La escogencia del candidato de Acción Democrática para las elecciones presidenciales de 1968, entre Gonzalo Barrios y Luis Beltrán Prieto Figueroa, produjo la más importante y traumática división sufrida por dicho partido en toda su historia. Dos fuertes posiciones, la liderada por Rómulo Betancourt y la dirigida por Jesús Ángel Paz Galarraga se enfrentaron internamente. La posición del expresidente Betancourt fue terminante: “La candidatura de Prieto, con sus excesos ideológicos, compromete la estabilidad del régimen democrático”. Ante esta realidad prefirió dividir el partido. En la convención nacional de diciembre de 1967 fueron expulsados de Acción Democrática su presidente Prieto Figueroa y su secretario general, Paz Galarraga. Ambos se dirigieron a la Corte Suprema de Justicia con el fin de plantear la violación de los estatutos internos del partido. La decisión fue desfavorable a su planteamiento. Ante esa situación, un amplio sector de dirigentes y militantes decidieron seguir a Prieto en la fundación de una nueva organización política, el Movimiento Electoral del Pueblo, y lanzar su candidatura. Acción Democrática mantuvo la postulación de Gonzalo Barrios. El resultado electoral demostró la mayor fuerza del partido, pero le ocasionó la pérdida del poder.
El triunfo de Rafael Caldera y Copei dieron paso a una importante transición política: un régimen hegemónico, con predominio de un solo partido, evolucionó a uno de diversidad de partidos: Copei, 29,13%; AD, 28,24%; Frente de la Victoria (coalición de partidos); 22,22% y MEP, 19,34%. Además, quedó demostrada la independencia y separación de los poderes del Estado al hacer respetar el triunfo de Rafael Caldera, a pesar de haber superado a Gonzalo Barrios por solo 32.000 votos. Después de la derrota electoral, Antonio Léidenz, Carlos Andrés Pérez y Luis Piñerúa Ordaz fueron designados en la Convención Nacional de Acción Democrática de ese año, presidente, secretario general y secretario de organización respectivamente. Carlos Andrés Pérez se dedicó a modernizar el partido y a restañar las heridas causadas por tan grave división. Su candidatura presidencial empezó a tomar fuerza. El único obstáculo era la figura de Rómulo Betancourt y su posibilidad de ser reelecto. Sin embargo, Betancourt decidió, de manera terminante, no aspirar a la presidencia de la República. Al hacerlo, las posibilidades presidenciales de Carlos Andrés Pérez se vieron fortalecidas. En la Convención Nacional de Acción Democrática, de agosto de 1972, fue designado candidato presidencial para las elecciones de 1973.
La campaña electoral de Carlos Andrés Pérez se caracterizó por un marcado dinamismo, arengada por los lemas “democracia con energía” y “ese hombre si camina, va de frente y da la cara”, sugeridas por expertos en estrategias electorales como expresiones características de su imagen política. Su mensaje también se reorientó a dar respuesta a las exigencias de una sociedad que, con rapidez, empezaba a transformarse en urbana en medio del fortalecimiento de una importante clase media y de vastos sectores populares concentrados, en zonas marginales, en las grandes ciudades. Además de Pérez, los demás candidatos fueron: Lorenzo Fernández, por Copei; Jesús Paz Galarraga, por una alianza entre el Movimiento Electoral del Pueblo y el Partido Comunista; José Vicente Rangel, por una alianza entre el Movimiento al Socialismo y el Movimiento de Izquierda Revolucionario; y Jóvito Villalba por el partido Unión Republicana Democrática. Los resultados de esa elección demostraron una nueva transformación del espectro político venezolano. El multipartidismo se transformó en bipartidismo al obtener Acción Democrática el primer lugar con el 48,70 %, y Copei el segundo lugar con 36,70% de los votos. Los demás candidatos solo obtuvieron alrededor de 5%.
Los venezolanos recibieron el triunfo de Carlos Andrés Pérez con gran esperanza. Su primer discurso lo terminó con una impactante frase: “La abundancia de recursos fiscales ha sido un espejismo que ha contribuido a que nos engañemos sobre la verdad de la sociedad venezolana. Mi gobierno administrará esta abundancia con criterio de escasez, es decir, con eficiencia, con equidad y justicia distributiva”. El ingreso petrolero había pasado de 16. 433 millones de dólares en 1973 a 42.799 millones en 1974. La aprobación de una Ley Orgánica, autorizándolo a tomar medidas extraordinarias en materia económica y financiera, le permitió desarrollar un ambicioso proyecto de transformación nacional. Sus acciones más importantes fueron: la nacionalización petrolera; la reconversión y consolidación de la deuda agrícola; la recuperación del Fondo de Pensiones del Seguro Social; la consagración de la antigüedad y cesantía como derechos adquiridos de los trabajadores; la creación del Fondo de Inversiones; el Programa de Becas Gran Mariscal de Ayacucho; la nacionalización del hierro; el desarrollo de las Industrias Básicas de Guayana; el V Plan de la Nación; la recuperación del sistema vial; el programa de electrificación, la construcción de acueductos y la conservación ambiental con la declaración de importantes zonas del país como parques nacionales.
En la trascendente entrevista que le hicieron a Carlos Andrés Pérez los periodistas Ramón Hernández y Roberto Giusti, publicada por Libros El Nacional en el año 2006, titulada Memorias proscritas, el propio presidente Pérez analizó su primer gobierno con gran sentido crítico. “La obra de mi gobierno no fue perfecta. No se concretó la reforma económica que requería el Estado venezolano. Sería tal vez el aspecto más reprochable, pero producto de una realidad latinoamericana. En Venezuela no se entendía la necesidad de una profunda reforma de nuestra economía, seguíamos dentro de los patrones del subsidio y del proteccionismo. Era así y no hicimos esfuerzos reales para resolverlo. La gran traba, en todo este proceso que iniciamos en 1974, fue que no tuvimos el coraje de devaluar la moneda y entrar en el comercio internacional. Nos mantuvimos exclusivamente como un país petrolero, sin desmontar la política paternalista. Teníamos una moneda sobrevaluada y no podíamos competir con ningún país del mundo…” Esta razonada autocrítica, y su permanente disposición a aceptar, sin rencores, el juicio de la historia y de sus adversarios políticos a su primera presidencia, son una fehaciente demostración de su admirable talante democrático. Sin duda alguna, cometió errores, pero es imposible negar el balance positivo de lo que fueron cinco años de permanente avance en todos los órdenes del devenir nacional.
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