Al cierre del año 2020 el balance sobre el desenvolvimiento de la economía venezolana es desolador y lo es, no solo por los graves desequilibrios macroeconómicos que arrastramos inconteniblemente por siete años consecutivos, también por la tragedia humana que incluye destrozar la calidad de vida alcanzada por los venezolanos. No existe un solo indicador de lo humano que sea medianamente positivo. Digámoslo de una vez, la desnutrición, el hambre, la miseria, el subconsumo y la desigualdad en el acceso al trabajo, la educación y la salud alcanzaron niveles jamás vistos en nuestro país en el gobierno del señor Maduro.
Este será el séptimo año consecutivo de contracción de la actividad económica, -30% se ha vuelto a desplomar el producto.
De 2014 a 2020 se acumula una reducción del tamaño de nuestra economía en 80%. Es la recesión más extendida, profunda, generalizada y devastadora en 100 años. El resultado de este desastre macroeconómico es pobreza y miseria; es comprensible, hay cada vez menos riqueza producida y, por tanto, menos que distribuir socialmente.
La reducción drástica del consumo y la inversión imposibilitan el crecimiento, la depresión se hizo presente y, guste o no, este círculo vicioso solo podrá romperse desde el sector externo. Posibilidad que le está negada a la autocracia que gobierna. El Gobierno continuó en 2020 recurriendo al financiamiento del Estado desde el Banco Central de Venezuela. El crecimiento desbordado de la base monetaria superó el 700%, respondían con emisión de dinero de la nada, originado en una computadora del BCV, al colapso de la tributación fiscal del sector privado (Seniat) en -30% en términos reales y, a la literal e increíble desaparición de la recaudación petrolera explicada en el deterioro operacional y financiero de Pdvsa.
Por la experiencia en materia presupuestaria y fiscal de mi país me atrevo a estimar que más del 75% del gasto público del Gobierno central está financiado por el BCV.
Esta es la distorsión mayor en materia fiscal que mantiene atizado el fuego de la hiperinflación. La relajación en los agregados monetarios es de tal magnitud que más del 80% de ellos no es explicable por la actividad agrícola, agroindustrial, industrial y comercial. Divorcio absoluto entre la economía real y la monetaria. Este tsunami de bolívares de la nada explica una depreciación del tipo de cambio superior a 2.000% y la hiperinflación cercana a 4.000%. Es la hiperinflación, sin control alguno, que continúa destruyendo la inversión, el gasto público y el salario real de los trabajadores. Este último registra una nueva caída del 54%, en términos reales.
¿Quién puede negar, con rigurosidad, que esa desproporcionada masa de dinero electrónico, convertida en demanda doméstica, al ir tras mercancías o productos escasos por la recesión, y la caída de las importaciones, así como el desplome del ingreso de divisas petroleras por las sanciones internacionales, traería una elevación sorprendente de los precios expresados en bolívares?
En este escenario hiperinflacionario la única manera que tiene la reducida actividad empresarial de protegerse y sostener costos es convertir aquella masa de bolívares en divisas fuertes, ello ha reforzado el ciclo devaluacionista.
Adicionalmente, la crisis de la industria petrolera continúo reduciendo la oferta de combustible a la economía, explicada inicialmente en la corrupta y bucanera conducción de la estatal petrolera (2013-2019) que afectó sus niveles de producción de crudo y de refinación y, posteriormente agravada por las sanciones económicas de EEUU (2019-2020). Este factor que refuerza la recesión se sumó a la errática política monetaria que redujo el crédito bancario al sector privado en -30%, en términos reales. El círculo ruinoso de la recesión se cerraba cada vez más.
De cierto, la pandemia del covid-19 vino a reforzar la caída de la economía venezolana este año, pero no la explica, esta consume su séptimo año consecutivo de desplome. El PIB del año 2012 en torno a 280 mil millones de dólares, se redujo, en siete (7) años del Gobierno de Nicolás Maduro, a unos 56 mil millones de dólares. Según la CEPAL, este 2020, los países de América Latina y el Caribe decrecieron, en buena parte impactado por la pandemia, en -7%, Venezuela lo hizo en -30%. No hay comparación que valga.
El año 2021 no presagia nada bueno. Acá tienen prelación las decisiones políticas sobre lo económico. El Gobierno venezolano puede concentrar o usurpar todo el poder político pero no tiene futuro. Le está negado por sí solo recuperar la senda del crecimiento y el bienestar. No saben que no saben y no pueden.
Desde una visión macroeconómica 2021 será el octavo año consecutivo de contracción del producto y, trágicamente, el cuarto de hiperinflación.
Nadie puede alegrarse ya que tras esta conclusión está el rostro de una Venezuela que seguirá sufriendo camino a mayor pobreza y miseria, más allá de los nichos de bodegones o supermarkets instalados por adinerados o burócratas corruptos del Estado. Las economías nunca tocan fondo, siempre será posible estar peor, ese es nuestro caso.
Desde un punto de vista estrictamente económico las restricciones externas financieras y comerciales, la continuación de los problemas operacionales y financieros de la industria petrolera, la limitación en la disponibilidad de combustible para el mercado interno, las debilidades en el suministro eléctrico, la insignificancia del crédito al sector privado y, la continuación de la hiperinflación con su efecto destructor del salario real, la inversión y el gasto público, hacen prever un nuevo descenso de la producción nacional en 2021, en torno a -12%.
Esta estimación no incorpora el nuevo impacto sobre la economía productiva que tendrán las medidas sanitarias para enfrentar el coronavirus, ni la incertidumbre política que se agravará al reforzarse la ilegitimidad del poder ejercido al instalarse una Asamblea Nacional nacida de un fraude y sin reconocimiento internacional de las principales democracias.
En materia de comportamiento de la inflación afirmemos que la distorsión del sistema de precios relativos continuará por la ausencia de política económica y por el extremo financiamiento o monetización del déficit fiscal por parte del Banco Central. Eventualmente se desacelerará hacia 1.500%, pero no dejará de ser hiperinflación ruinosa. Sin un programa económico sistémico que recupere reservas internacionales con adecuación dinámica al programa fiscal-monetario no será posible tener un tipo de cambio estable que detenga la inflación. Cualquier otra cosa es demagogia, ignorancia o una burla como el llamado “petro”.
La devastación económica y humana de mi país es de tal magnitud que requiere un amplio consenso para volverla a colocar en la senda de la recuperación y crecimiento. No será fácil pero tampoco imposible. Tenemos experiencias en la historia económica mundial que nos hacen ser optimistas. Requerimos un cambio político democrático que permita un gobierno legítimo y popular, que nos represente como nación y no persiga y encarcele adversarios, que trabaje por la reconciliación y la paz sin rendirse ante la impunidad, que recurra a los más capacitados y honestos para que conduzcan la reconstrucción económica, humana, cultural y política en democracia plena y con estado de derecho garantista.
Estamos urgidos de volver a la ciencia económica y a los instrumentos que nos da para un manejo sistémico de la política económica en lo fiscal, monetario, cambiario, sector externo, la estrategia productiva, lo petrolero y la inclusión e igualdad social.
Un Programa de Estabilización económica-social requiere el máximo rigor profesional, y un amplio consenso político y social de la nación para volver a la senda del crecimiento económico y social, el progreso científico técnico, la reinserción en la economía mundial, la modernidad y el bienestar de las grandes mayorías. La primera tarea de la política económica será en el muy corto plazo detener la hiperinflación.
Se requerirá un equipo económico capaz de crear un clima amigable para atraer la inversión privada extranjera y el apoyo de los multilaterales para recuperando las reservas en divisas del BCV, a un nivel adecuado, permita anclar el nuevo tipo de cambio que detenga la inflación y proteja nuestro signo monetario nacional.
Los economistas somos optimistas por formarnos en una ciencia que es social por excelencia y, que más allá de sus corrientes doctrinarias, tiene un acuerdo básico de que todo futuro grandioso es posible sobre la base de tres condiciones: el ejercicio de la libertad política, la búsqueda de la eficacia técnica-económica y el esfuerzo por la igualdad económica medida desde el bienestar de todos y no de unos privilegiados.
Urgidos de amaneceres, Venezuela puede y debe salir de su actual desastre macroeconómico y humanitario. El pueblo venezolano sabrá asumir semejante desafío de renacer de las cenizas y volver a volar alto. Nunca dejemos de creer en él.
Rodrigo Cabezas es Economista-LUZ. Fue ministro de Finanzas durante el gobierno de Hugo Chávez.