Marta de la Vega: Elogio a la intolerancia

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“Por lo tanto, debemos reclamar, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes”. Karl Popper.

En el patio de honor de la Universidad de Paris I, la Sorbona, el lugar del saber universal y del humanismo desde hace más de 8 siglos, como precisó el presidente de Francia, Emmanuel Macron, se realizó un homenaje fúnebre al profesor de historia y geografía, Samuel Paty. Fue víctima, a los 47 años, de la peor barbarie, al ser salvajemente asesinado el 16 de octubre de 2020, por su vocación, su pasión y su oficio: enseñar, decapitado por un joven refugiado de origen ruso checheno, militante radical del fanatismo religioso islamista.

En un curso sobre la libertad de expresión, la libertad de conciencia, mostró el 5 y 6 de octubre unas caricaturas de Mahoma, publicadas por el periódico satírico Charlie Hebdo, que lo llevaron a la muerte. Este nuevo atentado, dijo Macron, es una funesta conspiración terrorista y gratuita, arbitraria y absurda, instigada por el odio al otro, que no detendrá la defensa y enseñanza de la libertad, la igualdad y la fraternidad, triple consigna presente desde la revolución de 1789 en la cultura política francesa, que ha irradiado en la mentalidad republicana, democrática e ilustrada de Occidente.

Ser republicano, en las palabras de Jean Jaurès, que citó en su discurso el presidente Macron, significa aprender a pensar por sí mismos, no obedecer a ninguna fe ni a nadie que nos imponga pasivamente las verdades, sino que las busquemos nosotros mismos, sin resignarnos a la violencia y la intimidación. No podemos renunciar a ser republicanos, al respeto por las virtudes cívicas, ni a someternos a la locura sectaria de los islamistas que cultivan el odio a los otros, la mentira, la idiotez del separatismo fundamentalista. Es inaceptable que haya grupos islamistas siguiendo sus propias leyes dentro de la República.

Desde su muerte, el profesor Paty encarna el rostro de la república, de su autoridad y su firmeza, de la justeza de sus argumentos, de la voluntad de quebrar el terrorismo islamista, de reducirlos, de vivir como una comunidad de ciudadanos libres, de defender la sociedad laica, de nuestra determinación a comprender y enseñar a ser libres, tarea esencial de los profesores que dejan huella.

Paradójicamente, fue asesinado por un joven que buscaba protegerse del miedo, la persecución y la intolerancia al llegar al país de la pluralidad y el libre flujo de las ideas más diversas. Fue abruptamente cortada la vida y valiosa experiencia de Samuel Paty por haberse interesado en la civilización islámica, en respeto a sus alumnos de este origen cultural para transmitirla como parte del saber universal, por descubrir las riquezas de la alteridad, por haberles enseñado a “devenir ciudadanos”; no sumisos creyentes, sino pensadores críticos; a aprender el deber, para cumplirlo; las libertades, para ejercerlas; el respeto, porque todos somos ciudadanos; la grandeza del pensamiento libre, en fin, por enseñar a hacernos republicanos, sin ninguna discriminación.

Entre 1689 y 1690, a fines del siglo XVII, fue publicada la correspondencia de John Locke con su amigo cercano Philipp Van Limborch. Rápidamente traducida del latín a otros idiomas, Una Carta sobre la Tolerancia, resuena en nosotros hoy, vigente y poderosa, decisiva para asegurar en un espacio común y compartido, el futuro variopinto de la humanidad en la globalización. Dice, en uno de sus pasajes sobre la tolerancia religiosa:

“En la cuestión de la libertad de conciencia que durante estos años ha sido tan debatida entre nosotros, una cosa que ha confundido principalmente el asunto, mantenido la disputa y aumentado la animosidad, ha sido, según pienso, que ambos bandos, con igual celo e igual desacierto, han tratado de extender demasiado sus pretensiones: el uno ha predicado la obediencia absoluta, y el otro, la libertad universal en materias de conciencia, sin determinar las cosas que pueden aspirar a la libertad, o sin mostrar los límites de la imposición y la obediencia.”

Las leyes son instrumentos de cohesión social, para el bienestar, la preservación y la paz de la sociedad que las produce. No se puede concebir una “legislación de guerra” contra el islamismo, como parte de una estrategia republicana de reconquista y no solo de contención, de manera reactiva, según propone la dirigente Marina Le Pen. Ni tampoco se puede admitir la justificación del horror convertido en norma, según la ley de la Sharia, como afirma el erudito musulmán Al-Yousuf. A más libertad, mayor respeto, para derrotar anarquía y anomia, que provocan violencia y destrucción.

@martadelavegav

 

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