Los próximos meses van a ser increíblemente nefastos. La pandemia explota, pero Donald Trump sigue tuiteando mientras Estados Unidos arde. Sus funcionarios, reacios a admitir que ha perdido las elecciones, se niegan incluso a compartir datos sobre el coronavirus con el equipo de Biden. En consecuencia, antes de la distribución generalizada de una vacuna se producirán muchas muertes que podrían haberse prevenido. Y la economía también se verá golpeada; están descendiendo los viajes, un indicador temprano de que se está ralentizando el aumento de empleo y de que posiblemente volvamos a experimentar una nueva destrucción de puestos de trabajo a medida que el miedo al coronavirus vuelva a hacer que los consumidores se resguarden.
Pero la vacuna está cerca. Nadie sabe con seguridad cuál de las prometedoras candidatas se impondrá, o cuándo estarán disponibles para la población en general. Sin embargo, es de suponer que en algún momento del próximo año consigamos controlar la pandemia. Y podemos apostar también a que, cuando la tengamos controlada, la economía volverá a rugir. Bueno, esta no es la opinión de consenso. La mayoría de los pronosticadores económicos parecen muy pesimistas; esperan una recuperación prolongada y lenta que tarde años en situarnos en algo parecido al pleno empleo. Les preocupa mucho la “cicatriz” que a largo plazo dejarán el desempleo y el cierre de empresas. Y podrían tener razón.
Pero yo intuyo que muchos analistas han interiorizado excesivamente las lecciones de la crisis financiera de 2008, que, efectivamente, estuvo seguida por años de desempleo, desafiando las predicciones de los economistas, que preveían la recuperación en V experimentada por la economía en otras recesiones vividas con anterioridad. Por si sirve de algo, yo me encontraba entre quienes disentían por aquel entonces, y afirmé que se trataba de una recesión distinta, y que la recuperación tardaría mucho en llegar.
La cosa es que la misma lógica que en la última gran depresión predecía que la recuperación sería lenta, apunta a que esta vez será mucho más rápida, pero, insisto, no hasta que tengamos la pandemia bajo control. ¿Qué frenó la recuperación después de 2008? De una manera muy obvia, el estallido de la burbuja inmobiliaria dejó a las familias con niveles elevados de endeudamiento y con balances de cuentas muy debilitados, que tardaron años en recuperarse. Sin embargo, esta vez, las familias entraron en la recesión provocada por la pandemia mucho menos endeudadas. El valor neto sufrió un golpe breve, pero se recuperó enseguida. Y probablemente hay mucha demanda contenida: los que han conservado su empleo han ahorrado mucho durante la cuarentena, acumulando mucha liquidez.
Todo esto me indica que el gasto aumentará en cuanto la pandemia remita y los ciudadanos se sientan seguros para moverse con libertad, del mismo modo que el gasto se disparó en 1982, cuando la Reserva Federal rebajó los tipos de interés. Y esto a su vez da a entender que Joe Biden presidirá finalmente una recuperación del tipo “amanecer en Estados Unidos”.
Lo cual me lleva a la política. ¿Cómo debería Biden anunciar la buena noticia económica cuando se produzca, si es que se produce? Ante todo, debería celebrarla. No espero que Biden se dedique a jactarse al estilo de Trump; no es esa clase hombre, y su equipo económico estará compuesto por personas a quienes les interesa su reputación profesional, no por charlatanes y aficionados como los que pueblan la actual Administración. Pero puede resaltar las buenas noticias, y señalar que refutan las afirmaciones de que, de algún modo, las políticas progresistas impiden la prosperidad.
Además, Biden y sus subordinados no deberían dudar en desafiar a los republicanos si intentan sabotear la economía, cosa que, por supuesto, harán. Ni siquiera me sorprendería ver esfuerzos republicanos por impedir una distribución generalizada de la vacuna. ¿Qué? ¿De verdad piensan ustedes que habrá líneas que un partido que se niega a cooperar con la administración entrante no esté dispuesto a cruzar?
Por último, aunque Biden debería aprovechar al máximo las buenas noticias económicas, tendría que intentar cosechar más éxitos, y no dormirse en los laureles. Las expansiones económicas puntuales no son garantía de una prosperidad duradera. A pesar de la rápida recuperación de 1982-1984, el trabajador estadounidense medio ganaba, teniendo en cuenta la inflación, menos en 1989, al final de la presidencia de Reagan, que en 1979. Y aunque soy optimista respecto a las perspectivas inmediatas para la economía posterior a la vacuna, seguiremos necesitando invertir a gran escala para reconstruir nuestras desmoronadas infraestructuras, mejorar la situación de las familias estadounidenses y, sobre todo, prevenir el catastrófico cambio climático.
De modo que, incluso si acierto respecto a las perspectivas de que con Biden tendrá lugar una expansión, las ventajas políticas de esa recuperación no deberían provocar complacencia, sino que deberían utilizarse para afianzar la situación de Estados Unidos a la larga. Y el hecho de que Biden tal vez lo consiga es razón para la esperanza.
Aquellos de nosotros a quienes nos preocupa el futuro nos sentimos aliviados al ver la derrota de Trump, pero profundamente decepcionados por la incapacidad para conseguir que la marea azul se materializase en los cargos políticos que aparecían más abajo en la lista de candidatos. Sin embargo, si tengo razón, la peculiar naturaleza de la crisis económica causada por el coronavirus podría dar a los demócratas otra gran oportunidad política. Hay muchas probabilidades de que logren presentarse a las elecciones de mitad de mandato en 2022 como el partido que sacó el país y la economía de las profundidades de la desesperación causada por la covid. Y deberían aprovechar esa oportunidad, no solo por su bien, sino por el bien del país y del mundo.
Paul Kruman es Premio Nobel de Economía © The New York Times, 2020. Traducción de News Clips