El gordito simpático que vuela en un trineo tirado por unos renos ingrávidos, anunciando su llegada con estruendosas carcajadas se ha convertido para millones de niños en el planeta en el símbolo de la Navidad. Santa Claus le dicen en muchas partes del Norte, Papa Noel en otros países, mientras que en Venezuela le reconocemos como San Nicolás.
Pero ese San Nicolás embutido en un traje rojo de tela gruesa, con un gorro terminado en borla juguetona, además inmerso en un mundo de nieve y caritas caucásicas nada tiene que ver con nosotros, con nuestra realidad.
Nada malo tiene la figura del hombre bonachón quien contra toda lógica de volúmenes se desliza por las chimeneas para depositar a media noche y con sigilo variedad de regalos al pie de un pino bien adornado. Únicamente que su emblemática presencia y sus alegorías nos crean una sensación de irrealidad, de estar disfrutando algo que no nos pertenece, que estamos viviendo una experiencia vicaria de la autentica realidad. Simplemente porque en Venezuela no nieva, no tenemos renos, no conocemos los trineos, nadie anda vestido con chamarras porque el frío no llega a tanto, en nuestros campos no crece el pino canadiense y tampoco tenemos chimeneas por donde pueda bajar a media noche el gordito de barba blanca
Por ello los venezolanos debemos crear nuestros propios símbolos o emblemas navideños, a partir del tradicional pesebre y otros elementos inscritos en nuestra realidad geográfica. En Diciembre nuestros campos tienen matices característicos, nuestra fauna se muestra con especiales particularidades, sería cosa de tomar de estas modalidades las claves culturales para generar un universo propio que se corresponda a plenitud con nuestras circunstancias ambientales y temporales.
Incluso al propio San Nicolás debemos rescatarlo del empaque de invierno con el cual lo comercializan para tenerlo entre nosotros como el Santo Obispo de Bari amante de los niños y gran evangelizador del mediterráneo quien en cada navidad se convertía en generoso proveedor de regalos para los niños más pobres de su Diócesis.
Este San Nicolás de Bari no andaba en trineo con renos, no volaba por encima de las chimeneas ni lucia vestimenta de frío bajo cero, era un sacerdote de virtudes excelsas que en nombre de Jesús practicaba la solidaridad hacia los más pobres y con ellos compartía los bienes materiales que Dios le había dado administrar durante su temporada entre los mortales.