Ayer fue el Día Internacional de las Bibliotecas, instituido a partir de la destrucción de la Biblioteca de Sarajevo, quemada en 1992, en la Guerra de las Balcanes, o a propósito de ésta. Darle un día a las bibliotecas como tales será algo que irá desapareciendo, me imagino, dado que la sociedad tiende a ir a una reinvención de la lectura a través de plataformas digitales, y de un modo personal, íntimo, queremos decir. Ello, aparentemente, va desplazando la presencia del libro en papel, que se comparte, y que esencialmente constituye el tesoro de las bibliotecas.
Ustedes lectores, me dirán, que entonces en esos lugares habrá equipos de instrumentación digital con el mismo fin y esa es, evidentemente una posibilidad, también con el tiempo contado.
El desplazamiento del acto de leer a la síntesis de la pantana del teléfono celular, también ha generado cambios en el modo de escribir. La rapidez que exige la vida diaria, cada vez más acelerada contribuye a ello sin que percibamos los cambios generados de manera consciente.
Me es extraño afirmar esto, porque pertenezco a una generación de los que esperábamos cartas en sobres, entregadas por el cartero, con estampillas (todo un arte y una historia del diseño, a muchos niveles), y hasta esperar cartas de respuesta tenía un sentido y un valor emotivo, importante, con calibres distintos.
Volviendo a las bibliotecas y sus implicaciones, creo que mi especial cariño por esos espacios especiales, apretados de libros, donde se guarda (¿o guardaba?) silencio, dándoles un carácter especial, de respeto ceremonial, difícilmente cambiará.
Cuando reviso redes sociales y veo listas de propuestas de amistad, por ejemplo en Facebook, tiendo a seleccionar las bibliotecas, y entre más lejanas estén y más pequeñas parezcan, pues más me interesan. La razón es que esas señalan que hay algún o alguna bibliotecaria, con una disposición especial a comunicar la pasión por la lectura, que se la juega todos los días por encontrar o atraer nuevos lectores.
Parecerá un afán ingenuo a muchos, pero a mí me refresca en la memoria un sinfín de historias, en las cuales, desde la biblioteca de mi liceo en Maracaibo, todas me han ofrecido encuentros especiales, sorpresas inimaginables, alegrías particulares. Tengo especial cariño por la que fuera la bibliotecaria del liceo Udón Pérez (en mis tiempos), porque con frecuencia estábamos solas en esa grandísima sala y ella me permitía abrir las estanterías, revisar el libro que quisiera, descubriendo lo que era verdaderamente atractivo para la adolescente que empezaba a ser.
Muchos años después de ese tiempo, escribí para ella un poema, que pasó a formar parte de uno de mis libros, y para cerrar este elogio a esos lugares, les regalo un fragmento: “Los anaqueles despiden olor/de encuentro/crecido en asombro./ La luz se desplaza./Eres invisible/penetras /agazapada/las pasiones de otros/las haces tuyas/Palabra escrita/como templo./ No hay cabeza de dragón/al que no venzas./”.
Publicado el 25-10-2020
Escritora venezolana: Premio Nacional de Literatura 2012-2014