El “liderazgo” en la oposición venezolana luce comprometido en cualquier convocatoria a eventos de participación electoral. Los llamados a la abstención han penetrado las bases de la sociedad, y los ciudadanos vienen perdiendo el gusto por el voto al momento de seleccionar a sus representantes, o de castigar gestiones de gobierno por incumplimiento de sus ofertas. La estrategia le ha funcionado a sectores centralizados del gobierno, y la oposición radicalizada. El costo beneficio está ajustado en función del interés particular, y no del país.
Los oficialistas, observadores de las respuestas de los “dirigentes opositores”, y del movimiento de los ciudadanos, planifican sus acciones con cálculo de terror, y aciertan al llevar a su trampa a la disidencia, alejándola de las urnas electorales, alcanzando el objetivo de mantenerse en el poder mediante el sufragio, con escasa participación de electores. Las declaraciones públicas tienen la dirección pensada y diseñada para ofuscar el pensamiento adverso, son el trapo rojo sincronizado con la estrategia del desánimo. Así los demócratas pasan a ser dictadores, y los dictadores demócratas. Es el aluvión de su gesta.
La ira y agresión verbal del régimen y algunos factores de oposición, se mantienen en la palestra contra los disidentes de esas tergiversaciones. Es la forma en que se desligan de la rendición de cuentas a los electores al momento de resultados adversos, o del ejercicio del poder. Así mitigan el impacto social, y pisotean la institucionalidad. Al sistema electoral le decretaron la pena de muerte al despojarlo de su autonomía funcional, atenuando la pérdida de credibilidad y confianza de las personas. Al desprestigio del voto manual en tiempos de la cuarta, el tormento le llega la era tecnológica. La trampa y el fraude son el coctel del día en las huestes de la orfandad de propuesta. Se navega en la arena, y las olas del desierto se tragan el escaso reclamo de la sobriedad.
La fantasía soporta el vendaval del absurdo. La ausencia de reconocimiento de errores cometidos en algunos factores de oposición, conlleva a la evasión de las responsabilidades, y acumulan las incoherencias en el actuar, apelando a mitos, fabulas y leyendas, producto del desespero, motivados por el engaño y manipulación de los ciudadanos, beneficiando la estrategia del oficialismo. Del régimen no se puede esperar actuación demócrata, pero que los demócratas no actúen como tal, es para pensarlo.
El régimen Maniató a todos los participantes, alcanzando el propósito de explosionar los partidos políticos y sus dirigentes, y desarticular las instituciones. A la siembra de la duda, se le unió el decadente liderazgo nacional. La abstención no es la salida a la crisis política, económica y social que impera en Venezuela. La destrucción del voto ha encontrado fuerza en actores sin escrúpulos, que ha sumado voluntades inocentes en ese accionar. El hilo social hay que restituirlo con paciencia y decoro, al igual que se debe rehabilitar el estado de derecho violentado por las huestes de los revolucionarios del siglo XXI. Las parlamentarias del 2005 dejaron su secuela en la sociedad venezolana, pero todavía su enseñanza, pareciera, no entra en las viviendas de los ciudadanos, a pesar de haber pasado 15 años de tan lamentable error político.
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