Cuando no sabemos todavía el resultado final de las elecciones estadounidenses, el mundo al completo está pendiente de esas votaciones. Y, si escuchamos las opiniones generalizadas sobre el actual presidente, Donald Trump, la impresión es que la mayoría de naciones del mundo, de medios de comunicación, de representantes sociales, incluso de ciudadanos (especialmente en Europa) están con los dedos cruzados para que Trump no gane.
Lo que resulta sorprendente es que alguien como Trump haya podido ser Presidente de EEUU, pero más sorprendente resultaría que volviera a repetir. ¿Ese es un buen síntoma democrático? ¿La elección de alguien como Trump debilita o fortalece la salud democrática?
Sin embargo, hay algo que no conseguimos analizar o detectar y es cómo y por qué se vota a alguien como Trump. Ya nos ocurrió en 2016 que no imaginábamos que Trump podría ganar, ni siquiera imaginábamos los votos de trabajadores, inmigrantes, mujeres y afroamericanos a favor de un estrambótico personaje como él.
Sin saber todavía el resultado, sí sabemos que está más reñido de lo que parece. Y nuevamente nos sorprende que no exista un vuelco hacia Biden (aunque no sea un buen candidato), cuando Trump ya no sorprende sino que es “lo malo conocido”.
Paradójicamente, aunque solo puede hacerlo alguien como él, acusa continuamente de fraude, de robo de votos, de manipulación, etc, cuando él es el poder, y sabemos además cómo lo utiliza y cómo lo manipula. Lo más preocupante es que un Presidente de Gobierno eche gasolina sobre la sociedad civil. Y lo hace, una y otra vez, desde su fuerza de poder. Como lo ha hecho antes de que el recuento termine al proclamarse vencedor de las elecciones, anunciar un fraude en el recuento, y crear ya un ambiente de duda y crispación.
¿Cómo puede denunciar de fraude el responsable de convocarlas y organizarlas?
Sobre el sistema democrático de EEUU recae el mito de ser el más democrático e igualitario del mundo. Quizás fue la intención de los Padres Fundadores, pero es evidente que el origen ya no fue igualitario, y, aunque se ha ido incluyendo la incorporación de mujeres, minorías, y afroamericanos, la realidad es que la noción de igualdad queda todavía más en la teoría que en la práctica.
El sistema presenta una serie de debilidades que dificultan la garantía de un sistema igualitario, que podrían ser de fácil solución, por ejemplo:
*El hecho de que haya que inscribirse para votar dificulta especialmente a las clases más bajas.
*Que sea en un día laborable también complica a quienes no pueden faltar a su trabajo.
*El sistema no proporcional, que permite que quien gane en un Estado con la mayoría más uno se lleve la totalidad de los congresistas. Lo que provoca, como ya ocurrió anteriormente, que no gane el que tenga más votos sino más compromisarios en un reparto nada proporcional.
El “sueño americano” no está al alcance de todo el mundo. El sistema político estadounidense está vinculado al sistema económico capitalista, lo que hace que llegar a la presidencia de EEUU tenga también unos condicionamientos económicos esenciales. Al mismo tiempo, elimina la pluralidad de opciones electorales. En EEUU solo se concibe el bipartidismo, algo que en Europa hoy sería inconcebible.
No obstante, su fortaleza reside, no en las elecciones ni siquiera en sus líderes, sino en sus instituciones. Instituciones que son capaces de frenar las grandilocuencias, locuras, insensateces del propio presidente. Es un consuelo, aunque sea mínimo, pero lo cierto es que Trump que ha gritado sobre inmigración, aranceles, proteccionismo, y un largo etcétera, no lo ha aplicado. Eso es lo que la sociedad norteamericana parece no conocer: que muchas de las medidas que Trump proclama no se llevan a cabo. Eso no importa: él hace propaganda y populismo.
El verdadero riesgo del populismo es que incendia a la sociedad civil, crispa los ánimos, divide la nación, genera odios y enfrentamientos, provoca divisiones irreconciliables, exalta a la población. Y ese estado de ánimo social sí es un elemento de desgaste y deterioro del sistema democrático.