Jesús Piñero: ¿Para qué sirven los partidos políticos en Venezuela?

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En el siglo XX los partidos políticos fueron los grandes protagonistas del país, pero ahora la historia es distinta: solo existe una voz cantante, la del gobierno. Después de ser los mediadores entre la ciudadanía y el Estado, estas organizaciones perdieron la conexión con la gente. ¿Qué pasó aquí?

Los venezolanos que llegaron a los años noventa del siglo XX lo hicieron con un agotamiento de sus partidos políticos. Así escribió Manuel Caballero en Las crisis de la Venezuela contemporánea (1903-1992).

Fue una crisis que se expresó en el desprestigio de esas organizaciones, tras cuatro décadas de predominio en todas las esferas de la sociedad. Entre 1958 y 1998, los partidos políticos marcaron la pauta como intermediarios entre el Estado y los ciudadanos, relación enmarcada dentro de la serie de consensos que tuvieron una sacudida a fines del siglo XX.

Los partidos políticos fueron más que una plataforma para alcanzar el poder. Fueron parte sustancial de la identidad venezolana de la segunda mitad del siglo XX. “Los partidos formaban parte de la identidad de cualquier persona, como era su origen regional o su religión, porque había una compenetración muy grande que funcionaba en un ambiente bastante cordial, que cumplía un rol muy importante en la ubicación del individuo en la sociedad”, dice el historiador Tomás Straka, numerario de la Academia Nacional de la Historia y profesor universitario.

Straka también considera que cuando la economía venezolana no se renovó en el ocaso del siglo XX, los partidos se convirtieron en los chivos expiatorios de esa crisis: “Cuando ya no podían seguir viviendo mejor, a la causa a la que antes le atribuían su prosperidad, ahora le atribuían su malestar. Esto fue muy fácil porque la sociedad encontró a unos enemigos culpables y así ella se exculpaba”.

Después de ser las grandes plataformas que –junto a otros sectores– hicieron posible la restauración de la democracia en 1958, ahora empezaban a ser señalados.

Aclara Straka que los partidos tuvieron su cuota de responsabilidad en el desprestigio que vivieron el siglo pasado: “Ellos hicieron un conjunto de ejecutorias que ayudaron a hacer verosímil esta idea del desprestigio. La corrupción se había extendido en la medida en que había más poder, cuando la democracia de consensos perdió enemigos externos, cuando perdió eficiencia porque los favores partidistas sustituyeron a los talentos. La gente tenía razones para pensar así, aunque no era así del todo”. Esto, claro, repercutió en el devenir de la política nacional.

Corrupción y antipolítica

Los culpables no podían ser otros que Acción Democrática (AD) y el Comité de Organización Política Electoral Independiente (Copei), que hasta entonces se habían mantenido en el poder gracias al respaldo popular. Cuando el clientelismo se convirtió en el brazo de estos partidos, la crisis se hizo inevitable. La economía venezolana presentó contracciones en los años ochenta, la corrupción creció y los partidos transitaron hacia el precipicio.

Los noventa fueron los años de su desprestigio, los años de la antipolítica. Una ola que aprovechó el outsider Hugo Chávez.

William Dávila, diputado a la Asamblea Nacional durante el período 2016-2021 y militante de AD, reconoce los problemas que llevaron al partido a su desprestigio: “La reelección trancó nuevos liderazgos que se podían haber fomentado, pero también la corrupción, el aburguesamiento de nuestros dirigentes que se fueron alejando de los comités locales, alejando del pueblo. El partido se fue convirtiendo en una suerte de agencia burocrática y de contrataciones, se abandonó la formación ideológica”. Entonces, habían pasado de ser el partido hegemónico a ser el minoritario.

Nelson Chitty La Roche, militante de Copei, aunque admite la crítica, le acarrea la culpa de esa crisis a los medios de difusión: “Napoleón Bravo en las mañanas, las emisoras de la tarde y Alfredo Peña, ahí no quedaba hueso sano. Radio Caracas con aquella novela ‘Por estas calles’. Es decir, la visión que nos presentamos como sociedad fue muy negativa”. Para él, cuando la antipolítica arrastró a los dirigentes y sus toldas, también legitimó a los outsiders: “Irene Sáez, Hugo Chávez, Henrique Salas Römer, quien, pese a estar dentro, no era una figura que simbolizara el sistema”.

Tanto Dávila como Chitty La Roche coinciden en que, después de la crisis de los noventa, los partidos políticos se recuperaron, pero ya los tiempos eran otros.
Sus opiniones no son concordantes a la hora de valorar el estado actual de las toldas. El primero dice: “Los partidos sirven hoy más que nunca porque se construyen para exigir derechos humanos en la calle”. El segundo, por el contrario, admite otra cosa: “Hoy en día los partidos políticos en Venezuela viven la hora del descredito conciudadano”. La realidad confirma esto último si evaluamos a los nuevos protagonistas.

Errores y costos

Del mismo seno de la crisis de los partidos en los años noventa emergieron organizaciones que, ya en el nuevo siglo, comenzaron a consolidarse como plataformas políticas alternativas al chavismo. Estas toldas buscaron sustituir al viejo sistema de partidos con nuevos rostros y una dirigencia joven.

Sin embargo, ante la popularidad del chavismo y la eficiencia de su maquinaria, se les hizo cuesta arriba poder mantenerse en la escena política. El 3 de marzo del año 2000 se fundó Primero Justicia y el 5 de diciembre de 2009, nació Voluntad Popular.

No fueron los únicos, pero sí los que lograron posicionar a los principales líderes que le hicieron frente a Hugo Chávez y a Nicolás Maduro.

Julio Borges, Henrique Capriles Radonski, Leopoldo López y Juan Guaidó forman parte de estas nuevas filas, acompañadas por muchos disidentes de los partidos tradicionales.

Después de años de exigencia y triunfos –como ocurrió el 6 de diciembre de 2015 al ganar la mayoría calificada de la Asamblea Nacional–, hoy los partidos perdieron la conexión con la gente. O al revés: la gente no quiere saber más nada de los partidos.

El diputado y dirigente de Primero Justicia, Juan Pablo Guanipa, quien además ejerce la primera Vicepresidencia de la Asamblea Nacional, admite los errores cometidos: “No hemos logrado el objetivo que nos planteamos: sacar a Maduro del poder, pero también tenemos la interferencia cubana que busca desestabilizar las bases de apoyo. Nuestra gente ha sido víctima, ha tenido que dejar su tierra para subsistir. Estas razones podrían explicar esa desconexión”.

A finales de 2019, tres miembros del partido colaboraron con el gobierno madurista en contra de Juan Guaidó.

Freddy Guevara, diputado por Voluntad Popular, coincide con Guanipa y dice: “Porque no hemos logrado los objetivos, eso es algo que nos afecta a todos los partidos de oposición y no solamente a Voluntad Popular. Al ser parte de la unidad nos ha tocado asumir decisiones que tienen costos políticos compartidos, por ejemplo, la participación en las elecciones regionales de 2017”.

En diciembre de 2020, José Gregorio Noriega Figueroa fue expulsado de la organización por colaborar con el chavismo también contra Juan Guaidó.

El partido y sus funciones

En junio de 2020, el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) le quitó a Primero Justicia su tarjeta, colores y símbolos, pero luego se los restituyó en el mes de septiembre, tras las conversaciones de Capriles Radonski con el gobierno madurista.

Otros partidos han padecido el mismo destino, están al borde la extinción. Pero no es la primera vez que el Estado amenaza con hacerles desaparecer. Marcos Pérez Jiménez ilegalizó al Partido Comunista de Venezuela (PCV) y a AD, pero sus acciones parecen haber sido de menor magnitud que las del chavismo.

¿Pasamos, entonces, de una democracia de partidos a una democracia del partido?

El historiador Tomás Straka dice que no: “En Venezuela no gobierna el partido. El PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela) forma parte del gobierno, pero no es el gobierno. El partido forma parte de una alianza mucho más amplia, no es una democracia del partido”.

El politólogo y profesor universitario Guillermo Tell Aveledo Coll sí considera que el Estado está al servicio de la revolución dictada en el PSUV, aunque fuera del Estado el partido de gobierno no tenga existencia.

—¿Hay una pretensión por establecer un partido único en Venezuela?

—A efectos prácticos, ya no es necesario un partido único formalmente. Ocurre si los demás no son relevantes.

—¿Cómo y por qué los partidos terminaron siendo casi nada?

—El factor esencial es la represión estatal. Desde la Constitución de 1999 existe una marcada hostilidad oficial hacia los partidos, entendiéndolos como manifestaciones sociales autónomas del Estado para competir por el poder, en ejercicio de sus derechos políticos y de asociación. Pero esa hostilidad ha crecido porque, ante la posibilidad de que la oposición tomase el poder electoralmente, este Estado se ha cerrado más y más. La existencia y la dinámica partidista son intrínsecamente contrarias a un sistema autoritario. Por eso se les prohíbe, inhabilita, coopta, limita, exilia, apresa y se castiga a sus líderes.

Eso genera un círculo vicioso, que es el abandono de la participación de espacios legítimamente ganados, e incluso la búsqueda de otras tácticas de toma del poder; pero la causa es la misma: el Estado reprime la actividad que le es ajena. Claro está, hay también un sentimiento, muy arraigado en nuestra cultura política, de denostar de la política tradicional. Y eso ha causado que a la sociedad le haya faltado vigor para defender a sus partidos. Quienes a ellos se unen son, cuando menos, “gente rara”, y en general nos preciamos de la pureza del independiente. Ese es un error de nuestra sociedad.

—¿Para qué sirve un partido político en Venezuela?

—La función de un partido es canalizar demandas difusas de la población en programas más precisos, formando cuadros de dirigentes que competirán para ser los conductores del gobierno –es decir, que se presentarán a elecciones para buscar la autorización de la población en ejecutar tales propósitos–. Obviamente, si estás en un partido de oposición en un sistema autoritario, eso está vedado: las funciones de un partido se ven esencialmente restringidas a la resistencia y a la supervivencia. Se puede escoger hacerlo buscando espacios dentro del sistema –incluso para cambiarlo desde adentro–, o fuera de éste… Ninguna de esas rutas está exenta de riesgos físicos y morales.

Ahora bien, ¿hace falta esa voz, esa representación? El descontento hacia las carencias del gobierno interino da cuenta que esa necesidad existe y que al ser insatisfecha genera desasosiego. Otro tanto es si eres parte del status quo, es decir, si eres un partido del régimen en un sistema autoritario. Pasa con el PSUV, el GPP, y otros partidos satélites: su rol es distribuir recursos estatales y nada más. No tienen una función representativa sino directiva sobre la sociedad –y fuera del PSUV, ni siquiera esto último–.

—¿Cómo recuperamos la democracia sin partidos políticos?

—Ese no es el rol solo de los partidos políticos, ni siquiera puede decirse que sean los mejores actores para promover el cambio si nos atenemos a la historia mundial reciente. Eso sí, si se da una súbita transformación en el gobierno, el que ese cambio termine en democracia solo será posible si existen organizaciones de valores pluralistas, arraigo social y liderazgo responsable, que actúen dentro de reglas que permitan su expresión y su participación abierta. De otro modo, no habría democracia como la entendemos.

 

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