Con las ganas de que llegue el próximo año, a la espera del 2021, cerramos el 2020 con motivos para la esperanza entre tanta preocupación.
En primer lugar, están llegando las vacunas. Afortunadamente tenemos una esperanza frente al coronavirus, aunque la situación es preocupante porque parece que la tercera ola invade toda Europa y porque ha aparecido una nueva cepa en Reino Unido. Todavía no tenemos suficiente perspectiva para valorar todo lo que ha sucedido en 2020. Un año en el que el tiempo parece haberse detenido, reajustando las costuras del mundo, reteniendo a las personas sin disponer del espacio público, y obligando a reinventar una economía “de guerra” sin estar en guerra, sino frente a un enemigo incalificable. Cuanto todo pase, aunque no sé si todo volverá a la normalidad que conocíamos, llegarán los análisis y reflexiones de lo que nos ha ocurrido y cómo hemos sobrevivido a ello.
Me preocupa, además de la economía, los daños psicológicos que quedarán en muchas personas que están viviendo completamente solas, aisladas, encerradas en su propio silencio y espacio, sin apenas contacto social. Porque aún queda mucho para retirarnos la mascarilla y darnos un abrazo fuerte.
Dicho eso, la vacuna es la esperanza. Y necesitamos la esperanza para seguir adelante. Ese ha sido siempre el motivo por el que la humanidad ha resistido.
En segundo lugar, tenemos presupuestos en España. Finalmente se retiran los presupuestos arrastrados desde el 2016. Y, sinceramente, me parece un gran logro. Se han conseguido unos presupuestos realizados por el primer gobierno de coalición, con todas las dificultades que supone, con diferencias de criterios y opiniones, propios de la convivencia de dos partidos con lógicas distintas y con experiencia e historia diferentes. Sin embargo, capaces de haber gobernado el año, seguramente, más duro que el mundo ha vivido desde la segunda guerra mundial.
Unos presupuestos además que han recibido el apoyo más numeroso de una cámara parlamentaria fuertemente fragmentada. La política española ha cambiado muchísimo en esta última década. Ya no hay bipartidismo; el parlamento es multicolor y ello requiere altas dosis de negociación, debate, diálogo, cesiones, inteligencia compartida, en definitiva, democracia. Estábamos habituados a que la democracia era sencillamente una regla de mayoría, impuesta por el que tenía los votos suficientes para imponer su criterio; ahora, la situación parlamentaria es compleja pero no inviable como se ha demostrado, está fragmentada pero requiere habilidad, persistencia, prudencia y compromiso.
Con sinceridad, me proporciona esperanza saber que la democracia no solo sigue viva sino que funciona. Lo fácil es ser demócrata con mayoría absoluta; lo difícil es ejercer de demócrata siendo director de un coro de voces únicas y especiales.
Fuera de ese espacio ha quedado la derecha empeñada en emponzoñar de agresividad, insultos, violencia verbal, radicalismo, enfrentamiento y mucha visceralidad el espacio democrático.
Eso sí me preocupa. Me preocupan los falsos patriotas dispuestos a que todo vaya peor con tal de sacar tajada de la situación. Sé que no es una posición nueva pero es dañina, que tambalean los cimientos de convivencia social y genera posiciones de enfrentamiento y odio, muy alejadas del espíritu cristiano y navideño que tanto reclama Casado envuelto de bolas de Navidad.
¡Cuánta hipocresía y qué falta de sentido de Estado!
Hemos vivido un mal año, pero cuando hagamos balance pensemos también en lo que sí ha funcionado. Un Estado que ha sido capaz, de arriba a abajo, a coordinar medidas sanitarias, a hacer frente a la pandemia (igual que toda Europa, ni más ni menos), a reestructurar presupuestos para atender la parálisis completa de un país, con medidas sociales y laborales como nunca se han conocido (Ertes, subvenciones, ayudas, medidas complementarias), medidas que a veces no han sido suficientes para calmar la ansiedad y retirar la preocupación pero que han permitido seguir resistiendo durante este año.
Y, en tercer lugar, no me olvido de la Ley de eutanasia. Un gran nuevo derecho social. El derecho a morir dignamente. Pese a quien pese, a esos bocazas que distorsionan la realidad personal y el sufrimiento individual de cada uno, la Ley de eutanasia se suma a esos derechos que nos hacen más humanos. Incluso en la muerte.
Vivimos rodeados de riesgos, incertidumbres, problemas, tensiones, desigualdades, economías en caída libre, pandemias, y muchos enfrentamientos intencionados, sin embargo, pese a ello, hay motivos siempre para la esperanza.
Dice la esperanza: un día
la verás, si bien esperas.
Dice la desesperanza:
sólo tu amargura es ella.
Late, corazón… No todo
se lo ha tragado la tierra.
(Antonio Machado)