“Ya está bien de inútiles batallas entre sí, ¡no más guerras!, sembremos la reconciliación”
Este año los prolegómenos y las vivencias navideñas serán, si cabe, más intimas y de recuerdo hacia esas personas que nos han dejado, o que han sufrido y están sufriendo a causa de la pandemia. Son estas situaciones críticas, verdaderamente, las que muchas veces nos hacen reencontrarnos con nosotros mismos y ver la interdependencia que nos une a todos y con todo. El silencio y la soledad que ahora irradia este orbe circundante, nos hace percibir y contemplar la hondura existencial, el movimiento de belleza que a veces se nos pasaba desapercibido por falta de sintonía, y que nos genera tal vez una mayor empatía para comprender al otro, con el que a veces tenemos distancia y convive con nosotros, hace vecindad a nuestro lado y apenas le conocemos. Sin duda, estamos llamados a entendernos, a socializarnos, a servir y no a dominar. La confusión era grande. Nos urge activar otro tipo de actuaciones más auténticas, más de donación y entrega permanente, más de relación en suma, lo que nos empuja a explorarnos internamente para vivir en armonía consigo mismo y con los demás.
Nos une la observancia de no caer en la desolación. Cuando menos nos necesitamos para soñar otro astro más fraterno, por el que esclarezca la concordia, mediante una visión efectiva y desinteresada. Nadie avanza ni alcanza su madurez aislándose. En el fondo todos requerimos acogernos y recogernos en ese sentido de pertenencia mutua, ocuparnos y preocuparnos los unos por los otros, a pesar de la diversidad de etnias, sociedades y culturas, porque lo armónico llega cuando en realidad se cultiva una ética global de solidaridad y cooperación al servicio de un horizonte forjado por la interdependencia y la corresponsabilidad entre toda la familia humana. No puede quedar nadie excluido. Las sociedades excluyentes fenecen por sí mismas. Precisamente, ahondando en ese compromiso mundial, el Secretario General de las Naciones Unidas acaba de pedir a todos los gobiernos, y a cada ser humano en particular, que activemos nuestro coraje para que el estado de emergencia climática alcance la neutralidad de las emisiones de carbono.
Hoy más que nunca necesitamos creernos y recrearnos en la credibilidad, que no es otra que convertir en realidad la promesa de una tierra sin emisiones contaminantes, para reforestar y proteger nuestros bosques y también los océanos. Desde luego, la afirmación de que toda vida depende de otras savias, no es un ensimismamiento más, sino que es algo que toma cuerpo planteándonos una serie de desafíos, obligándonos a asumir nuevas posiciones y a desarrollar originales transformaciones, tanto en nuestro modo de ser como de actuar. Sea como fuere, cualquier respuesta, ha de ser colectiva y concertada, basada en la confianza mutua. Por desgracia, el recelo prolifera entre nosotros, lo que dificulta un diálogo sincero, incapaz de encaminarse hacia el bien común; haciéndolo, en la mayoría de las veces, hacia intereses encubiertos o particulares. El imperativo moral y humanitario, en consecuencia, ha de ser abecedario común entre todas las naciones. De lo contrario, corremos el grave riesgo de destruirnos mediante el persistente y engañoso espanto de la absurda contienda entre semejantes.
Ya está bien de inútiles batallas entre sí, ¡no más guerras!, sembremos la reconciliación. Hemos de cerrar páginas que nos demuelen. Quizás lo importante, en estos momentos, sea reconstruirnos como ciudadanos de bien; arrimando en todo el corazón, en cimentar un futuro más seguro y saludable, invirtiendo menos en armas y más en sistemas reeducativos y de salud para todos, lo que mejorará la atmosfera social entre nosotros. Considérese que apenas nada podemos resolver por nosotros mismos. Jamás olvidemos que la interdependencia que nos une, ha de requerirnos a pensar en un solo mundo, en un proyecto colectivo más equitativo, por lo que cada día es más indispensable un consenso mundial que nos lleve a promover una gestión más adecuada de los recursos, empezando por asegurar, a todos los moradores del planeta, el acceso al agua potable y a un ambiente sano. Ojalá tomemos conciencia del reflejo de servidumbre, que hay en todo cuanto existe, y en respetar esa complementariedad de visiones que nos enriquecen, puesto que todo está conectado; lo que nos requiere con urgencia devolver la dignidad a los excluidos y, simultáneamente, cuidar de la naturaleza como parte nuestra. Degradarnos y corrompernos, pues, es cavar nuestra propia fosa como especie.
Escritor – corcoba@telefonica.net