El chavismo ha insistido en que los venezolanos pobres consumían Perrarina hasta que Chávez les mejoró la dieta. Ahora resulta que los venezolanos no es que comen forraje, es que directamente se comen al perro. La realidad es que los reclusos venezolanos, de cuya integridad es responsable el Estado, tienen que pagar en dólares el agua potable; y que ya se han hecho cotidianas las muertes por hambre en los penales. Los pobres venezolanos de hoy comen perros y gatos, porque el régimen los condenó a la miseria.
-Deben estarles dando palizas espantosas -dice un vocero de los familiares de los presos del Centro de Formación para el Hombre Nuevo “El Libertador”-. Sus temores se fundan en el hecho de que los convictos fueron sometidos a régimen de castigo por haberse comido la perrita del ex director del penal.
Según divulgó el OVP (Observatorio Venezolano de Prisiones), en su cuenta de Twitter, los familiares alertan que los reos se están muriendo de hambre, pues solo les dan una “comida” y un pan de vez en cuando. “El hambre desespera y más si tienen tiempo sin comer una comida completa. Tremenda pela que les darían y ahora ni siquiera les darán la aguada de arroz que les dan a todos”, dijo uno de los parientes.
Con este episodio se cambian las tornas. De la mentira de Hugo Chávez, según la cual antes de su llegada al poder millones de personas se alimentaban de Perrarina en Venezuela, al hecho documentado de que unos reclusos atraparon a la Rottweiler de un directivo para comérsela. A qué grado de desesperación han tenido que llegar unos hombres para echar en una olla a un animalito al que llamaron por su nombre (Princesa).
El hecho, de suyo estremecedor, está lleno de aristas atroces. Un directivo de una prisión venezolana que tiene un animal de raza, alimentado con gran probabilidad con pienso importado (de seguro pagado en dólares); unos presos deshumanizados en cuyo sustento se invierte menos que en el de una mascota; unos familiares que denuncian que la comida que les llevan a los reclusos se la comen los custodios, cuyos salarios, por cierto, no alcanzan para cubrir su subsistencia, mucho menos la de sus familias.
Hasta hace unos días, esta vez en boca de Jorge Arreaza, el chavismo ha insistido en que los venezolanos pobres consumían Perrarina hasta que Chávez les mejoró la dieta. Ahora resulta que los venezolanos no es que comen forraje, es que directamente se comen al perro.
La carne del pueblo
El 21 de febrero de 2008 Chávez afirmó, en cadena audiovisual, que había un estudio donde quedaba comprobado que millones de venezolanos apelaban a la Perrarina para saciar el hambre. Nunca hubo tal estudio. El golpista del ‘92 aludía a un recuadro de menos de media cuartilla, de la revista Producto, del año ‘95, donde se decía que el dueño de un abasto había notado un aumento en las ventas de pienso para perros. No se consultaba al Instituto Nacional de Nutrición, no se recogía el testimonio de alguien que hubiera recurrido a pitanza tal.
“Millones de venezolanos”, dijo Chávez ante los micrófonos, “que hasta hace ocho años no podían consumir un bistec, así llamado (sic), un pollo en salsa, un arroz con pollo, pero con pollo, no con olor a pollo con cubito […] No podían comerse un pabellón, carne mechada. No podían. Millones. ¿Alguien recuerda aquellos años?, fueron los meses previos al Caracazo, cuando salió un estudio, yo lo recuerdo muy bien, en el cual se demostraba con cifras, un estudio hecho en el mercado, algo muy extraño, en Venezuela se disparó el consumo de Perrarina. ¿Se acuerdan ustedes de eso? Hay que hacer memoria. Ahora, cuando empezaron a investigar, no es que había más perros en Venezuela, una perrera por todos lados. No. Las madres pobres, desesperadas, era lo único que podían comprar para darles de comer a sus hijos, para que no se murieran de hambre”.
En 2016, Nicolás Maduro, durante un acto del PSUV, en Caracas, aseguró que “antes de la revolución solo se comía mortadela y Perrarina, que eran la carne del pueblo”. Rafael Ramírez, presidente de la hoy destrozada PDVSA y ministro de Petróleo, entre otros altos cargos del régimen, sostuvo la misma tesis ante las cámaras. Pero nunca han presentado algún experto en nutrición o algún siquiatra que explique por qué alguien gastaría lo poco que tuviera en concentrado para animales, que siempre ha sido más caro que, por ejemplo, la harina de maíz, verdadera fuente de nutrición de los venezolanos de todas las clases.
El estudio del que habló Chávez jamás apareció. Nadie lo ha leído, citado o reconocido su existencia; y, de hecho, la ingesta de Perrarina en humanos no aparece mencionada en Anales Venezolanos de Nutrición, que tenía 20 años de circulación al momento en que el grotesco de Sabaneta hizo la aseveración que sus repetidores admitieron como catecismo. Lo que sí está documentado es que el gobierno de Chávez suspendió el Programa del Vaso de Leche para niños en edad preescolar y primaria, iniciativa de la democracia; y que en 1989, durante el segundo mandato de Carlos Andrés Pérez, se instrumentaron otros programas, como la Beca Alimentaria, los Hogares de Cuidado Diario, y el PAMI, Programa de Asistencia Materno Infantil, que incluía la distribución de leche en la población infantil. A principios de los ‘90, se atendía 1,9 millones de niños. El Vaso de Leche se mantuvo durante el gobierno de Caldera… hasta que Chávez lo eliminó y el programa no fue reactivado, excepto en estados como el Zulia, que lo mantuvieron un tiempo como prerrogativa autónoma.
También está documentada la sistemática destrucción de la actividad agropecuaria e industrial venezolanas para favorecer las economías de otros países, un proyecto de devastación que debe imputarse como conducta de extrema violencia y contravención a los Derechos Humanos.
La realidad, la terrible realidad que el mundo debe conocer, porque solo la ayuda humanitaria proveniente del exterior puede solventarla, es que tras dos décadas de socialismo militarista, la inmensa mayoría de los venezolanos no podría permitirse media taza de Perrarina, ¡ni soñar una rebanada de mortadela!
Los venezolanos de los tiempos de Maduro huyen del país a pie, enfrentando toda clase de acechanzas e injusticias para no morir de hambre en su país ni ver a sus familiares consumirse en doloroso y largo ayuno.
La realidad es que los reclusos venezolanos, de cuya integridad es responsable el Estado, tienen que pagar en dólares el agua potable; y que ya se han hecho cotidianas las muertes por hambre en los penales.
La realidad es que los pobres venezolanos de hoy comen perros y gatos, porque el régimen los condenó a la miseria.