El Reino Unido hizo recientemente dos anuncios de importancia central hacia el período pospandemia: el comienzo de la vacunación contra la covid-19 y un posicionamiento más enérgico en relación a la agenda climática. Si bien la vacunación ha ido acompañada de la esperanza de una posible vuelta a la normalidad, la defensa de un mayor pragmatismo en el establecimiento de metas y objetivos «verdes», por parte del anfitrión de la próxima Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (Glasgow, 2021), indica el deseo de profundizar en la llamada recuperación verde.
En los últimos meses ha habido una mayor adhesión de las principales economías a la búsqueda de una recuperación económica más sostenible que incluye la expansión de inversiones bajas en carbono, la adaptación o expansión de infraestructuras más resilientes y la ecologización de las finanzas mundiales. Este apoyo político a la cuestión verde puede atribuirse, en parte, a la experiencia vivida en 2020 y al protagonismo ambiental, que terminaron impulsando esa agenda.
Así pues, en cierto modo, la pandemia nos ha anticipado al futuro, despertando ideas fuertemente sedimentadas que den lugar a nuevos horizontes para negocios que hasta ahora se consideraban inviables, ya sea por los costos estimados o por las proyecciones de beneficios.
La posición del Reino Unido no es única y hay otras potencias apuntando hacia el mismo lado. Alemania y Francia, además de formar parte del plan «verde» europeo, han presentado propuestas nacionales de inversión basadas en sectores de bajo o nulo consumo de carbono.
En Asia, China y Japón también han anunciado medidas de descarbonización, mientras que el mundo espera que la administración Biden vuelva a incluir a los Estados Unidos en el Acuerdo de París y avance en su transición energética y en la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero.
Los riesgos para la vida y la economía, de no tomar medidas para combatir el cambio climático, se presentan a menudo como algo demasiado alejado, lo cual no ayuda a comprender la magnitud del problema. Gran parte de los efectos del calentamiento global ya están presentes, lo que supone grandes pérdidas.
En comparación con la era preindustrial, la temperatura media mundial ha aumentado 1,2 grados. En los últimos años se han registrado sucesivos aumentos de temperatura, que han causado y acentuado la fuerza de los desastres naturales.
Los denomnados fenómenos meteorológicos extremos (principalmente huracanes, inundaciones, sequías e incendios) son una realidad que suscitan mucha preocupación en medio de grandes pérdidas económicas y muertes.
La edición más reciente del Índice de Riesgo Climático Mundial indica que alrededor de 495.000 personas murieron entre 1999 y 2018 como resultado directo de eventos climáticos extremos. En el mismo período, las pérdidas contabilizadas fueron del orden de 3,5 billones de dólares. Puerto Rico, Myanmar, Haití y Filipinas fueron los países más afectados, lo que confirma lo ya sabido: las regiones más pobres son las más vulnerables al cambio climático.
Sin embargo, estos cambios parecen ser tan drásticos que ya se están viendo afectadas algunas de las naciones más ricas con una excelente infraestructura. En 2018, por ejemplo, Japón sufrió intensas y fuertes lluvias que causaron 1282 muertes y daños equivalentes al 0,6% de su producto interno bruto. En Alemania, la fuerte ola de calor dejó casi 1500 muertos y trajo daños estimados en cinco mil millones de dólares.
Recientemente, Estados Unidos ha sufrido enormes incendios, así como los huracanes Hanna e Isaías, que nos traen recuerdos de las enormes sequías conocidas como Dust Bowl y, más recientemente, el huracán Katrina.
En América Central, las pérdidas estimadas por los recientes huracanes Eta e Iota alcanzan los 10.000 millones de dólares (40% del PIB) solo en Honduras. En Guatemala, más de cinco millones de personas se vieron afectadas, lo que aumenta las presiones migratorias hacia EE.UU. debido a la ola de refugiados climáticos. Y unos meses antes, los «gemelos» Laura y Marco ya habían causado grandes pérdidas en la isla de La Española, que aún no se recupera del paso del huracán Matthew, que dejó 900.000 muertes en Haití.
Brasil, por otro lado, aparece como el 79º país más afectado por fenómenos climáticos extremos. Además de sufrir en 2004 los daños causados por Catarina (considerado el primer huracán en el Atlántico Sur), el país ha experimentado pérdidas por sequía o inundaciones, con repercusiones directas en la agricultura, la vivienda y la infraestructura urbana.
Además de los recursos necesarios para la reconstrucción/reparación de las zonas afectadas, los efectos de los fenómenos climáticos en los diversos sectores de la economía son cada vez más evidentes. Los riesgos para la agricultura —la calidad del suelo, la extinción de los polinizadores y los cambios en los regímenes de agua y de precipitaciones— están más extendidos, al igual que la necesidad de financiar y poner en marcha infraestructuras económicas y sociales que sean a la vez más resistente a estos fenómenos y que combatan el calentamiento global. Sin embargo, los efectos de este tipo de eventos extremos en el sistema financiero todavía son poco conocidos.
Se considera que el sector financiero es fundamental para cualquier proyecto más amplio de descarbonización y crecimiento ecológico. Y dado que las cuestiones de sostenibilidad desempeñan un papel importante en el riego del sistema de financiación y en la fijación de precios, esencial para todos los mercados, se le está prestado mayor atención.
En este marco, es evidente que las inversiones en plantas productivas ricas en carbono pueden no ser una opción de inversión ventajosa, considerando tanto la posible duración del proyecto en una economía descarbonizada, como los factores y variables asociados, desde los costos del aire contaminado hasta la salud de los trabajadores, pasando por la percepción y el interés de los inversores y los consumidores.
Posiblemente, una cartera que contenga empresas en las que se puedan cuestionar o incluso boicotear las prácticas ambientales puede convertirse en un quebradero de cabeza o en un menor rendimiento.
Otro punto interesante se refiere a las compañías de seguros. El clima y el medio ambiente se incorporan cada vez más a los modelos de cálculo de riesgos, lo que puede implicar un gran aumento de los costos de las operaciones aseguradas o la imposibilidad de proteger los bienes y las operaciones en las regiones donde el «riesgo climático» es elevado.
Pensemos en los desafíos de la industria y sus consumidores en los estados de California y Oregon. Los riesgos y los costos de las pólizas de seguros de propiedad y de automóviles en estos dos estados tienden a aumentar considerablemente, al igual que las regiones afectadas por huracanes. Las inversiones aseguradas en plantas productivas en ciudades costeras o propensas a las inundaciones pueden resultar muy costosas, lo que tal vez lleve a la decadencia de los principales centros económicos mundiales. Los eventos climáticos extremos son ahora el principal factor de inseguridad para una vasta cantidad de personas y bienes.
Robson Dias da Silva es economista y profesor de la Universidad Federal Rural de Río de Janeiro. Doctor en Desarrollo Económico de la Universidad Estatal de Campinas (UNICAMP).
@Latinoamerica21 – www.latinoamerica21.com, un proyecto plural que difunde contenido producido por expertos en América Latina.