en sus entrañas. Son uno que son dos, dos que son uno. ¿Quién vence? ¿Quién termina por imponerse? Llega el momento crucial, el de quien busca permanecer impune en la crueldad de las sombras y el de quien pugna pacientemente, aquel que se impone a la fuerza de la barbarie venciéndola y, en virtud del re-cordar, sale a la luz, arrastrando con él al monstruo que ha vencido. Son, en fin, la trama, los elementos esenciales, de la confrontación del Minotauro, mitad toro mitad hombre. Teseo ha vencido a su propia naturaleza. Los hilos del re-cuerdo siempre salvan.

La primera noticia del laberinto es egipcia. Labi Ro Hunt quiere decir “templo a la orilla del lago”, y hace referencia a la fortaleza de Bikrat Qarum ubicada junto al lago Moeris al sur de El Cairo, construido de tal forma que resultaba impenetrable para sus eventuales invasores, dada la cantidad de pasadizos premeditadamente diseñados para confundirlos. Para los griegos, la palabra proviene de la contracción de lábyros (cueva, cavidad) e intos (hacia adentro), un lugar del que difícilmente se puede salir. Los latinos emplearon el término labirintos para significar los trabajos interiores o que se construyen por dentro: labir es una variación de labor o de trabajo, e intus hace referencia a lo interno. En todo caso, un laberinto siempre invoca el artificio, el hacha de los sacrificios (Labrys), la fuerza del ingenio de la creación humana. A fin de cuentas, se trata de la obra de Dédalus.

Los primeros laberintos se componen de siete caminos concéntricos conectados a una meta central que semejan dos hojas cortantes (los labus o labios) y la recta empuñadura del hacha de “la diosa madre” minoica, cretense, amazónica y lunar. Es el cetro y el hacha, la justicia y el sacrificio, la guerra y el trabajo. De nuevo, una que son dos, dos que son una. El resto de la historia es conocido. El toro -la nave de criminales o saqueadores de ultramar, según Vico- termina fecundando a Pasifae, esposa del rey Minos. El resultado es uno que son dos: el Minotauro, un hombre con cabeza de toro o un toro con cuerpo humano. La bestia es encerrada, sometida a la custodia de Labrys, el laberinto. El reto es vencer su sanguinaria ferocidad. Finalmente, la humanidad, representada por Teseo, vence a la fiera y, con su muerte, el horror es vencido.

En sus tempranos escritos políticos, más específicamente, en La constitución de Alemania, Hegel se pregunta por el Teseo germano que acabará con la tiranía del Minotauro y logrará reunificar a su pueblo. Hegel no busca un héroe, un “lider supremo”. Sabe bien que Teseo es la representación de la civilidad frente a la barbarie, la constitución y las leyes, el orden frente al caos de las fieras. En fin, el lado humano, civil, del laberinto. Por cierto, ha comenzado a difundirse lo que tal vez sea el secreto mejor guardado, hasta la fecha, de un gansterato desesperado. Se trata de la construcción de una importante cantidad de túneles subterráneos, con sus respectivos bunkers, ubicados en varias regiones del país. Son los laberintos dentro de los cuales el régimen criminal tiene el propósito de ocultarse en el momento crucial y definitivo. La bestia -ya se sabe- no tiene escapatoria posible. Es cuestión de tiempo. En veinte años de cruel secuestro no construyeron ni autopistas, ni carreteras, ni vías de penetración, ni puentes, para el beneficio general de los venezolanos. Al contrario, dejaron que todo colapsara, convirtiendo a Venezuela en una extinta nación, en un no-Estado. Siempre partieron de la torpe -por abstracta- premisa -de origen orientalista- de representarse la idea del Estado como la de una máquina de sometimiento y tortura, un vulgar instrumento de coerción. Pero los túneles son otra cosa. Son el laberinto mítico del gang forista, para el cual las madrigueras no son tanto historia como tradición, costumbre, vuelta instinto de conservación, el locus dentro del cual el agobiado Minotauro cree poder ocultarse para evadir la justicia que se viene, que no tarda en llegar. Como dice Borges, “es de hierro tu destino, como tu juez”. No es cuestión de cronologías sino de la razón histórica.Teseo aguarda pacientemente en la penumbra.

 

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