Tantas llagas hay en la piel de la mujer como gotas de rocío en el mar.
Casi no pasa un día – rotulan las certeras estadísticas – en una mujer no sea atrozmente magullada, o muere en manos de su pareja, ese ser al que un día ella le suministró su cariño sensitivo, apretó su cuerpo infinidad de veces, le parió hijos, acaso nietos, y lo veía como la luz de sus ojos, la esperanza de todos anhelos, el reposo de las ansiedades, es decir, el ser amado.
Los boletines policiales de prensa – siempre impersonales e impávidos – al informar del suceso lo zanjan con una línea: fulanito de tal mató a su compañera en una riña. No hay detalles, pero si uno escarba, abre los entretelones del dolor y la angustia, invariablemente hay una historia repleta de amarguras, soledades y miedos.
Estudios de la convivencia conyugal afirman “que los hogares son más inseguros tras el matrimonio”.
Cada una de esas hembras agraviadas, muchas ya bajo un palmo de tierra, tenían nombre, apellidos, familia y una pasión de gozar o describir. Pero se extinguieron a manos de sus compañeros de boda o de un amor de ocasión.
Cada uno de esos relatos va creando un montículo de angustias, un nudo de dolor incontenible, un miedo que se congela y forma humedad sobre la piel.
La situación del maltrato femenino es tan grave a escala mundial, que la organización de Amnistía Internacional exhorta permanentemente a los gobiernos de cada nación a incluir en sus programas sociales un compromiso para darles protección, especialmente a las rurales, inmigrantes indocumentadas o solicitantes de asilo, respaldando esas acciones con los recursos económicos para el mejor desarrollo de esa labor de inaplazable necesidad.
Igualmente reclaman que se promueva una normativa que reconozca la responsabilidad de los estados en la persecución contra ellas, y así ofrecerles la obtención inmediata de un estatuto de protección pleno.
Se podrían describir y no acabaríamos, relatos espeluznantes del maltrato a las mujeres de todos los niveles sociales. Normalmente se descubren aquellos casos más aberrantes, pero hay otros cubiertos con un velo de impunidad, que hacen de los dramas un compendio pavoroso.
El fanatismo religioso en todas sus variantes no ha evolucionado en esa arada, ahí la mujer sigue siendo tiranizada.
Vamos camino de las estrellas más profundas, conocemos los cromosomas del cuerpo, se curan infinidad de enfermedades, gozamos de más años de vida y, aún así, seguimos luchando entre nosotros en nombre de Dios, Alá u otras deidades, lo mismo que en la Baja Edad Media. Un tiempo de espanto donde han muerto más mujeres asesinadas que por decisión de la propia naturaleza.
Una fémina en ciertos lugares es menos que un animal. A éstos se les deja por los campos, pero en docenas de naciones ellas no son nada, un objeto. Se hallan confinadas bajo un futuro asfixiante. Están vivas, pero hace infinidad de tiempo que se han revertido en crepúsculos ennegrecidos.