Jonathan S. Tobin: Los palestinos, víctimas de su intransigencia

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Siempre han tenido a la ONU. Incluso ahora que el resto del mundo abandona su causa, los palestinos siguen contando con la organización mundial como leal aliado en su lucha centenaria contra el sionismo.

Según UN Watch, la Asamblea General de la ONU ha votado contra Israel en 17 ocasiones en el actual periodo de sesiones, frente a las seis condenas que ha emitido contra todos los demás países del planeta. La comunidad diplomática internacional sigue comprometida con la priorización de los agravios palestinos contra el Estado judío. Pero en el mundo real, fuera del mundo de fantasía de las resoluciones onusinas, que no tienen impacto sobre los acontecimientos, los palestinos están más aislados que nunca.

Los Estados árabes, que antaño sacrificaban sus intereses nacionales, así como sangre y dinero en cantidad, en el ara de la causa palestina, les han abandonado. Los antaño poderosos partidos izquierdistas israelíes que capitanearon los esfuerzos para la creación de otro Estado palestino –junto al que existe en Gaza, que ya lo es en todo menos en el nombre– están ahora completamente marginados. Y ni siquiera los más ardorosos abogados norteamericanos de la causa palestina y de la solución de los dos Estados tienen la menor expectativa de que la Administración Biden haga demasiado por la consecución de tales objetivos.

En otras palabras: tras pasarse las últimas décadas confiados en que tarde o temprano la comunidad internacional les serviría a un aislado Israel –universalmente considerado un Estado paria– en bandeja de plata, resulta que ahora son los palestinos quienes carecen de aliados de relieve. Los críticos de Israel estaban seguros de que se le agotaba el tiempo de desprenderse de los territorios para impedir que le golpeara un tsunami democrático; pero ahora resulta que los acuciados por el tiempo son los palestinos.

La exitosa apuesta de la Administración Trump por los Acuerdos de Abraham va más allá del hecho de que Emiratos, Baréin, Sudán y Marruecos hayan normalizado relaciones con Israel. El apoyo tácito de Arabia Saudí y la negativa de la Liga Árabe a intervenir contra los nuevos amigos de Israel han hecho trizas la idea de que el mundo árabe siempre apoyaría el rechazo palestino a una paz definitiva. Y nadie en el mundo árabe o entre los enemigos israelíes de EEUU piensa siquiera que la derrota de Trump ante Biden vaya a conducir a una nueva ronda de fútil procesismo por la paz.

Aquí la gran cuestión es qué conclusiones están sacando los palestinos de estos desarrollos. Por el momento, la respuesta es ninguna; están haciendo lo mismo que en estos 100 años de empeño inútil en acabar con el sionismo. Sus líderes prefieren redoblar la apuesta por el rechazo al compromiso y por los insensatos llamamientos a borrar la Historia, tanto la reciente (los Acuerdos de Abraham) como la que no lo es (la Guerra de los Seis Días –1967–, la creación del Estado de Israel –1948– y la Declaración Balfour –1917–). No hay la menor evidencia de que la Autoridad Palestina en la Margen Occidental o Hamás en Gaza se aflijan por el pueblo al que supuestamente representan, se ajusten a la nueva realidad y clamen por la reanudación de las negociaciones con Israel antes de que su suerte empeore aún más.

En las próximas elecciones israelíes, como en las tres anteriores, no habrá debate sobre los palestinos porque la cuestión quedó zanjada hace años con un acuerdo nacional de que el statu quo, aun incómodo, es preferible a repetir en la Margen Occidental el desastroso experimento de Ariel Sharón en Gaza. De hecho, estos comicios pueden ser aún peores para los partidarios de la solución de los dos Estados.

Mientras algunos norteamericanos progresistas ignoran tercamente los hechos que han generado ese consenso, el equipo de política exterior de Trump demostró que los Estados árabes no. Los Acuerdos de Abraham, bendecidos tácitamente por Arabia Saudí, han demostrado que, al margen de Estados forajidos como Irán y sus aliados islamistas, los mundos árabe y musulmán comprenden que los palestinos no tienen intención de asumir la clase de compromisos que posibilitaría una solución de dos Estados. Es más, su cultura política está tan inextricablemente unida a su centenaria guerra contra los judíos que semejante flexibilidad parece imposible.

No es que los demás árabes y los musulmanes se hayan convertido súbitamente en sionistas o enamorado de Israel, aunque a medida que la normalización siga su curso socavará un antisemitismo endémico en la región. Los Estados árabes están amenazados tanto por un Irán enriquecido y empoderado por el acuerdo nuclear pergeñado por la Administración Obama como por el terrorismo islamista. Así que ven en Israel un aliado que refuerza sus defensas –y un valioso socio comercial en la única economía desarrollada de la región–. Pero los palestinos siguen confiando en que sigan siendo rehenes de su veto a la normalización con Israel. La dirigencia palestina no sale de su asombro porque, mientras permanece ligada a una mentalidad que ve en Israel un Estado ilegítimo que eventualmente será erradicado del mapa, otros árabes y musulmanes asumen que tal cosa no va a suceder. Los palestinos pueden empeñarse en no hacer la paz, pero los Estados árabes no van a seguir sacrificando sus propios intereses a la nostalgia.

Hay progresistas que dicen que el empuje de los Estados árabes persuadirá a los palestinos para que cambien de onda. Pero si hay algo que hemos aprendido del equipo diplomático de Trump es que la estrategia de fuera adentro para que los Estados árabes usen su influjo financiero y convenzan a los palestinos para que negocien era otro mito. De hecho, los Acuerdos de Abraham son la prueba de que tampoco se lo creen ya los árabes.

Aunque los Estados que están normalizando relaciones con Israel siguen haciendo declaraciones de cara a la galería en pro de la causa palestina, la idea de que ansían la creación de un Estado palestino quizá sea también un  mito. Lo último que quieren los Gobiernos árabes es otro Estado débil e inestable vulnerable a los extremistas islamistas. Eso sería una amenaza tanto para ellos como para Israel.

Todos estos factores compelen a los palestinos a que reflexionen sobre en qué se han equivocado, pero no hay signos de que vayan a hacerlo. Todo lo que se escucha desde Ramala y Gaza es más de lo mismo, invectivas para tachar de traidores a los árabes y de viles a los israelíes y a los americanos, no lamentos por las ocasiones perdidas.

Los palestinos podrían reaccionar racionalmente a los acontecimientos recientes recalculando sus expectativas, estrategias y tácticas. Si siguen negándose a ello, se irán aislando cada vez más, así que cualquier desarrollo distinto al mantenimiento del statu quo será aún más indeseable para ellos.

 

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