En el largo, penoso y enrevesado proceso de divorcio entre el Reino Unido y la Unión Europea siempre que se cierra un acuerdo se abre casi automáticamente un nuevo proceso, ya sea complementario, de aplicación, seguimiento o verificación. El acuerdo de Nochebuena no es una excepción. Aunque formalmente, una vez ratificado por el Parlamento británico y por la Eurocámara, se pondrá fin al periodo de transición abierto tras el pacto de ruptura de hace diez meses, empieza ahora otra fase más complicada y menos comprensible para los ciudadanos de ambas partes. Por no mencionar el enorme campo de actividades, relaciones y ámbitos de cooperación que no regula este último deal (1).
El primer ministro Johnson, fiel a su estilo exuberante, se apresuró a vender el acuerdo como la culminación de todas las aspiraciones del Brexit desde sus inicios: “hemos recuperado el control sobre nuestras leyes y nuestro destino”. Lo que supone, según él, “certidumbre a empresas, viajantes e inversores”). Los hechos no avalan su pretendido entusiasmo.
En contraste, casi todos los líderes continentales, aunque valoran el avance en la relación bilateral futura, han sido más cautos. Ursula von der Leyen, la presidenta de la Comisión, calificó lo conseguido de manera prudente (“bueno”, “justo” y “equilibrado”) y su antigua jefa, la canciller Merkel, se expresó en sus habitualmente comedidos términos (“confío en que sea un buen resultado”). Este ha sido el tono predominante de los demás. Sólo el presidente francés se permitió, también conforme a su costumbre, una valoración más triunfalista (“la unidad y la firmeza europea han rendido fruto”). El análisis frío de las 1246 páginas del acuerdo con sus anexos exige una evaluación ponderada, en la que coinciden casi todos los medios más rigurosos (2).
Cesiones mutuas
Para los británicos, pueden ser considerados como satisfactorias las garantías iniciales sobre la eliminación de tarifas y cuotas en las relaciones comerciales, aunque esta era una aspiración de ambas partes. Londres ha conseguido que la UE no pueda aplicar una represalia unilateral, en caso de que los británicos rebajen sus normativas laborales, medio ambientales o fiscales, para que sus productos sean más competitivos. Al poner la eventual disputa en manos de comités especializados y paritarios, se evita una eventual respuesta automática y contundente de los europeos (3).
Esto, naturalmente, abre la puerta a largas y tediosas discusiones, un arbitraje neutral en caso de desacuerdo y un sinfín de dificultades burocráticas y operativas. Al cabo, la ley británica no será tan autosuficiente como pretende Johnson ya que, para no afrontar posibles penalizaciones, las regulaciones británicas no podrán apartarse de las europeas. El despegue británico de la “órbita reguladora” europea estará muy condicionado.
El mayor golpe para los intereses británicos es la ausencia del sector servicios, a pesar de que representa el 80% de la economía nacional; en particular, los financieros son el principal rubro exportador. El propio Johnson admitió que el deal “no nos ofrece tanto como nos hubiera gustado” (4). En realidad, deja a consideración de los reguladores europeos las consideraciones sobre la armonización. Las firmas de la City tendrán que abrir filiales en la UE. Pero los productos británicos disponen de gran capacidad de maniobra y sus promotores confían en mantener su posición ventajosa. En esta materia, Gran Bretaña tiene un superávit de 24 mil millones de euros con la UE, mientras en el resto del comercio de bienes y mercancías el Reino Unido arrastra un déficit de 130 mil millones (5).
Londres también ha cedido en la pesca. Aunque el sector apenas supone un 1% de los intercambios bilaterales de bienes y servicios, en las últimas semanas de negociación se había convertido en uno de los mayores obstáculos para el acuerdo. Al final, los europeos se desprenderán del 25% de las cuotas de captura de que disfrutan ahora, y no el 60% como exigían los británicos, y además durante un periodo de cinco año y medio. A partir de entonces, las cuotas se negociarán anualmente. Boris Johnson ha presentado esto a su manera: “por primera vez desde 1973, somos una nación marítima independiente”.
Una fase de desconcierto
El proceso de aplicación del acuerdo se antoja complicadísimo, según anticipan los responsables operativos de las empresas comerciales y de logística. La plantilla de aduaneros y veterinarios en los puertos de entrada se las verán y desearán para abordar los controles de obligado cumplimiento a partir del primero de año. Los tapones y retrasos son inevitables. Esa será la imagen pública del Brexit efectivo. Porque, como ha dicho Michel Barnier, jefe de los negociadores europeos, “los cambios son innegables y se notarán”.
Y, desde luego, lo apreciarán en su vida cotidiana los cuatro millones de europeos que viven en Gran Bretaña y los británicos residentes en el continente. Se anuncia un periodo de angustias e incertidumbre. Para obtener un trabajo en el Reino Unido, un ciudadano europeo necesitará visado y garantía de empleo remunerado con no menos de 30.000 euros anuales. Es decir, se protege la inmigración de altos vuelos y a las personas más cualificadas. Se acabará el Erasmus en Gran Bretaña, para lamento de Barnier, quien ha recordado que el programa de intercambio universitario funciona en Suiza, Turquía o Serbia, países externos a la UE. Aunque se anuncian nuevos proyectos de cooperación en la materia, difícilmente serán mejores.
Los procesos de regularización de los inmigrantes europeos ya residentes, pero sin todos los papeles preceptivos serán más estrictos y restrictivos, y lo mismo cabe decir de los británicos en Europa. Incluso viajar de turista en cualquiera de los dos sentidos se hará más enjundioso e incierto (permiso de conducir internacional, cobertura médica, etc.). Nada que no fuera fácil de anticipar. No hay divorcio sin daños personales, ya se sabe.
Ruido en la ratificación
La ratificación saldrá adelante, aunque se escuchen recriminaciones y críticas. En la sesión de voto en Westminster emergerán los brexiteers radicales, siempre insatisfechos, y manifestarán sus quejas por las concesiones que el amigo Boris quiere minimizar o ignorar. El líder laborista anunció que los suyos aceptarán el acuerdo, aunque no les guste. Hay decenas de voces discordantes, pero Keith Starmer ha dicho que el partido debe dejar el asunto atrás, si acaso plantear cambios menores, y concentrarse en el refuerzo de la economía y del sistema público de salud (6). El rebrote del virus (con virulencia récord en el Reino Unido) y las expectativas de las vacunas dominarán el debate público.
El acuerdo entrará en vigor el 1 de enero, con carácter provisional hasta que se pronuncie el Parlamento europeo. Habrá críticas, pero se espera un voto favorable. No se descarta que algún Estado pueda someter la cuestión a su parlamento nacional.
En definitiva, con el acuerdo de Nochebuena los brexiteers templados se sentirán más felices, aunque, como nación, serán cuatro o cinco puntos menos ricos durante un tiempo, según los economistas. Sarna con gusto… Y seguirá habiendo niebla política y sonando ruido (y, ocasionalmente, quizás furia) en el Canal de la Mancha.
Notas:
(1) “UK-UE Trade and Cooperation agreement. Summary”. PRIME MINISTER OFFICE. London, 24 de diciembre.
(2) “The end is where we start now. The post-Brexit trade agreement leavez many questions unanswered”. THE ECONOMIST, 27 de diciembre.
(3) “From tariffs to visas: here’s what’s in the Brexit deal”. LISA O’CARROLL y DANIEL BOFFEY. THE GUARDIAN, 24 de diciembre; “Retour de douanes et baisse des quotas de pêche européens: ce qui contient l’accord postBrexit”. ERIC ALBERT. LE MONDE, 24 de diciembre.
(4) “From Bruges to Brexit, this is the end of the 30 years struggle”. Exclusive interview with Boris Johnson. HARRY YORKE. SUNDAY TELEGRAPH, 27 de diciembre.
(5) “Brexit deal done, Britain now scrambles to show how it will work”. BENJAMIN MUELLER. THE NEW YORK TIMES, 25 de diciembre.
(6) “Labour will not seek major changes to UK’s relationship with EU (exclusive interview). THE GUARDIAN, 30 de diciembre.