Se ha vuelto indetenible la presencia de la mujer en las más disímiles disciplinas y áreas de conocimientos.
Las mujeres han venido asumiendo elogiosas responsabilidades, con fundamentación y sostenibilidad. Ellas cultivan la superación con sus propios méritos.
En bastantes partes del mundo se adelanta una especie de “excavación en la historia”, un asunto casi de “arqueología social” con el fin de encontrar mujeres valiosas, de extraer sus palabras y sus obras. Para que ellas digan, en la contemporaneidad, lo que intentaron decir y no pudieron. Para que sus voces sean escuchadas, ahora y para siempre. Para hacer presentables sus obras, para rescatarlas de las olvidadas fosas del tiempo.
Es un trabajo apasionante, que nos propusimos hace muchos años. Lo hemos ejercido desde todos los ámbitos posibles. Es una auténtica y palpitante genealogía solidaria, impregnada de razón y emoción.
¿Qué nos hemos conseguido, a lo largo de todo ese trayecto? Que, ciertamente, todavía hay odiosos resabios de androcentrismo en las sociedades; que creen y presuponen que en torno a lo masculino deben determinarse todas las cosas.
Digamos también que, al momento de escribir sobre el hermoso e interesante trabajo de las mujeres, muchos intelectuales emplean suficientes estrategias de atenuación discursiva que persiguen minimizar el contenido de sus obras, cuando los temas se refieran al género femenino. Son intelectuales deshonestos, cobardes e hipócritas.
Es verdad que cuando una sociedad se encuentra masculinizada, entonces hace usos excesivos de los diminutivos — como instrumentos lingüísticos–, para darle opacidad a las realidades de las mujeres.
Prestemos mucha atención a lo siguiente: el género gramatical atiende a estructuras complejas morfo-sintácticas concordantes, cuya intención persigue darle exquisitez, economía y transparencia al texto-discurso; así como también, al orden sintagmático que deben seguir las palabras; por lo que debemos evitar caer en la trampa de apelar a las dobles, innecesarias y redundantes consideraciones al momento de mencionar lo masculino y lo femenino.
No hacemos inclusión de lo femenino en la sociedad, ni reivindicamos a la mujer con sólo decir: muchachas y muchachos, ellas y ellos, todas y todos o poniendo arrobas (@) en los escritos para abarcar ambos géneros de una sola vez.
El símbolo arroba no tiene un origen determinado; sin embargo, se cree que este término deriva del árabe ar-rub, que significa cuarta parte; ya que, aproximadamente, durante el siglo XVI se empleaba como medida de peso y volumen de la mercancía tanto sólida como líquida. Cuatro arrobas formaban una unidad mayor conocida como quintal.
la Real Academia Española no aprueba el uso del símbolo arroba para referirse a la forma femenina y masculina de algunas palabras como, por ejemplo, tod@s, hij@s, chic@s, con el fin de evitar un uso sexista del lenguaje o ahorrar tiempo en la escritura de palabras.
En el castellano-español basta que usted señale únicamente un sustantivo con el cual abarcará tanto lo masculino como lo femenino, si tal vocablo varía, en su flexión de género, sólo en las letras (a) (o).
Por ejemplo: Si dice diputados y niños (allí están contenidas también las diputadas y las niñas); pero si dice hombres debe mencionar mujeres; si expresa caballeros, también debe mencionar damas.
Muchas veces por pretender izar falsos feminismos del tipo: participantes y participantas, concejales y concejalas, alférez y alfereza, oficinistas y oficinistos, camaradas y camarados, asistentes y asistentas, y por esa ruta distorsionada y ridícula se termina por ofender o poner en entredicho el verdadero valor de las mujeres en nuestra sociedad.
Menos con la grafía de @, cuya intención busca abarcar ambos géneros. Sepa que la @ carece de fonética distintiva; entonces al pronunciarla surge la obligación de caer en el desdoblamiento de lo femenino y masculino. Por ejemplo, si alguien, por dársela de inclusivo, tuviera el atrevimiento de escribir l@s periodist@s, no tendrá otro imbécil resultado que, al mencionar a tales profesionales, deba decir: las periodistas y los periodistos. Tamaña e inaceptable ridiculez.
Una solución que, por intentar fomentar la economía del lenguaje —decir más con menos palabras— da lugar a todo lo contrario.
La arroba es un símbolo, no un signo lingüístico.
En esta compleja situación, hemos escuchado, en encendidos discursos a los “falsos inclusivistas”, exponer a manera de justificación: “nuestros alegatos van en favor de la igualdad, la visibilidad y el lenguaje inclusivo”.
Lo que debe quedar claro es que no debemos pedirles a las construcciones gramaticales que reivindiquen lo que muchas sociedades, enteramente masculinizadas, excluyen en los actos de habla, en la vida diaria, con las simbologías y en los desenvolvimientos prácticos cotidianos,
¿Acaso se siente la mujer excluida o discriminada al no ver referido su género a través de una arroba, que suponen los proponentes que la visualiza y la reivindica socio históricamente?
Podemos expresar, una y otra vez, las mismas y decididas respuestas a la anterior pregunta: los abusos en los desdoblamientos referidos al género gramatical son artificiosos e innecesarios desde el punto de vista lingüístico.
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua
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