El término “totalitarismo” tiene seguidores y detractores en el mundo contemporáneo. Cesar Álvarez, mi padre, quien siempre tuvo ideas marxistas, de hecho, estuvo entre los fundadores del partido comunista en Trujillo, repudiaba a los que perseguían el poder absoluto, por ello, confrontó y fue perseguido por las dictaduras de Gómez y Pérez Jiménez. “Este sistema no es lo mejor para la buena marcha de una nación”, decía mi progenitor. La principal causa de la naturaleza polémica del totalitarismo radica en su capacidad para agrupar, en una misma categoría, a regímenes como el nazista y el comunista.
El uso del término totalitario es propio del siglo XX. Fue empleado masivamente a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial con el objeto de criminalizar al comunismo y colocarlo a la misma altura que el nazismo. Muchos intelectuales señalan que, el uso de dicho término resulta inapropiado o anacrónico en los albores del siglo XXI, cuando determinados regímenes y prácticas políticas son a menudo denunciados como “totalitarios” o proclives al totalitarismo.
Se atribuye a Giovanni Amendola el uso del vocablo por vez primera para referirse al gobierno de Benito Mussolini en mayo de 1923. A partir de ahí, sin embargo, el vocablo comenzaría a ser empleado de forma más genérica para referirse a un cierto tipo de régimen político, siempre con una connotación claramente negativa. El progresivo ascenso del uso del término sobreviene ante la necesidad de conceptualizar un fenómeno que se considera nuevo, así como también a la urgencia de comprender los orígenes de dicho fenómeno.
El horror absoluto que sobrevino como consecuencia de los regímenes totalitarios ameritaba una respuesta teórica novedosa y es así como han aparecido tres teorías “clásicas” del totalitarismo: el enfoque filosófico-político que deriva el fenómeno moderno del totalitarismo de ideas políticas más antiguas, el histórico-descriptivo que ubica los elementos y orígenes de la dominación totalitaria en el imperialismo y racismo del siglo XIX y el ideal típico estático que define los regímenes totalitarios a partir de determinadas características.
Al hablar de totalitarismos, siempre se trata de regímenes colectivistas, contrarios a la autonomía del individuo, conducentes a la homogeneización o incluso a la eliminación masiva de los seres humanos que incorporan a su dominación. Se fundan en ideologías que pueden ser tanto míticas como utópicas, pero que en todo caso imponen una enorme ficción por encima de la realidad cotidiana, usualmente mediante un uso masivo de la propaganda y la supresión de la prensa libre que acaban por la fuerza con toda organización que discrepe de su visión total y absoluta, con lo cual suprimen o contravienen el régimen de libertades.
Los autócratas también definen enemigos objetivos y los amenazan con cárcel por discrepar, pero casi todos han terminado al estilo Noriega, Fujimori, por ejemplo, de cuya destrucción aseguran que depende la supervivencia de su movimiento, a menudo involucrándose en guerras y genocidios que, paradójicamente, también los conducen a su propia destrucción; y por último, manifiestan de forma inequívoca un absoluto desprecio por la democracia liberal y sus valores e instituciones.
Algunos teóricos argumentan que el totalitarismo no es solo un tipo de gobierno, sino un conjunto de prácticas y modos de pensar que moldean a los hombres y sus relaciones sociales a partir de ciertas ideas, de determinadas formas de vida en sociedad y de las particularidades que implica el desarrollo industrial. Es también, por consiguiente, una forma de generación de poder, caracterizada por una irrefrenable tendencia a la irracionalidad y por cierta vocación de suicidio social.
Diversos autores hablan sobre “democracias totalitarias”. Así, desde el siglo XVIII tendría lugar el avance de dos formas de democracia en el mundo occidental, con diferentes actitudes hacia la política. Mientras la democracia liberal acepta que la política sea materia en la que se pueda acertar y errar, y mira los sistemas políticos como tretas pragmáticas debidas al arbitrio y al ingenio humanos, la democracia totalitaria se basa en la suposición de una verdad única y exclusiva. Así, la democracia totalitaria moderna es una dictadura que descansa en el entusiasmo popular, similar a lo que Tocqueville denominó la tiranía de las mayorías y otros autores hablan de tiranías de minorías controladas con la tecnología.
En general, dicen algunos que, la raíz del fenómeno totalitario está en lo que Ortega y Gasset llamó “el hecho de las aglomeraciones”, la irrupción de la sociedad de masas en un entorno de rápido desarrollo tecnológico e industrial que termina por dar cabida a nuevas formas de generación de poder que, tal como decía Hannah Arendt: “convierten a los hombres en individuos únicos e irrepetibles, seres dueños de una dignidad intrínseca, en superfluos”.
Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE – Noelalvarez10@gamil.com