Earle Herrera: Club de Lima sin Lima

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Al siempre echado en la alfombra imperial Club de Lima (Kuczysnski dixit), con la implosión de Lima, la cuna se le convirtió en tumba. El escorpión se clavó su aguijón. O dicho con imagen de La mano junto al muro, la culebra se mordió la cola. No estoy haciendo verónicas literarias. Las metáforas sirven para no vomitar cuando uno escribe sobre ciertas alimañas. Nadie con un sistema digestivo normal podría nombrar a Almagro y seguir desayunando tranquilamente. El periodismo honesto sería imposible ejercerlo sin protectores gástricos.

Lima, la ciudad liberada por la espada de nuestro Antonio José de Sucre (lo subrayo: Gran Mariscal de Ayacucho), fue mancillada al colocar su nombre a un verdadero cartel de presidentes y “ex” latinoamericanos que se organizó para hacerle el trabajo sucio al imperio y conspirar contra la República Bolivariana de Venezuela. No calcularon los complotados que el único dueño de la sede, el pueblo peruano, no les dio permiso para semejante afrenta y decidió echarlos a patadas. La respuesta del miembro limeño del ominoso club fue la más brutal represión, con su saldo de muertos y desaparecidos.

En el norte, el financista del cartel era echado bajo protesta de la Casa Blanca, la dueña de la alfombra. Hasta un miembro honorario y asesor del cónclave, Álvaro Uribe, fue mullido por el pesimismo y se hizo una narcocrítica que tiene por el suelo al cartel, sicarios, pranes, carros y luceros. “Las sanciones económicas no han sido efectivas en Venezuela –gimió Uribe ante El Mundo, un diario español antichavista (valga la redundancia)- y estoy pesimista sobre cualquier salida en Venezuela”. Ese es el estado de ánimo general del desbarrancado club, desde Paraguay hasta Bogotá, con retortijones en Washington, Miami y Madrid.

A los que fanfarroneaban porque pidieron más sanciones y los complacieron, no los consuela que Trump se haya pegado en su mismo disco rayado: “aquí hubo fraude”. Las noches del Penélope peligran. La dolce vita en España se avinagra. Los ágapes en Coral y Weston languidecen. Las veladas en Bogotá quedan sin velas. La maldición del Club de Lima irradia hacia todas partes. Sus miembros se secan y el cartel ladra, como lo escribió hace años uno de sus admiradores, bajo la ciudad y los perros.

 

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