Fue Emiratos Árabes Unidos quien rompió el hielo en agosto, primer país del Golfo Arábigo y tercer árabe, tras Egipto y Jordania, en establecer relaciones con Israel. Le siguió Baréin, pequeño emirato enfeudado a Arabia Saudí, con el que se compuso el álbum de fotos de la Casa Blanca: el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y el presidente Donald Trump, con los ministros de Exteriores de los dos países amigos.
La historia exige testimonio gráfico y frase presidencial: “Gracias a la gran valentía de los líderes de estos tres países, avanzamos ahora hacia un futuro en el que pueblos con distintas religiones e historias viven juntos en paz y prosperidad”. Fueron los Acuerdos Abraham, bautizados con el nombre del patriarca de las tres religiones del libro, para significar que los firmantes accederán ahora libremente a los lugares de culto de Jerusalén. En octubre, fue Sudán, país en transición democrática, el que se sumó a la operación, y ahora, en diciembre, ha sido Marruecos el que “ha firmado la paz” con Israel según palabras de Trump, a pesar de que ninguno de los firmantes estaba en guerra con los israelíes.
Es espectacular la apertura diplomática conseguida por Israel. Omán es el siguiente país que puede caer en las redes. Pero el plato principal, que Trump deseaba servir antes de la elección presidencial o al menos antes del relevo el 20 de enero, es Arabia Saudita. Las divergencias en la familia real, y especialmente la resistencia del rey Salman a las iniciativas impetuosas de su hijo Mohamed, son las que han impedido este paso trascendente. La retórica religiosa ecuménica es el maquillaje para una profunda remodelación geopolítica de la región, gestada desde hace tiempo pero acelerada con el actual presidente, gracias a su yerno Jared Kushner.
Para las monarquías árabes los Acuerdos Abraham son lo más parecido a una salida del armario. Israel ha sido un sigiloso aliado en asuntos militares y de seguridad especialmente, al menos desde la revolución jomeinista, cuando el rigorismo islámico de los reyezuelos del petróleo se vio desafiado por el fundamentalista de los ayatolás iraníes. La oportunidad se ha presentado con la diplomacia transaccional trumpista, organizada bajo la regla de las operaciones comerciales, en vez de la atención a los pactos e instituciones multilaterales.
Todos los firmantes tendrán su premio en este fin de curso. Emiratos, la autorización para comprar aviones de combate y drones a Estados Unidos. Sudán, su eliminación de la lista negra de países terroristas, que le permitirá recibir financiación internacional. Marruecos, el reconocimiento por Washington de la soberanía sobre el Sahara Occidental. Israel renuncia de momento a la anexión de las colonias de Cisjordania que Trump ya le había regalado, pero el suyo es un premio gordo, histórico y difícilmente reversible a pesar del inminente relevo en la Casa Blanca.