La renovación de la Asamblea Nacional en unas cuestionadas elecciones evidencia la fractura social y la brecha entre el Gobierno y la oposición
Venezuela vive en una campaña electoral permanente desde la llegada de Hugo Chávez al poder. El argumento central del expresidente y después del Gobierno de Nicolás Maduro para defender su permanencia en el poder frente a las presiones ha sido la aprobación popular en 22 de los 24 comicios celebrados en poco más de 20 años. Los votantes estaban llamados de nuevo a las urnas este domingo para renovar la Asamblea Nacional en una convocatoria que supuso el enésimo triunfo del chavismo, que competía sin rivales reales. El presidente proclamó la victoria poco antes de las dos de la madrugada, hora local. Pero como las últimas elecciones, esta también encerraba una paradoja. En lugar de dirimir una disputa política, la votación evidenció una fractura, que es institucional pero sobre todo social, y profundizó la brecha entre el régimen bolivariano y la mayoría de la oposición, que rechazó participar en medio de acusaciones de fraude.
A la espera de conocer los resultados oficiales y la participación, que según las encuestas no iba a superar el 30%, la jornada marca una nueva fase de la grave crisis que sufre el país sudamericano. Juan Guaidó y los partidos que le apoyan perderán el control del Parlamento que controlaban desde las elecciones legislativas de 2015. El líder opositor lanzó en enero de 2019 su desafío a Maduro proclamándose jefe de Estado interino precisamente en virtud de su cargo de jefe de la Asamblea Nacional. Como tal obtuvo el reconocimiento de más de 60 países, con Estados Unidos y Colombia a la cabeza. Sin embargo, ese efecto, que ya tenía una carga principalmente simbólica, se va a desvanecer desde el punto de vista institucional el próximo 5 de enero, cuando tomen posesión los diputados electos este domingo. Entre ellos no había ningún dirigente antichavista con capacidad para competir con el cartel encabezado por el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Este sector llegó a un acuerdo con el Gobierno y decidió concurrir a diferencia de los fieles a Guaidó, que no confiaban en el árbitro, el Consejo Nacional Electoral, y cuyas formaciones fueron intervenidas, inhabilitadas y hostigadas por el Tribunal Supremo.
“Nace una nueva Asamblea Nacional, nace una nueva esperanza, un gran cambio, y yo me pongo al servicio de esa nueva Asamblea Nacional, viene mucho trabajo”, proclamó Maduro en una conferencia de prensa celebrada durante la jornada. “Fueron cinco años nefastos, de fracaso. Ellos pidieron y trajeron las sanciones económicas”, lanzó el mandatario, que responsabilizó abiertamente a Guaidó y a los expresidentes del Parlamento Julio Borges y Henry Ramos Allup. “Tienen nombres, apellidos y rostros los responsables del fracaso”, insistió. Pero si estas elecciones suponen una victoria para el chavismo, una más, su celebración está lejos de resolver el problema de fondo. La sociedad venezolana no está solo polarizada o dividida. La brecha va mucho más allá y la desconfianza en los representantes políticos alcanza tanto al Gobierno como a la oposición, según recogió recientemente la firma Datanálisis. El hartazgo es probablemente unos de los sentimientos más transversales en Venezuela.
A eso se añade una profunda emergencia económica que quizá el régimen logre maquillar en algunos sectores de Caracas, para que el que llegue del exterior pueda llevarse una imagen favorable. La burbuja, inflada en los últimos días por la reactivación de las actividades comerciales, es, sin embargo, una ilusión óptica. Y el desaliento se palpó este domingo en las urnas. Tanto es así que la autoridad electoral tuvo que improvisar a media tarde una ampliación del horario de la apertura de las mesas para tratar de conjurar la elevada desmovilización. Al filo de la medianoche, Guaidó acusó al Gobierno de “fabricar resultados”. “Ahora saben que está en jaque hasta su esquema de control social, muchos no cayeron en el chantaje y la mentira”.
Poco antes, el líder opositor, que reclama unas elecciones presidenciales con garantías y observación internacional plena, se había dirigido a sus seguidores. “A pesar de la censura y hegemonía comunicacional, la verdad no se puede ocultar: la mayoría de Venezuela le dio la espalda a Maduro y a su fraude que empezó hace meses”, afirmó. El Gobierno, mantuvo, “perdió todo el apoyo popular”. Quienes queremos cambio en Venezuela somos una amplia mayoría. Por eso no se atreven a convocar elecciones libres. Por eso tienen que controlar el árbitro, elegir sus contrincantes, negar la observación internacional, extorsionar a un pueblo con hambre, con necesidad, diciendo que ‘el que no vota, no come’”, continuó en referencia a unas declaraciones de Diosdado Cabello, número dos del chavismo y candidato a la Asamblea Nacional, durante la campaña.
Maduro habló cuando las urnas todavía estaban abiertas, pero tardó en pronunciarse al cierre de los colegios en contra de su costumbre. Aunque la cúpula del régimen mostró desinterés por las presiones internacionales, todos estaban pendientes de las primeras reacciones. “Nosotros somos tercos y no han podido ni podrán con nosotros”, había enfatizado el sucesor de Hugo Chávez en referencia a las sanciones al sector petrolero.
Ni la Administración de Donald Trump, la primera valedora de Guaidó, logró resultados reales en su intento de derrocar al Gobierno. Ni los intentos de diálogo ensayados por la Unión Europea o Noruega llegaron a buen puerto. Pero también en Caracas saben que necesitan interlocutores internacionales que vayan más allá de Rusia, Irán, Turquía o China, sus aliados habituales. El expresidente del Gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero, quien participó en una misión de observación, pidió a Bruselas que reconsidere su decisión de no reconocer el nuevo Parlamento y haga una reflexión sobre las sanciones. El chavismo confía, pese a todo, en que Europa relaje las presiones y que la próxima Administración estadounidense de Joe Biden cambie de estrategia. Si no lo hacen, seguirá resistiendo como hasta ahora. Pero el conflicto va más allá: Venezuela está fracturada, en las instituciones y en la calle. Y la recomposición de un país donde puedan darse las condiciones para una competición electoral normal todavía no está en el horizonte.
El País