No hay certidumbre sobre los comicios norteamericanos. Fueron días enteros y confusos en una espera interminable sobre los resultados. El mapa colorido tuvo cansadas las pupilas de un mundo expectante. Un debate casi agónico sobre quién tenía la razón. Eso demolió mis ímpetus para opinar y sería una gran irresponsabilidad no hacerlo, cuando los más expertos en el área comunicacional se la han jugado con uno u otro bando.
Es difícil estar en el medio de la controversia, sin tomar parte emocional. Sin afrontar los meandros del debate. Joe Biden ha tenido la venia por parte de las cadenas televisivas y los demás medios formales de comunicación. Donald Trump, en cambio, ha sido un caramelo ácido, un insoportable sin remedio, con una confrontación visceral y un orgullo manifiesto frente a los periodistas.
Se inició la campaña con unas encuestas siempre a favor y con amplio margen por parte del candidato demócrata. Los debates acalorados, la campaña pintoresca y hasta un baile popularizado en las redes generó que Trump remontara a su adversario en las últimas semanas, desestimando lo agrio de su temperamento y su populismo dislocado.
Así llegó el día del sufragio. Masivamente los electores supieron hacer valer el derecho a elegir a su gobernante. Pero había un giro paulatino y total en torno a las probabilidades. Existía una paridad que hacía presagiar resoluciones alargadas. El mismo Trump ya cantaba el fraude semanas antes, con un tono que sonaba a no aceptar la derrota o a olfatear algo no ajustado a la norma.
Esa primera noche fue un drama. La siguiente tampoco se tuvo una respuesta. El mapa estaba allí, moviéndose en sus dos pintas, pero apostando progresivamente hacia el candidato azul. Entonces Donald declaró sin tapujos. Anunció que el proceso estaba atiborrado de irregularidades. Que el voto adelantado no era valedero y solo debían contabilizarse aquellos realizados ese día. Denunció que seguían llegando votos a los centros y que no reconocería el resultado viciado.
No había mucha sorpresa. Como esas películas melancólicas en las que ya se presiente el final. Sabíamos que cantaría fraude. Que rechazaría de plano el resultado cuando se viese amenazada su proyección. Pero no creo que sea el ímpetu de un bufón desproporcionado ni las rabietas ingenuas de un mal perdedor. Sería un error capital tomarse tamaña denuncia a la ligera, siendo el mandatario del país más poderoso del mundo.
Las mismas cadenas televisivas sacaron del aire la transmisión de la rueda de prensa. Las razones pueden ser diversas: evitar que se generara violencia en las calles, impedir el propagar lo que ellas consideraron una mentira, que no presentara pruebas -como así se justificó- o simplemente no soportan al personaje y lo ven en el final de su permanencia en la Casa Blanca.
Entonces el sábado fue el día decisivo. Entre vítores y un jolgorio intenso, los canales de televisión norteamericanos dieron por ganador a Biden. Ya no alargarían más el proceso. Demasiados desvelos para la contienda. El demócrata es quien debería trabajar desde el despacho oval, como lo hicieron valer los más poderosos y los desmesurados por las resoluciones.
Trump prefirió jugar golf en Virginia, con una tranquilidad pasmosa. Él siempre se ha saltado a la torera todo lo establecido. No le ha temblado el pulso para decir lo que se le antoja. Pese a ello, podría tener algo en su poder que cambiaría la historia de los Estados Unidos. Si realmente cuenta con las evidencias incuestionables de una trampa demócrata, el panorama político podría cambiar drásticamente ante un engaño masivo que el pueblo norteamericano no perdonaría.
En Michigan un representante del partido Republicano denunció que varios condados utilizaron un software que provocó el desvío de seis mil votos de Trump hacia Biden. También se habla de manipulaciones en Pensilvania con el voto por correo. Una fundación denunció que en ese estado estaban todavía 21 mil personas fallecidas en la lista de votantes. No pueden desestimarse estas pruebas. Las irregularidades están y a los ojos de todos. Nos tocará palpar los pasos próximos de los abogados del catire y sus agudezas para convencer a 330 millones de habitantes.
Volvería los días de reconteos, aunque ya se tenga a un vencedor anunciado en los medios. Los mismos republicanos están aturdidos ante las denuncias, en las que Trump asegura que “los procedimientos legales apenas comienzan”. No será una tarea sencilla cambiar un resultado evidente. El presidente norteamericano cuenta con los arrestos suficientes para afrontar esta dificultad -si es que también cuenta con argumentos irrevocables-, pero no sabemos si su entorno quiera asumir ese riesgo.
Las mofas hacia Trump han sido continuas. Si no muestra pronto alguna evidencia concluyente y decisiva, que nos haga saltar de nuestros asientos, se convertiría en el hazmerreír de la historia. Lo castigan por tratar de socavar la democracia al negarse a aceptar la derrota, propinando acusaciones infundadas. Por ahora cuesta llevar cualquier consideración sin tomar partido. Solo resta esperar para ver si evitar el reconocer la victoria de su adversario ha sido el espectáculo de un magnate delirante o tenemos ante nuestros ojos una farsa que puede cambiar el rumbo político norteamericano de los próximos años.
Exdirector de la Biblioteca Virtual de Maracaibo “Randa Richani”
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