¿El pensamiento es determinado por la fe o la fe es determinada por el pensamiento? Las dos vías son posibles de transitar. En el primer caso estamos pensando de modo teológico. En el segundo, de modo filosófico. Los que no somos teólogos de profesión, ni tampoco hombres de fe, tendemos a elegir la segunda vía: no pensar de acuerdo al dictado de la fe. No obstante, cuando digo, “pensando de modo filosófico”, no afirmo que ese pensamiento está reservado sólo a los filósofos de profesión.
Así como no solo los cantantes cantan – casi todos lo hacemos bajo la ducha – no solo los filósofos filosofan. Filosofar es pensar, preguntarnos sobre el por qué y no solo sobre el para qué de las cosas. Lo hacemos en los momentos menos esperados: al contemplar una obra de arte, o mirando como la niebla empaña el vidrio de la ventana, por ejemplo. Porque pensar es ponernos en comunicación con un espacio situado más allá del deber-ser cotidiano. Filosofar, por su lado, es pensar sobre lo que no sabemos y todo no-saber nos sitúa frente a un abismo. Por eso pensar es peligroso (Kant). Para pensar, hay que atreverse a pensar. No todos lo hacen.
Estamos cerca de la Navidad, días que suponemos meditativos. Estamos conmemorado el nacimiento de Jesús, Dios hecho hombre. Un hijo del hombre, como se refería Jesús a sí mismo con suma insistencia. Sin embargo, el ser al que vino Jesús a guiar estaba y está preocupado por cosas muy distintas al más allá. Los que venden en vender, los que compran en comprar. Eso en sí no tiene nada de malo. Tanto el comercio como la política surgieron allí donde no había más que guerra. El comercio pacificó las costumbres, introdujo formas de cortesía, dulcificó el trato social (Montesquieu) Pero como escuché decir a un comentarista en la televisión, el 25-D debería ser declarado el día de Mercurio, dios del comercio según la mitología romana y no el día del aparecimiento de Dios hecho hombre.
Dios hecho hombre. ¿Qué significa? Siguiendo a Joseph Ratzinger, no se trata de que Jesús hubiese sido mitad hombre mitad Dios. Significa que era pleno Dios. Dios en un humano. Hijo del hombre e hijo de Dios a la vez. Tampoco un médium entre Dios y los hombres. Pero sí una intervención de Dios en el hijo de un hombre, un humano entre los humanos. Dios actuando y hablando a escala humana. En ese sentido, solo en ese, podemos entender por qué Dios ungió (eligió) al hijo de María y José para que con su palabra, repito, con su palabra, nos diera a conocer a Dios a través de su persona.
La palabra hablada, no escrita, era el medio de Jesús-Dios. Una palabra que está primero y antes que nada. O para decirlo con el Evangelio de Juan “En el principio estaba la palabra y la palabra estaba con Dios (1:1) (……) “Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros” (1:14)
Esa palabra, de acuerdo al legado judío, nos la dio Dios para que conociéramos a Dios. Palabra que es el Logos, la lógica, el conocimiento, el pensar. Eso es lo que quiere decir Juan: sin la palabra no podríamos acceder al pensamiento y el pensamiento no podría acceder al espíritu y el espíritu no podría acceder a Dios. La palabra es la llave del cielo. De un cielo que no solo está arriba, sino en todas partes.
Pensar en Jesús es pensar en Dios a partir del Jesús hombre. Dios hecho materia humana, y como tal, limitada en su propia expresión divina. ¿Jesús como la palabra humana de Dios? Sí así lo aceptamos, Jesús es, efectivamente, hijo de Dios. Él habla en nombre del Padre, es el enviado del Padre y a la vez es el Padre. ¿Cómo entender esa trinidad que a la vez es una unidad, base del misterio de la Trinidad cristiana? Quizás del modo más sencillo: pensando, como Jesús, a escala humana. Valga en este caso la analogía con los padres y con los hijos de la biología humana.
En el padre biológico está la potencia del hijo antes de que el padre lo mande a vivir a la tierra desde la oscuridad del vientre materno. A la inversa, el hijo será, quiera o no, la continuación biológica del padre (incluye a la madre). Cuando el padre (o la madre) muere, continúa viviendo en el hijo y así sucesivamente. Sin embargo, la dualidad que antecede a la trinidad cristiana (padre-hijo) no solo es biológica, es además espiritual y por eso es trinitaria. En ese sentido, nos dice el cristianismo, somos todos, al igual que Jesús, hijos de Dios. El Padre en modo cristiano sería así el padre de todos los padres del universo. El origen de toda filiación, el comienzo y el final de la Creación. Dicho ahora en sentido filosófico y no religioso, el padre es el Ser Total y el hijo un Estar del Ser Total en el mundo. ¿Y el espíritu? El espíritu es el pensamiento que encadena al Ser con el Estar, espíritu que aparece cuando el Estar se pone en comunicación con el Ser. Dicho ahora en términos trinitarios, el Padre es la ascendencia, el Hijo la descendencia y el Espíritu (santo) el nexo, la suma y la síntesis de todas las ascendencias y de todas las descendencias.
Para terminar con la idea soltemos un pensamiento que para las personas religiosas puede sonar como herejía: el Hijo del Hombre nos trajo una buena noticia. La noticia es que no es necesario esperar al Mesías, al Cristo. El Mesías – si pensamos con Mateo y Juan – es solo una posibilidad del Ser, cuando a través del pensamiento convertido en espíritu buscamos la presencia de Dios (el Ser total y absoluto) en la verdad parcial y simple de las cosas.
Nunca accederemos a la totalidad infinita, es cierto. Pero a la vez siempre tendremos la posibilidad de comunicarnos con lo que Es y no solo con lo que Está. Un Ser que nunca veremos en sí mismo, pero que se encuentra en la verdad, no solo de lo que vemos, sino también de lo que no vemos. Para decirlo con ejemplos: Nadie ve la milésima parte del átomo, pero esa parte existe: es. Nadie conoce los universos del espacio infinito, pero existen: son. Nadie ha visto ni verá a Dios en persona, pero al mismo tiempo lo vemos a cada momento en sus representaciones, sean humanas o no.
En ese rayo de luz que en medio del invierno asoma a través de la ventana mientras escribo estas palabras, está Dios. Desde el momento en que así lo veo y – muy importante: lo nombro – aparece Dios hecho invierno y luz. Y en ese momento, cuando yo, un pobre hijo del hombre, así lo piensa, me he convertido en el mesías (guía) de mi propio ser.
Todos al recibirlo somos en Cristo, dijo Pablo, inventor del cristianismo (Gálatas 3: 26-28). Pero solo somos en Él cuando en Él pensamos, hemos de agregar, presumiendo que al decir esto seguimos la heterodoxia del Cristo. Al fin y al cabo, Jesús – judío irreverente – no era cristiano. Era el Hijo del Hombre. Y por eso, Hijo de Dios.