Es sábado en la ciudad de Caracas. El día amaneció cálido. La atmósfera es de algarabía, como todos los fines de semana. La gente se alegra con la llegada del viernes. El cuerpo lo sabe, las licorerías también. Silvana mira desde el piso 9 con indiferencia. Desde las alturas ve a la gente subiendo y bajando la calle, entrando y saliendo, vendiendo y comprando. Con sus 72 años aún le cuesta entender las dinámicas de la economía –¿Qué es eso de la inflación; que mis ahorros valen menos de la mitad, que mi pensión no alcanza para nada?– Sigue viendo a la gente que camina de forma acelerada. Es la costumbre en este lugar.
La vida se corre como si fuera un maratón ¡72 años! A esa edad va a morir Silvana, en su cocina, frente a la nevera. Tiene horas sentada en su lugar preferido. Observa las puertas de la alacena, de las gavetas, las abre por mera curiosidad; solo hay sal. El refrigerador guarda un poco de hielo, un limón seco, algún alimento podrido. Nada más. Era blanca, casi amarilla por el paso del tiempo pero allí está, funcionando, seguramente mejor que todo el cuerpo de Silvana. La nevera enciende la luz cuando se abre, se apaga si se cierra, hace hielo y se enfría como debe ser. Es una lástima que nada la aproveche.
La pobre vieja tiene las carnes adheridas al hueso. Se le nota la clavícula, es lo que más asombra a primera vista, pero también se nota que su ropa es mucho más ancha que ella y que hace unos cuantos años que el closet no recibe nada nuevo. Los vecinos han notado el cambio. Silvana y su hermano cada vez se ven más deteriorados. La mirada se les pierde en los objetos, la energía se agota en el caminar, lo cabizbajo se descubre en el hablar –¡Gracias Martina por las lentejas!– y con vergüenza cierra la puerta para devorar el plato junto a Rafaelo. Él es mayor por un año. Ya no pelea a estas alturas de la vida, él espera con parsimonia el fin. No se afana en las cosas, en cambio duerme más, porque sabe que tarde o temprano llegará su hora.
Todos lo saben, los vecinos, el alcalde, el país y hasta la OMS. Todos saben que Silvana y Rafaelo morirán de inanición, están en las estadísticas, están en los números, en los miles de papeles que guardan los burós.
¿Cuál es el último pensamiento de un muerto de hambre?, ¿la comida, la familia, la soledad, los años? Qué pensaba Silvana en la cocina mientras esperaba su último suspiro ¿La infancia? ¿La canción del arroz con leche? ¿Los dulces de la madre, las hallacas de diciembre, la arepa que irreductiblemente la forjó como venezolana? ¿Las grandes compras de otros tiempos, la añoranza del sabor de la carne, un pedacito de queso? ¿Qué?
@HeisyVisionaria