A comienzos de primavera, cuando la pandemia daba sus primeros zarpazos, el ministro de Salud de Alemania, Jens Spahn (CDU), tenía a varios expertos invitados a una conferencia ante los medios. Entre ellos estaba Christian Drosten, quien pronto alcanzaría fama a nivel nacional. En esa fecha, el virus estaba restringido a China, muy lejos. Drosten habló sobre la importancia del número de reproducción, es decir, la cifra que dice a cuántas otras personas contagia cada portador del SARS-CoV-2. Spahn quería claridad y Drosten decía que las cosas son complejas y nos faltaba mucho por aprender.
En general, la relación entre la política y la ciencia ha sido exitosa en esta crisis. Los anuncios diarios sobre el número de infectados que realiza el Instituto Robert Koch han asumido, con el tiempo, el carácter de reportes oficiales del gobierno. En cada análisis sobre el avance de la pandemia hay concordancia en que los políticos han aceptado los consejos de la ciencia. Y Drosten se ha convertido, con el tiempo, en una suerte de estrella-pop de la pandemia, explicando con claridad y viveza sus entresijos.
El tiempo como criterio decisivo
Pero hay un conflicto constante entre la política y los expertos. La primera debe dar respuestas rápidas a preguntas urgentes. ¿Tenemos que usar mascarillas? ¿Cuánto va a durar la pandemia? La tarea es convencer a la gente de que si se han tomado medidas drásticas es porque son necesarias. Los científicos, en cambio, tienen otras labores en las que el factor tiempo no juega casi ningún rol.
En la política, el tiempo es crucial. Esta dicotomía se vuelve más clara cuando se trata de las vacunas. Obviamente los políticos esperan todos los días poder finalmente enviar el mensaje redentor: sí, tenemos una vacuna. Pero los científicos siguen priorizando la precaución por sobre la velocidad. No sin razón es un populista como el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien habla constantemente sobre nuevas vacunas, fármacos milagrosos y curaciones geniales. Él apunta a la velocidad, al éxito rápido que puede darle ventajas en sus luchas políticas cotidianas. Apunta al milagro.
La política, especialmente en democracia, se enfrenta a desafíos distintos a los de la ciencia: tiene que ayudar a que los conocimientos, en este caso sobre el peligro del coronavirus, sean acogidos por la ciudadanía. Debe tener en cuenta a qué grupos de la sociedad afecta, pero sobre todo si las decisiones necesarias se pueden hacer cumplir, si cuentan con respaldo. Porque en casos como el de una pandemia, las medidas nunca son populares.
Escenario similar: la protección del clima
Hay un paralelo con la protección del clima, como lo refleja lo sucedido con un destacado experto alemán, partidario de la transición energética. Éste, que ha trabajado codo a codo con el poder en los últimos años, se siente muy decepcionado de Angela Merkel. La física no habría hecho lo suficiente para avanzar en el cambio de matriz energética. ¿Por qué ella, que es científica, no hizo lo que sabe que es necesario hacer?
El papel de Merkel en los últimos años no ha sido el de científica, sino el de jefa de Estado. El horizonte de los políticos, especialmente en los tiempos que corren, se orienta básicamente hasta las próximas elecciones. Con ello, lo que sale perdiendo es la lucha contra el cambio climático. Los datos son abrumadores hace décadas: la humanidad calienta la atmósfera y los efectos son catastróficos. Pero quizás no tanto en Alemania. Y si la gente no siente los efectos del cambio climático, difícilmente se ganarán elecciones con ese tema.