Con la firma de la Asociación Económica Integral Regional (RCEP, siglas en inglés), China afianza su posición en Asia-Pacífico como líder económico regional.
Es verdad que India se quedó fuera pero aun así, que todos los suscribientes (Australia, China, Japón, Nueva Zelanda, Corea del Sur y las 10 economías de ASEAN) se hayan puesto de acuerdo representa un importante éxito político para China que a todas luces se erige no solo como primer beneficiario de la alianza sino también le permitirá influir y dar forma al orden regional. Para entrar en vigor, el acuerdo debe ser ratificado por al menos seis naciones de la ASEAN y tres países que no pertenezcan al bloque del sudeste asiático.
Nueva Delhi rechazó sumarse porque teme empeorar el déficit comercial con China y además quiere proteger su sector agrícola de la competencia de países como Australia y Nueva Zelanda. Por otra parte, Japón, aliado de Estados Unidos, siempre aseguró que sin la presencia de India no suscribiría el acuerdo. Para Tokio, la participación de Nueva Delhi habría compensado el alargado peso de China. ¿Qué cambió? La pandemia obligó al gobierno japonés a aceptar un esquema controlado por Beijing. Todos los firmantes tienen necesidad de reactivar su economía y esperan que la RCEP les ayude a superar la crisis actual.
La firma se produce tras ocho años de negociaciones, de los cuales cuatro al menos han sido de enorme confusión en la política de EEUU hacia la región. Tras el abandono del Acuerdo Transpacífico promovida por la Administración Obama, pareciera que la sustancia principal de la estrategia del Indo-Pacífico puede quedar reducida a un acrónimo: el QUAD o Diálogo de Seguridad Cuadrilateral en el que participan EEUU, Australia, Japón e India, lo que algunos bautizaron ya como la nueva OTAN asiática.
Sin saber aun a ciencia cierta que va a ser de la guerra comercial iniciada por Trump y con la UE cediendo a la ASEAN la condición de primer socio económico de China, la RCEP se afianza como un complemento de contexto que reforzará la otra política regional sustentada en torno a la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Ambas iniciativas deben confluir en el área de Libre Comercio de Asia-Pacífico, en debate desde 2004, que consolidará la significación de Asia en el concierto económico global con una evolución marcada por el enfoque chino y su modelo alternativo no solo en lo económico sino también en lo estratégico.
De esta forma, China da un paso más en el diseño de una arquitectura regional que le permite tomar la delantera y ganar posiciones relevantes. Aprovechando el desconcierto y la desconfianza generada durante el mandato de Donald Trump en la Casa Blanca, llena de buen grado el vacío de poder. Es verdad que Trump trató de proyectar su influencia a través de la Corporación Financiera Internacional para el Desarrollo prometiendo inversiones estratégicas en la región pero sus compromisos efectivos a día de hoy son poco significativos. Para el presidente electo Joe Biden, la RCEP implica un mensaje: la historia corre deprisa y pudiera ser ya tarde para frenar a China.
El impacto global del acuerdo puede ser apreciable: los miembros del RCEP representan en torno al 30 por ciento del PIB mundial, cubre a 2.200 millones de personas y su PIB combinado supera los 26 billones de dólares.
A China le queda pendiente avanzar en la cuestión del Mar de China meridional. Las consultas sobre el Código de Conducta avanzan más lentamente de lo que sería deseable. El riesgo es bien conocido: los países vecinos pueden elegirle como socio económico pero su socio preferente de seguridad será EEUU. Si quiere evitar esa disociación deberá estar dispuesta a hacer sacrificios.