Carlos Mendoza Pottellá: Volviendo al ruedo… Del debate petrolero

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El pasado 5 de octubre publiqué mi último artículo, titulado Nacionalismo Petrolero: Veintiún años después, ¿Derrota final? 

El motivo de ese título, y de mi silencio hasta el día de hoy, como dejé explícito en ese momento, fue la propuesta presidencial y  expedita aprobación por la Asamblea Nacional Constituyente de una Ley Anti Bloqueo, la cual quitó todo fundamento al discurso con el cual venía combatiendo, en artículos publicados  a partir del 17 de julio de 2019, al inconstitucional y retrógrado Proyecto de Nueva Ley de Hidrocarburos que se discutía desde aquél entonces en la Asamblea Nacional, al cual llegué a calificar de “Proyecto de Ley Orgánica para la regularización del comercio de esclavos en Venezuela”. 

Pasados más de dos meses y en unas circunstancias políticas y económicas nacionales que mantienen su carácter catastrófico y de callejón sin salida, donde el debate petrolero se circunscribe a una puja entre los promotores de las diferentes fórmulas de reparto de los despojos  de esa industria, con un panorama petrolero internacional cada día menos auspicioso para los productores de menor rentabilidad como es el caso de la industria petrolera venezolana, y ante la certeza de que tendrá que ser por las malas que renunciemos al sueño de una renta que dejó de existir hace mucho tiempo, he decidido volver al campo que ha sido mi aliento vital desde hace cinco décadas.

Al hacerlo, y sin eludir el debate contemporáneo,  pretendo remitirme a los orígenes, para tratar de identificar los polvos que generaron estos charcos en los cuales nos encontramos chapoteando.

Para ello propongo hacer un viaje al pasado, veinticinco años atrás, para luego regresar  y constatar que hoy, como hace medio siglo, siguen vigentes, en las propuestas de todas las alternativas políticas contemporáneas,  los sueños ruinosos  de mantener a Venezuela en “las grandes ligas” petroleras.

Sueños alimentados por unas supuestas –pero inexistentes- mayores reservas petroleras del mundo.

Y precisamente, quiero hacerlo trayendo a colación unas cuartillas  escritas en 1995, parte de la Introducción del trabajo de ascenso en el escalafón docente de la UCV que hube de presentar entonces, donde expongo una posición contraria al sentido común petrolero imperante entonces… y ahora.

Para poner en contexto argumentos allí esgrimidos, -sobre todo para los menores de 50 años-, debo decir que el escrito en cuestión tiene la impronta de quien fuera mi tutor en esa oportunidad, el Prof. Francisco Mieres, quien para entonces era objeto  de burlas generalizadas por su “extemporánea” propuesta de ir hacia “una Venezuela pos-petrolera”, hecha a partir de la reiterada constatación de la creciente caída de la capacidad generadora de excedentes de la industria hidrocarburífera.

Una tendencia que había sido  premonitoriamente diagnosticada por el Dr. Juan Pablo Pérez Alfonzo desde 1970, año en el cual la producción petrolera venezolana llegó a la cima de 3 millones 700 mil barriles diarios, cifra que lo llevó a pronosticar que esa sería la cumbre, a partir de la cual se iniciaría su caída, para no volver.

No por casualidad, el demonizado “brujo de Los Chorros” tituló a la recopilación de sus trabajos de esos años como “Hundiéndonos en el excremento del Diablo” (Ed. Lisbona 1976, BCV 2022) y tuvo tiempo de reafirmar esa percepción en su postrer trabajo: “Venezuela se acerca a la debacle” (Revista “Resumen”1979).

Esos pronósticos han sido confirmados trágicamente en el transcurso de estas cinco décadas. Su autor los fundamentó  en lo que calificó desde entonces como “la imposible siembra”, en su conocimiento del estado de los yacimientos petroleros y la forma como habían sido sobre-explotados en la década de los 60 por las compañías concesionarias, las cuales maximizaron en ese lapso la tasa de explotación, violando estándares técnicos, en previsión de lo que auguraban como su casi segura salida del negocio petrolero venezolano:

En efecto, la política de “no más concesiones”, propuesta por Pérez Alfonzo desde 1947, aprobada por el Congreso Nacional de ese entonces y luego dejada de lado por la dictadura perezjimenista, había adquirido rango constitucional en 1961 y colocaba definitivamente a 1983 como el año en el cual comenzaría el fin del régimen concesionario.

Tales circunstancias fueron correctamente evaluadas por las corporaciones internacionales, las cuales iniciaron la mencionada sobre-explotación de los años sesenta, para luego, en los 70, al calor de un conjunto de circunstancias internacionales que hemos referido varias veces desde entonces,  promovieron la reversión anticipada, -sedicentemente denominada luego como “nacionalización petrolera”.

Su justificación fue expuesta por los voceros y geo estrategas de “la industria”, en particular James Akins, Zar energético de Richard Nixon [“The Oil Crisis: This Time the Wolf is Here”, J. E. Akins; 1973; Foreign Affairs] y Gerard M. Brannon de la Fundación Ford, [Políticas respecto a la OPEP”, 1974] quienes teorizaban sobre la conveniencia de que los Estados productores controlaran las fases primarias del negocio, teniendo en cuenta que las mismas seguirían atadas a las redes de la “industria global”, que la tecnología y los técnicos que utilizarían estas empresas “estatizadas” seguirían siendo los mismos y, como broche de oro, que no tendrían otra alternativa sino operar con los medios y canales de comercialización de las casa matrices corporativas.

Ya en ese tiempo, Akins se refería a las propuestas hechas a Venezuela para comenzar la explotación conjunta de la Faja del Orinoco, las cuales se estaban discutiendo con el gobierno venezolano desde 1971. Política petrolera venezolana en cinco décadas”

En otras palabras, la evaluación de la realidad operativa y geopolítica de esos años llevó a las concesionarias a promover un nuevo esquema de relaciones, mediante el cual las fases menos  rentables del negocio fueron dejadas en manos del propietario de los yacimientos, quien asumiría los costos y riesgos de nuevos emprendimientos, con el “bonus track” de que eso se realizaría bajo la gerencia de sus procónsules, designados por ellas mismas para administrar el negocio venezolano  “nacionalizado”.

Comenzó así el proceso tantas veces criticado por los “profetas del desastre” de privilegiar la expansión de la industria petrolera más allá de los límites de la rentabilidad, que ya para entonces se hacían visibles para quien quisiera verlo:

“No puede aceptarse que PDVSA fije motu proprio que ‘el signo de la industria en los años por venir seguirá siendo la expansión en todos los órdenes de sus actividades.’ Semejante disparate es la consecuencia de la obnubilación de camarillas de tecnócratas envanecidos por el poder abusivo que a veces logran atrapar. La expansión de PDVSA se convierte en contracción para los dueños del negocio. En dólares constantes, la participación fiscal pasó de $ 7,25 en 1974 a $ 4,24 en 1978. Mientras ellos aprovechan la expansión en todos los órdenes, la inversa, ‘a contracción’, continuará siendo el signo fatal para el indefenso pueblo venezolano”

[Venezuela se acerca a la debacle, en Petróleo y Ecodesarrollo de Venezuela” – Dorothea Mezger, Compiladora – ILDIS- Ateneo de Caracas 1981]

Ese proceso se intensificó con el “megadisparate de PDVSA”  –calificado así por Francisco Mieres- presentado con bombos y platillos de 1983 ante la comunidad petrolera internacional reunida por Guillermo Rodríguez Eraso, Presidente de Lagoven, en el Saint Regis Hotel de Nueva York: 100 mil millones de dólares que serían vertidos en la Faja Petrolífera del Orinoco en las siguientes dos décadas. “Megaproyecto” que fracasó casi al nacer por la conclusión, ese mismo año, del ciclo expansivo de los precios iniciado 1973.

Luego vinieron  los proyectos expansivos  de la “apertura petrolera” entre 1993 y 1998, seguidos por  los “Planes de la Patria” de 2005, 2008, 2010, 2013, 2015 y 2018, a cuya unánime irrealidad me he referido insistentemente y dejado testimonios gráficos como el que inserto una vez más, de seguidas:

La verdad petrolera: Entre la experticia y la ignorancia

Justamente, a los orígenes y fundamentos geopolíticos e ideológicos de esa continuada fábrica de sueños irreales es a los cuales quiero referir al lector.

El propósito sigue siendo, mas allá de la constatación de las causas ancestrales de esta desgracia contemporánea, insistir en la urgencia de poner los pies sobre la tierra, en la búsqueda del camino hacia la construcción de un país sobre las bases firmes de sus reales potencialidades humanas y materiales.

Sin más preámbulos, presento un extracto de la Introducción del libro  “El Poder Petrolero y la Economía Venezolana”.

De viejas polémicas y conflictos presentes

Introducción (extracto) de   El Poder Petrolero y la Economía Venezolana  UCV – CDCH,  Caracas 1995 / págs. 23-29

Mucho más que un lugar común, afirmar que Venezuela se encuentra hoy, en todos los órdenes de su vida económica y  social, en una gran encrucijada, puede ser un recordatorio inútil de una realidad que golpea todos los días a la gran mayoría de la población.

Pero es necesario hacer el señalamiento para poder destacar otra circunstancia obvia pero que, por eso mismo no se trae con la debida frecuencia a la conciencia de los diagnósticos, sino que se deja como un trasfondo estructural peculiar de nuestra realidad, pero respecto al cual sólo opinan los “técnicos en la materia”:

Es el hecho de que el petróleo y su industria no escapan a esta situación dilemática y conflictiva sino que, por el contrario los procesos que se desarrollan en su seno forman parte esencial de la génesis del problema global del país.

En consecuencia, las decisiones que se tomen en esta materia en la presente coyuntura afectarán por largo tiempo los rumbos, no sólo de la industria petrolera, sino de la sociedad venezolana toda.

Tal es, a nuestro entender, la entidad de lo que se discute: la magnitud de los recursos cuyo destino está en juego constituyen una masa crítica suficiente para dejar huella profunda en las estructuras socioeconómicas del país, tal como lo ha hecho durante todo este siglo.

El sentido de esa huella, favorable o contrario al tantas veces ofrecido y tantas veces preterido futuro de progreso y modernidad, de bienestar económico y justicia social, que aún esperan los sectores mayoritarios de la población venezolana, depende, en gran parte, de la claridad con la cual los dirigentes del país logren  visualizar y evaluar las consecuencias a mediano plazo de las políticas, planes y programas planteados hoy sobre nuestra industria petrolera. Porque, como en tantas oportunidades anteriores, existen serias y muy fundamentadas dudas sobre las reales posibilidades de éxito de tales propuestas y su coherencia con las expectativas y prioridades de la Nación venezolana como un todo y, en particular, de esos numerosos y perennes marginados del convite petrolero.

Es indispensable, en consecuencia, aguzar todos los sentidos para escudriñar la verdad entre la madeja de predicciones y escenarios, paraísos e infiernos, que elaboran los distintos grupos de interés que pululan en torno al petróleo.

De esta manera concebimos nuestra obligación como investigadores sociales comprometidos con la lucha por un destino mejor para las mayorías nacionales. De ese compromiso queremos dar testimonio en este trabajo, realizado para cumplir con los requisitos académicos para el ascenso en el escalafón a la categoría de Profesor Agregado. 

El tono polémico que anunciamos en esta Introducción responde al hecho de que la política petrolera venezolana ha sido y es el escenario de confrontación de dos posiciones irreconciliables en la concepción de la economía y la política económica.

Por años -los que tenemos en el oficio de la investigación económica- nos hemos colocado en una de esas aceras conceptuales, en aquélla donde consideramos que está representado, de manera abigarrada, difusa y diversa, con muchos matices y contradicciones, el interés de las mayorías nacionales,  y en la cual se agrupan quienes conciben, postulan, o simplemente son intuitivos partidarios de   políticas tendientes a un funcionamiento más equilibrado de la economía y la sociedad venezolana, que propendan a la diversificación de las fuentes y los medios generadores de producción e ingresos, al funcionamiento autónomo y autosostenido de su aparato productivo, con minimización del tutelaje extranjero y de la consecuente y abusiva expatriación de parte sustancial de la riqueza creada internamente.

Políticas económicas que, sobre todo, reviertan las regresivas características de la distribución del ingreso determinadas por el establecimiento -a partir de las ventajas que proporcionaron, y proporcionan, los vínculos privilegiados con el  Estado, cultivados por mafias peculadoras y élites aprovechadoras- de un capitalismo salvaje, con un elevado sesgo monopolista y parasitario.

Desde esa perspectiva, cuya certeza tratamos de fundamentar en los datos que aportan la historia y la realidad contemporánea,  nos abocamos al análisis crítico de la otra postura, perfectamente definida: la de los partidarios de intensificar el carácter petrolero-dependiente de nuestra sociedad.

Sus más conspicuos representantes siguen soñando con la “imposible siembra” a que hiciera referencia Pérez Alfonzo, proponiendo para Venezuela el mismo camino que ésta recorriera durante siete décadas del presente siglo, es decir, el camino de la expansión sin miramientos de la industria petrolera, previa asociación incondicional con el gran capital petrolero internacional y ofrecimiento al mismo de toda clase de garantías. Todo ello para continuar recibiendo la habitual recompensa por el mantenimiento de esa posición: participación privilegiada en los negocios que esa expansión generará.

A tal conglomeración de intereses internos y externos, semipúblicos y privados, es a la que hacemos referencia al hablar de “el  poder petrolero”. En nuestro país, su influjo es avasallador y multifacético: tiene potencialidades  de inundación amazónica y penetración de vaso capilar. Ese poder petrolero cuenta, desde luego, con el control de posiciones claves en la dirección de los destinos políticos y económicos del país.

Razones históricas, que hemos expuesto en otros trabajos y discutiremos más adelante, han determinado la concentración de ese poder en torno a las posiciones de comando de la industria petrolera pública, las cuales han venido a convertirse en sujetos y objetos de ese poder. 

Ello es lo que explica la circunstancia de que, aún después de la nacionalización, desde esas posiciones se ha mantenido la política anterior -la de las concesionarias extranjeras- de diseñar y financiar labores de acción cívica y propaganda para “vender”, con todo la potencia de los grandes recursos que administran, las imágenes y escenarios más favorables a los sectores interesados en la política expansiva ya mencionada.

Ese influjo se manifiesta en todos los órdenes y niveles de nuestra vida social, desde las más pequeñas escuelas y asociaciones de vecinos, pasando por las Universidades, sean éstas públicas o privadas, hasta -y sobre todo- los principales medios de comunicación masiva, asociaciones empresariales, sindicatos, partidos políticos de todas las tendencias y órganos decisivos de los poderes públicos.

En todos esos sitios campea por sus fueros el “sentido común petrolero”, una cierta ideología de lo aparentemente obvio, de fácil comprensión hasta para el más lerdo, que se fundamenta en un cúmulo de medias verdades y situaciones presentadas fuera de su contexto y complejidad, a saber:

“En Venezuela no hay otra industria o actividad económica con magnitudes de ingreso, rentabilidad y rendimiento comparables a la petrolera.  Por tanto, el mejor destino del ingreso petrolero es su masiva reinversión dentro del mismo sector para preservar y expandir su capacidad productiva.

Seremos petroleros por centenares de años más, así lo indican las inmensas reservas que colocan al país en las “grandes ligas” del sector: PDVSA está clasificada como la tercera empresa petrolera  del mundo.

Y si añadimos las “reservas posibles” de la Faja somos el primer país petrolero del mundo.

Por lo demás, esa es la mejor opción para el país como un todo, la que le ofrece reales ventajas comparativas y competitivas: es la actividad que genera más del 90 por ciento de las divisas que ingresan al país.

Sin embargo, la voracidad fiscal, el rentismo parasitario, característico de un nacionalismo tercermundista ajeno a las realidades contemporáneas, amenaza la salud de la “gallina de los huevos de oro” y obstaculiza sus megaproyectos expansivos, obligándola a acudir al endeudamiento interno y externo. 

La empresa petrolera venezolana es pechada con la mayor tasa impositiva del mundo.

Obviemos la circunstancia de que esos impuestos no son otra cosa -en el caso venezolano-  que los dividendos del único accionista; lo cierto es que, según esa visión “ese ingreso fiscal petrolero se destina principalmente a alimentar el gasto corriente de una sociedad parasitaria e improductiva, perdiéndose todo efecto multiplicador”.

Todo lo anterior configura, según los ideólogos del poder petrolero, el enfrentamiento de una perspectiva o escenario rentista, representado en la voluntad maximizadora del ingreso fiscal y un escenario productivo, el que promueve y privilegia la expansión y profundización de las actividades petroleras -y sólo de ellas, si nos atenemos a las proporciones y magnitudes propuestas y comprometidas en sus megaproyectos.

Si acogemos esta línea de razonamiento, y la agregamos a  la política económica que ha determinado la eliminación de barreras arancelarias y la apertura del país a los mercados internacionales, –sin gradualidad en la transición desde el proteccionismo parasitario anterior,  y   con la cual se ha colocado a los inermes productores nacionales, agrícolas e industriales, frente a la  fiera competencia que impera en tales mercados– podremos construir sin mucho esfuerzo el escenario de un país fundamentalmente exportador de petróleo y sus derivados, productor de algunos otros y contados rubros minero-energéticos, industriales y agrícolas e importador de toda clase de bienes y servicios para cuya producción competitiva se encuentra incapacitado.

En otras palabras, el tradicional destino de Venezuela en este siglo, como podremos constatar si revisamos las estadísticas productivas y del comercio exterior del país en ese lapso.

Todo ello en nombre de una supuesta mayor eficiencia en  la aplicación de los recursos disponibles y en desmedro de monsergas tales como las de soberanía, diversificación de la economía, crecimiento equilibrado, autonomía alimentaria, redistribución del ingreso  y otros productos de las mentes trasnochadas de los eternos inconformes.

En este trabajo tratamos justamente de hurgar más allá de lo aparente en estas materias y de presentar lo que consideramos las reales perspectivas y limitaciones de la industria y la política petrolera venezolanas.

Siempre es difícil defender posiciones restrictivas en materia económica. En el caso del petróleo venezolano, ello se convierte en un asunto extremadamente delicado. Una apreciación incorrecta en cuanto a los niveles óptimos de su explotación e industrialización, a la magnitud, oportunidad, sentido e intensidad del crecimiento de esas actividades, puede, como dijimos en los primeros párrafos de esta introducción, acarrear consecuencias de efectos desastrosos a nivel de todo el país.

Así sentimos el peso de la responsabilidad al  hacer afirmaciones que pueden ser interpretadas como  postulación de una política ultraconservadora, conducente a la frustración de iniciativas productivas que pudieran rendir reales beneficios al país.

De hecho, esa dificultad es explotada por quienes, colocados en una posición más confortable -a la par que irresponsable- defienden políticas expansivas y culpan a sus contradictores por las oportunidades perdidas:

“De seguir el plan de expansión hoy estaríamos cansados de ganar dinero…”. La discusión se presenta siempre como escenificada entre quienes hacen y quienes critican inoficiosamente, entre modernos pioneros, avasallantes tycoons promotores de soluciones y oportunidades lucrativas, deslastrados de complejos nacionalistas pasados de moda y los críticos sistemáticos, quienes se aferran, cual avaros, a la defensa feudal de la  propiedad del recurso y a su conservación improductiva.

Planteadas así las cosas se hace sumamente difícil sostener una posición moderada y, como es nuestro caso, proponer la paralización de proyectos y la desaceleración de los ritmos inversionistas. Corremos el riesgo de pecar por omisión y exceso de cautela.

Pero aun estando en lo cierto en nuestras expectativas pesimistas, el sentirnos de una cierta manera colocados en el papel de Casandra o, como diría un Ex-Presidente venezolano, de profeta del desastre, es realmente incómodo, tanto, que muchas veces quisiéramos estar equivocados: Constatar fracasos no produce ninguna satisfacción… al menos mientras no se alimenten tendencias sadomasoquistas.

Todo lo anterior viene a cuento porque queremos dejar expreso que entendemos la gravedad de los planteamientos que hacemos y que, por ello, queremos darle a los mismos el carácter de aportes al esfuerzo colectivo de búsqueda de la verdad. Tarea en la que nos sentimos inmersos y en la cual el intercambio de visiones encontradas puede permitir la revelación de ángulos incógnitos de la realidad que pretendemos aprehender.

Aunque apelamos a la historia para fundamentar nuestras afirmaciones y percepciones de la realidad bajo estudio y sus posibles desarrollos, el tiempo histórico en el que nos ubicamos es el presente. Un presente evanescente, volátil, del cual no podemos tomar suficiente distancia para presentar un análisis imparcial y desapasionado, porque somos parte interesada, en tanto que no aceptamos este presente y aspiramos a que el futuro no sea una reproducción ampliada del mismo.

Un presente en el cual la verdad cambia de bando cada día, al calor de fenómenos y procesos inéditos que socavan los cimientos de convicciones y creencias seculares. Los datos de esta realidad contemporánea se mueven vertiginosamente, sin ritmo, de las cimas a las simas, con amplios rangos de variabilidad y gran carga aleatoria, haciendo de la impredictibilidad uno de sus rasgos dominantes. Es así como, al querer descubrir las claves de esa evolución, nos encontramos frente a verdaderas avalanchas de información que de un día para otro se hacen obsoletas por la aparición de nuevos y contradictorios elementos.

Por todo lo anterior, aun cuando inicialmente habíamos definido al año 1991 como “fecha de cierre” del análisis de la realidad que presentamos, nos vimos precisados a tomar los datos que iban surgiendo en el tiempo real en el cual estábamos insertos al momento de la redacción del material, casi hasta el momento de poner punto final, muchas veces, también, pospuesto.

De manera particular, debemos señalar la circunstancia de que a partir del segundo semestre de 1991 y hasta el presente, se ha agudizado la crisis largamente incubada a que hacemos referencia en nuestro planteamiento del problema y, de pronto, lo que hasta entonces era una posibilidad futura e incierta, cuya realidad debía demostrarse, algo de lo que costaba convencer a los incrédulos venezolanos petroleros, es ahora inescapable realidad: el petróleo ya no da para más.

Lo que había ameritado un gran esfuerzo argumental, es ahora el obvio pan de cada día y hasta motivo para infelices cuñas televisivas como aquella que sostiene que “Ahora el petróleo eres tú”.

Diciembre 2020

De vuelta al presente, es obvio constatar que todavía hoy se siguen fincando esperanzas en el nuevo arranque de la locomotora petrolera que impulsará los inertes vagones del resto de la economía nacional.

Al “¿Con quién vamos?” del conductor del bongo que remonta el Arauca galleguiano, la respuesta es unánime: “Con las mayores reservas petroleras del mundo”.

Mientras tanto, el mercado en el cual deben realizarse esas hipotéticas reservas se hace cada día más angosto, el “pico de la demanda” es impulsado por la inminente transición energética hacia fuentes “limpias” y se agudiza la fiera competencia entre los poseedores de las mayores reservas reales, de crudos ligeros y de bajo contenido de azufre, para no quedarse con esos recursos como “stranded assets”.

Activos varados, como sí lo son ya, en su mayor parte, las mil millonarias  inversiones venezolanas generadoras de una capacidad de producción de 1 millón cuatrocientos mil barriles diarios en la Faja del Orinoco y de unos “mejoradores” con capacidad para procesar 650 mil barriles diarios de crudos extrapesados, convertidos hoy algunos de ellos en simples mezcladoras de esos crudos con naftas y otros crudos livianos, en ocasiones importados,  para “producir” el crudo Merey de 16° API.

Para tener una idea de la irresponsabilidad planificadora venezolana, tanto la ejecutada a partir de 1983 que dio lugar a la adquisición de 17 refinerías chatarra en las últimas dos décadas del siglo pasado, “para asegurar el mercado que tendríamos al salirnos de la OPEP”, como la programada posteriormente, por ejemplo en 2010, para elevar a 30 el número total de refinerías poseídas por PDVSA en 2030, las cuales garantizarían mercados propios para la producción de 7 u 8 millones de barriles diarios previstos para ese año, tenemos un baremo:

Los pírricos resultados del remanente de esa  multi-mil millonaria inversión,  reducida a las cuatro refinerías de Citgo y sus oleoductos,  entre 2012 y  2016: CITGO: La “Internacionalización” revisitada

Se dice fácil, pero debería ser sentido como una gran tragedia colectiva de consecuencias irrecuperables:

Los centenares de miles de millones de dólares del patrimonio público venezolano, vertidos irresponsablemente durante décadas  en los bolsillos de los vendedores de chatarra tecnológica, oferentes de procesos no probados, firmas de ingeniería y construcción de infraestructura petrolera inútil, “certificadores de reservas”, intermediarios oficiosos, corruptos oficiales y toda la corte de intereses asociada a los procesos de planificación ya descritos, fueron fondos perdidos por la Nación toda y sus consecuencias son y serán sentidas durante un largo plazo por las generaciones venideras.

Magnitudes irrecuperables, porque en la mayoría de los casos fue, y sigue siendo, un desaguadero de descuentos para registrar ganancias inexistentes ante los órganos controladores del mercado de capitales norteamericano y global. Porque siempre fue una apuesta de sacrificios presentes con la oferta de un futuro luminoso que nunca llegó.

Se impuso una vez más, el dictum irresponsable de que “lo que es de todos no es de nadie”, los derechos difusos a los que aluden los juristas, cuando la dilapidación de un inmenso patrimonio pasa frente a los ojos de 30 millones de inadvertidos despojados del presente.

Mientras tanto, como en el tango, “el mundo sigue andando” y se nos viene encima el pico de la demanda petrolera que convertirá en elefantes blancos a todas las inversiones petroleras que se hicieron y se hagan en localizaciones cuya rentabilidad se fundamente en largos plazos y se encuentre  muy cerca o por encima de los límites de costos que impone un mercado cada día más competido, tal como es el caso de los recursos petroleros venezolanos.

Eso es lo que determinan los escenarios de los principales analistas y actores del mercado petrolero contemporáneo, en previsión de los cuales algunos quieren acelerar el paso de la liquidación de sus reservas y otros preparan el camino para cambiar de rubro en el mercado energético.

En el siguiente gráfico se puede observar que la diferencia entre optimistas y pesimistas en esta materia es de una brevedad singular: 12 años, desde los optimistas a todo trance –entre los cuales, y no por casualidad, se encuentran los países miembros de la OPEP- quienes colocan la ocurrencia de ese cénit dentro de 20 años, hasta los pesimistas que lo acercan a 2028, vale decir, sin ofenderlo a usted, apreciado lector, dentro de 8 años.

Todo ello sin mencionar a los más radicales, quienes consideran que el pico de la demanda ya ocurrió 2019, como consecuencia de la pandemia COVID-19 y sus efectos en cuanto a la modificación permanente de los usos y costumbres de movilización y consumo  de la población mundial:

Según estos pesimistas, no habrá una recuperación en “V” de ese baremo, para volver de inmediato a los niveles previos a ese año, tal como se presenta en los cuatros escenarios del gráfico anterior.

Por el contrario, ese retorno será contenido por la aceleración de proyectos de transición hacia negocios energéticos “verdes”, impulsados por los gobiernos comprometidos crecientemente con las metas establecidas en el Acuerdo Energético de París y las cuales comienzan también a ser puestos en  vigor, también, por las grandes corporaciones petroleras, con sus proyectos para transformarse en empresas energéticas, minimizando  la huella de carbón de sus producciones,  mientras se multiplican las bancarrotas de las empresas medianas y pequeñas incapacitadas para asumir esos cambios de rubro en sus negocios.

Pero el camino no será directo y sin desviaciones

La reciente cumbre de Países OPEP+ produjo una serie de eventos paradigmáticos en este sentido, con los Emiratos Árabes Unidos protagonizando, una vez más, y  tal como lo hiciera Venezuela en las décadas 80 y 90 del siglo pasado, el eterno conflicto entre las ambiciosas metas particulares de cada país  y la certeza de que una desbandada de ese grupo ocasionaría una catastrófica caída de los precios, tal como sucedió en 1998, cuando los precios del WTI llegaron a 10$/bl y el promedio venezolano se hundió a 7 $/bl.

La delicadeza del equilibrio logrado, se resalta por las circunstancias, no dejadas de manifestarse y evaluadas como riesgo, de Irak, Irán, Libia, Angola y, sobre todo los Emiratos, con aspiraciones y voluntad de aumentar su producción, tanto por requerimientos críticos de sus economías, como por la magnitud de sus capacidades disponibles y cerradas.

A nivel global se enfrentan los escenarios y agendas verdes de BP, Total, ENI, Repsol, Shell y otras, con la resistencia, por ejemplo, de los Ejecutivos de Exxon frente a la creciente desvalorización de sus acciones, al proclamar el compromiso corporativo de seguir siendo una orgullosa empresa petrolera, sin crisis de identidad e impulsando nuevos desarrollos, como los de Guyana, Surinam y otras localizaciones.

La tesis de Exxon también es sostenida por los Directivos de Petrobras, ahora el mayor productor de América Latina y con auspiciosas expectativas de reservas.

Añádase a todo ello algunos ejemplos puntuales: Las dudas hamletianas de la noruega Equinor entre sus compromisos ambientalistas y las magnitudes de su nuevo yacimiento Johan Sverdrup, que obligan a un desarrollo a corto plazo dados los grandes recursos ya comprometidos. Podrían citarse también los proyectos con toque folklórico de nuevas refinerías en  México y la pugna por implantar “pilotos” de fracking en Colombia.

Todo ello frente a las perspectivas de la inminente reincorporación de los Estados Unidos al proceso de cumplimiento de los Acuerdos de París y el posible acentuamiento de las metas establecidas en París, en la reunión  de ese Convenio que ya está en curso.

Justamente, al análisis detallado de esas perspectivas y sus implicaciones para la industria petrolera venezolana dedicaré mis próximos trabajos, con la mira puesta en las enseñanzas de los citados “profetas del desastre”, quienes ahora si merecen ese calificativo que, lamentablemente, honra su certera visión.

La tendencia regresiva de la participación fiscal petrolera establecida tempranamente por JPPA en su referido artículo “Venezuela se acerca a la debacle”, se continuó manifestando ininterrumpidamente hasta nuestros días y ha sido recogida en un gráfico que he reproducido insistentemente en diversas versiones, hasta las últimas cifras disponibles, que datan de 2016:+

No sobran las palabras. Sobre estas cifras se pueden hacer varios relatos, en géneros que van desde la picaresca cultura de las “comisiones”, los  presupuestos inflados y los “derechos a vista” en cada nivel donde hay una “talanquera” que cruzar, pasando por la malicia aprovechadora de los ingenuos sueños implantados en el inconsciente colectivo, hasta una epopeya de los grandes negocios del poder y la geopolítica, las recetas del extremismo neoliberal, y varios tomos de crónica policial.

La tarea de construir una Venezuela pos-petrolera está a la orden del día en términos dramáticos y partiendo de cero, y peor aún, desde el subsuelo de miseria en el cual está hundido el noventa por ciento de la población.

 

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