Gustavo Villamizar, locutor y docente universitario, deja un gran vacío en la radio tachirense.
Para nadie es un secreto el amor bonito, cómplice, que tuvimos Jorge y yo. Y ese amor cómplice nos permitió compartir lo más íntimo, ajeno a nuestra relación de pareja: Los amigos. Mis amigos, él tuvo que asumirlos, eran parte de lo que yo era…él, más discreto y cerrado que yo, tuvo menos…Y yo los asumí con el mayor de los compromisos, para luego convertirlos en míos, propios.
En una relación de pareja normalmente se espera, de alguna manera, aceptación por lo dicho o hecho. Es parte del juego colonizador de las relaciones. En nuestra relación, Jorge y yo no esperábamos nada, solo la aceptación de lo que éramos cada uno…y eso era una condición, a veces duramente peleada, que nos engrandeció como pareja y como personas. Una relación de amistad verdadera no espera nada, mucho menos la aceptación. No juzga, solo está presente. Por eso, Jorge fue mi compañero, mi amante, mi mejor amigo. Lo perdí. Objetiva y físicamente lo perdí, quedan los recuerdos, y su inmenso aporte a lo que soy hoy. Pero me dejó un legado de él, no el construido por los dos, sino el hecho por él, en su vida anterior a mí. Sus amigos. Y yo, leal y constructora como soy, seguí tejiendo esas redes de amistad.
Me regocijo cuando escucho a Serrat cantando “La mujer que yo quiero”. Jorge y yo no necesitábamos bañarnos cada noche en agua bendita…Teníamos muchos defectos, pero éramos más verdaderos que el pan y la tierra, era un amor de antes de conocernos…nos pavoneábamos orondos delante de nuestros amigos, y les amargábamos la vida a nuestros enemigos. Cada uno ató al otro a su yunta y sembramos la tierra de punta a punta, con nuestros proyectos, y fueron nuestros, los compañeros de antes. Y pasaron a ser de cada uno, los compañeros de antes del otro. Ido él, sus amigos fueron míos.
Gustavo fue amigo de Jorge. Ellos compartieron juegos, escuela, calle y niñez, aula, laboratorio, billar, tragos, furcias y broncas. Ese Gustavo que formó parte de su vida joven, y que ya adulta era colateral, yo la entretejí de nuevo. Y se hizo presente de nuevo en nuestros encuentros decembrinos en la Sin Límite, con las presentaciones de sus libros, en las entrevistas que me realizó en la radio, cada vez que yo la requería, en el intercambio de ideas, en los encuentros y en los desencuentros. Para mí, al estar presente Gustavo en mi vida como amigo, era sentir a Jorge presente.
Yo no vine hoy a hablar del hombre inteligente, del docente, del comunicador social, ni de sus aportes al enriquecimiento de la discusión, de las ideas.
El tributo que le hago hoy a Gustavo…El amigo, mi amigo, es un tributo al amor. Al amor de pareja verdadera que hereda con ternura a esos amigos, es un tributo al amor que representa la amistad incondicional, aquella que es requerida en los momentos buenos y malos. Aquella que me brindó Gustavo con su presencia cuando la requería. Esa, que ya no está. A tu salud, Gustavo.