Se nos llegó otra vez el diciembre de bautismales pesebres y arbolitos, pero tan cruel ha sido el año que termina, tan así de infructuoso, que pudiera parecer un irrespeto su imprudente y golosa mención, festiva y navideña, frente al lector que atribulado suspira lo que debió ser alegría, esperanza, reencuentro, y que no es sino tristeza, letargo, lejanía.
Diciembre nos llega pero como nunca en la vida y nos mira desconcertados al descubrirnos enmascarados de ansiedad en un presente exiguo, en el que náufragos nos aferramos a una aguja insensible en cuya picadura de avispa se supone encontraremos respiro de vacuna, puerto que vaya usted a saber. Ojalá.
Se nos llegó diciembre, esta vez para enseñarnos la mentira que somos y que seguimos siendo, que no quiere aprender de lo evidente que se muestra cada día al mirar por la ventana de los ojos hacia nuestro despedazado planeta, habitantes incluidos, o hacia el alma atribulada de cada quien, con tantas excepciones de maldad y avaricia.
Se nos llegó diciembre como si hubiera guerra y no entiende, mes siempre tan gozoso, que es peor que una guerra lo que ocurre, pues el causante actúa por doquier invisible en su perversidad inmune.
Se nos llegó diciembre en Venezuela y mientras el cielo se exhibe como nunca tan teñido de azul, el país se consume como jamás en gris menesteroso y de salitre. Pero no será el último de todos como de incomparable es este, cuando la esperanza es terca, perseverante e imagina glotona lo que puede ocurrir.
Apuesto lo que falta y lo que sobra a que tendremos pronto luces y vítores de armonía y festejo para cada quien y para todos en un cercano tiempo que soñamos desde hace tanto que casi que se olvida.
Se nos llegó el diciembre de inventarle a los niños un hechizo de calor entrañable que ellos no olvidarán ni tampoco nosotros. Se nos llegó un diciembre cuando amarnos de cerca es tan urgente como soñar de lejos que podemos unidos construir en lo inmenso un país a raudales.