No deja de sorprenderme el apasionamiento, lindante con el fanatismo, con el que muchos compatriotas, tanto residentes en Norteamérica como en el país, asumieron las elecciones en los Estados Unidos. Si bien tenía la percepción de la existencia de una idea ampliamente difundida, según la cual el estar ubicado en el territorio opositor significaba automáticamente respaldar a Trump, no la imaginaba tan arraigada como se manifestó en estos días, no solo en los usuarios de las redes sociales, sino en las conversaciones normales generadas partir de los resultados electorales.
Todavía al día de hoy hay quienes se suman al desconocimiento del candidato ganador y cifran sus esperanzas en el proceso de impugnación anunciado por el Presidente norteamericano; mientras, paradójicamente, los mandatarios de los más importantes países de la Unión Europea ha reconocido el triunfo del candidato demócrata.
El hecho de tener como aliado de las fuerzas democráticas venezolanas al gobierno de la primera potencia mundial, es, sin duda, un elemento que ha posibilitado la amplia conjunción de países que respaldan nuestra causa. Ello no debe entenderse como subordinación. Quizás, hubiese sido conveniente reiterar con mayor frecuencia la concepción expresada en alguna oportunidad —valorando positivamente esa alianza— de que la política de la oposición la decidimos los venezolanos.
Debe haber algunos rasgos del comportamiento que han traslucido la idea de dependencia de la política, adelantada por Trump, para la generalización de esa visión evidenciada recientemente. La acertada decisión de Juan Guaidó de reconocer al Presidente electo, ha sido incomprendida por algunos de los sectores más extremos.
Los errores cometidos por la dirección de las fuerzas alternativas coinciden, en buena medida, con iniciativas adelantadas desde la Casa Blanca, algunas de ellas pensando en la captación del voto en Florida.
Comparto la opinión de quienes afirman que la política de Biden hacia Venezuela podrá tener algunos cambios de estilo (por demás necesarios), pero que en materia de fondo se mantendrá, en virtud de que tanto demócratas como republicanos la comparten.
Es posible predecir una aproximación con la Unión Europea, a diferencia de la política adelantada en el ejercicio de los últimos años.
La polarización existente no es exclusiva de nuestro país, como se ha venido demostrando en diversos acontecimientos de la política mundial. Los extremos visualizan todas las situaciones en blanco y negro, no admiten matices y, lo que es más grave aún, niegan la reflexión. Cualquier postura que se salga de esa estrechez de miras es inmediatamente descalificada como colaboracionista o traidora.
La proyección de la polarización en materia internacional no solo se expresa con el respaldo a Trump, igual conducta se asume con las posiciones del colombiano Álvaro Uribe, o con Bolsonaro, el Presidente brasileño. Mientras, pese a las reiteradas expresiones de solidaridad con la causa democrática del Presidente español y su partido, hay quienes lo siguen considerando un adversario.
Igualmente, no reconocen los gestos de independencia de Fernández, el Presidente argentino. Incluso, se resisten a darle el beneficio de la duda al reciente Presidente electo de Bolivia, pese a sus declaraciones.
Superar los efectos negativos de la polarización constituye una exigencia también en el plano nacional, lo que implica el reconocimiento de los errores cometidos, actuar con mayor amplitud en el marco de la unidad posible, superar las manifestaciones de sectarismo y los dogmas, distanciarse de las posturas arrogantes y autosuficientes, para así poder avanzar en la redefinición de la estrategia política, con la reflexión permanente sobre el accionar y con flexibilidad táctica, ellos constituyen elementos imprescindibles para el diseño de una ruta que nos pueda conducir al necesario cambio político.
En definitiva, se trata de situar la conducción política a la altura de las circunstancias. Existe el liderazgo colectivo en condiciones de aceptar ese histórico rol. La oposición venezolana ha demostrado una extraordinaria capacidad de reagruparse y de recomponerse, hacerlo en el tiempo presente no sería por tanto una novedad. La gravedad de la crisis multidimensional nos plantea redefiniciones, la conducción política está en condiciones de asumir ese crucial desafío.
Luis Manuel Esculpi es dirigente político, parlamentario jubilado del antiguo Congreso de la República.
@lmesculpi