Los otrora poderosos movimientos de izquierda de la India se enfrentan al desafío más grave de su historia en la medida que el partido ultranacionalista de Narendra Modi consolida su control del poder. Esta crisis exige un replanteamiento total de la teoría y la estrategia de los socialistas indios.
El Partido Bharatiya Janata (BJP) de la India, firmemente arraigado en el poder, continua su venganza contra sus enemigos, en particular, los musulmanes indios y el movimiento de izquierda del país. Destacadas figuras de la izquierda india han sido arrestadas bajo la represiva Ley de Prevención de Actividades Ilícitas (UAPA) y acusados de ser “naxalitas urbanos”. Las leyes de ciudadanía tienen como objetivo a los musulmanes, despojándolos de su estatus legal como ciudadanos.
Ha habido grandes manifestaciones contra estas leyes discriminatorias de musulmanes y activistas estudiantiles. El gobierno de Narendra Modi utilizó el toque de queda pandémico como excusa para reprimir esas protestas, y posteriormente las autoridades arrestaron a algunos de los organizadores, acusándolos de haber instigado los disturbios en Delhi de febrero pasado. Pero, ¿qué han hecho los partidos de izquierda de la India?
La izquierda india está en un punto muerto, probablemente el peor momento de su historia. La izquierda parlamentaria mayoritaria, representada por el Partido Comunista de la India y el Partido Comunista de la India (marxista), no tienen una estrategia de la lucha anticapitalista y están perdiendo su base electoral. Las organizaciones maoístas están confinadas en los bosques del centro de la India, aisladas por su sectarismo político.
Achin Vanaik intenta analizar esta peligrosa coyuntura política en su nuevo libro Nationalist Dangers, Secular Failings: A Compass for an Indian Left. Es una continuación de su trabajo anterior The Rise of Hindu Authoritarianism: Secular Claims, Communal Realities (2017). Nationalist Dangers, Secular Failings es una colección de artículos publicados anteriormente, vinculados temáticamente por dos temas: el autoritarismo hindú-nacionalista y el desafío de construir una alternativa de izquierda al mismo.
Teorías del nacionalismo
Vanaik está de acuerdo con la celebrada definición de Benedict Anderson de la nación como una “comunidad imaginada”. Es un estado de ánimo y, como tal, las naciones pueden formarse o desaparecer. Un sentido de identidad y conciencia nacional es de vital importancia, basado en una serie de factores.
No se trata de una lista de condiciones de las características que definen a una nación, como buscaba hacer la conceptualización excesivamente rígida y altamente influyente de Stalin. En palabras de Vanaik: “Una nación surge cuando un número significativo de personas se ven a sí mismas como integrantes de ella y buscan el control político sobre un espacio territorial”.
El libro comienza con un resumen teórico de puntos de vista diferentes, a veces opuestos, de lo que constituye una nación. Existe una visión tradicionalista esencialista, generalmente asociada con el nacionalismo de derecha. Ve a la nación como una entidad que ha existido desde tiempos inmemoriales, o al menos desde la historia antigua. Los esencialistas creen que la nación posee un carácter innato encarnado en una mítica edad de oro.
Esta edad de oro podría haber sido interrumpida por una influencia extranjera, por lo que es necesario restaurar el carácter de la nación a través de su renacimiento. Esta visión invoca una cultura común compartida por toda la población, que puede ser real o ficticia, generalmente esto último, ya que un territorio determinado tiende a contener varias culturas distintas.
Por otro lado, están las teorías modernas del nacionalismo, que vinculan el fenómeno de los estados-nación al surgimiento de la política de masas y la soberanía popular. Mientras que los tradicionalistas dan a la cultura una importancia central en su comprensión de la nación, los modernistas ven la política como clave para la construcción de comunidades nacionales.
Vanaik señala que la escuela de pensamiento modernista incluye a neoweberianos y marxistas. Estos últimos asocian el nacionalismo con el surgimiento del capitalismo, que crea las condiciones para la conciencia nacional a través de la imprenta y su comercialización capitalista y la estandarización de los idiomas, junto con políticas estatales como la educación y los ejércitos nacionales. Un problema de esta visión del nacionalismo como fenómeno moderno es la dificultad que tiene para explicar la presencia del nacionalismo en las sociedades precapitalistas o de las luchas anticoloniales en las sociedades agrarias y tribales.
En las luchas anticoloniales, vemos cómo se construye un nacionalismo tradicional-esencialista, como fue el caso de la India, para contrarrestar la superioridad ideológica impuesta a la nación colonizada por sus colonizadores. Los intelectuales de países como la India diseñaron ingeniosamente símbolos e historias comunes para proporcionar la munición cultural con la que luchar contra el poder colonial.
Este proceso puede ser reaccionario o progresista, dependiendo del carácter de la clase intelectual comprometida en este proyecto de construcción de una contracultura. En el caso indio, esa clase estaba compuesta predominantemente por hombres hindúes de casta superior.
Las dos versiones aparentemente opuestas del nacionalismo cultural en la India tienen un origen compartido en el mito de la singularidad cultural hindú, inventado por la intelectualidad nacionalista hindú durante la lucha contra el dominio colonial británico. Los dos partidos principales que han dominado sucesivamente la política india desde la independencia representan en líneas generales las dos versiones de este mito.
Primero, está la idea de la India como una “cultura compleja” inclusiva, caracterizada por la “unidad en la diversidad”, del Congreso Nacional Indio (INC). El sector liberal de izquierda de la intelectualidad india también tiende a seguir esta primera variante. En segundo lugar, está la visión del nacionalismo como el legado de la “religión y cultura hindú” a la que se adhiere el BJP.
Dos hegemonías
Vanaik describe el período posterior al fin del dominio colonial, caracterizado por dos fases de hegemonía política. Durante la primera fase, desde la independencia, el Congreso ha sido el partido dominante. Su ideal hegemónico era el de un estado desarrollista, de bienestar (pero capitalista).
A fines de la década de 1960, había comenzado a abrirse una gran brecha entre las reivindicaciones de la clase política de fomentar el desarrollo y el bienestar social, por un lado, y la realidad de sus fracasos sociales y económicos, por el otro. La pobreza endémica, las deficiencias de los proyectos de educación y salud pública y el colapso de la reforma agraria erosionaron la confianza popular en el estado dirigido por el Congreso.
Durante el interregno que siguió, comenzaron a surgir fuerzas políticas regionales, junto con clases capitalistas de base rural. Frente a este vacío ideológico, el Congreso se replegó en su latente hinduismo “suave”.
Al mismo tiempo, una fuerza electoral de extrema derecha, el BJP, ocupó la escena política india, basando su atractivo en tres temas: 1) la construcción del templo Ram Mandir en el sitio de la mezquita Babri Masjid, supuestamente ubicada en el lugar de nacimiento del dios Rama, 2) la retirada de la autonomía del estado de Cachemira, de mayoría musulmana, y 3) la promulgación de un código civil universal, destinado a victimizar a las minorías cristianas y musulmanas.
El BJP se consolidó como la mayor potencia electoral y dio paso al segundo período hegemónico. A medida que el capitalismo neoliberal se arraigaba en India y la intervención estatal en la economía retrocedía, el apoyo popular al Congreso declinó drásticamente. La versión del nacionalismo del BJP sirvió como un pegamento social de todas las clases, proporcionando a la economía capitalista de la India un sistema político estable.
De todos los movimientos de extrema derecha del mundo, el Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS) y sus organizaciones afiliadas, vagamente conocidas como Sangh Parivar, constituyen la fuerza mejor organizada. Tiene un carácter estrictamente jerárquico, con órdenes que fluyen verticalmente de arriba hacia abajo. En su historia organizativa, que ahora tiene casi un siglo, no ha experimentado ninguna división importante.
El RSS tiene alrededor de tres docenas de organizaciones afiliadas, la red más grande de escuelas privadas de la India y más de ochocientas ONG que trabajan en las áreas de ayuda en casos de desastre, atención médica y desarrollo. A nivel de base, el movimiento tiene cincuenta y ocho mil sucursales locales. Durante los últimos siete años de gobierno del BJP, el Sangh Parivar ha logrado infiltrar las instituciones democráticas que antes se consideraban las salvaguardias de la democracia india, a saber, la Comisión Electoral y la Corte Suprema.
Una izquierda desbordada
La respuesta de la izquierda india dominante ha sido descorazonadora. En lugar de rechazar categóricamente los avances de Hindutva y sus proyectos, las fuerzas de izquierda se han mostrado ambiguas sobre la reciente intervención de la autonomía de Cachemira y la sentencia de la Corte Suprema que permitió la construcción de Ram Mandir en el sitio de la histórica mezquita. De manera oportunista, la izquierda no se atreve a oponerse enérgicamente a un sentimiento nacionalista hindú que ha echado raíces profundas en la opinión popular.
La izquierda parlamentaria de India se adhiere teóricamente a la definición de nacionalismo de Stalin y cree que la India es de hecho una nación. Según esta perspectiva, Cachemira, como parte de India, no tiene derecho a la autodeterminación, aunque los parlamentarios comunistas apoyan una autonomía limitada de Cachemira con los términos del acuerdo de adhesión de 1947 negociado con su entonces gobernante, Maharaja Hari Singh. Sin embargo, el reciente silencio de estos partidos en Cachemira demuestra su temor a perder parte de su apoyo electoral.
Por otro lado, las diversas facciones maoístas, evocando la misma tradición estalinista, sostienen que la India es una “unión de naciones” y apoyan firmemente el derecho a la autodeterminación de Cachemira y varios otros territorios que reconocen como “nacionalidades” en el norte y este de India.
Los maoístas han apoyado firmemente la autodeterminación de Cachemira durante cinco décadas. Sin embargo, su posición no está exenta de problemas: la rígida definición estalinista de una comunidad nacional los ha llevado a reconocer la demanda fundamentalista sij de un “Khalistán” como una cuestión nacional pendiente.
“Khalistan” es el nombre de un estado-nación separado basado en los principios del sijismo en el estado de Punjab, donde el 58 por ciento de la población es sij. Los maoístas asumen que, dado que la sociedad punjabí cumple con todos los requisitos estalinistas como nación, la reivindicación de Khalistán es una expresión del deseo de esa nación de autodeterminarse y, por lo tanto, debe ser apoyada. Sin embargo, la idea de Khalistan choca con la conciencia popular del propio Punjab.
La izquierda necesita construir una alternativa a las dos versiones dominantes del nacionalismo, la del Congreso y la del BJP. Esta alternativa deberá ser laica y democrática – democrática en el sentido de que la nación no debe imponerse al pueblo; este debe tener la opción de aceptarlo o rechazarlo.
Una nación inclusiva
Para Vanaik, la afirmación de que los estados-nación están perdiendo su importancia porque el capital ha asumido un carácter global no se sostiene. Defiende que la separación de lo político y de lo económico que se manifiesta a nivel del estado-nación es fundamental para el capitalismo. Si bien puede ser correcto argumentar que la lucha contra el capital debe ser internacional, cuando las fuerzas de extrema derecha dominan el escenario nacional, es esencial desafiarlas a ese nivel con una forma alternativa de nacionalismo que sea abierta e inclusiva.
El grito de guerra “Defiende la Constitución” de los liberales de India y de algunos sectores de la izquierda es inadecuado. La extrema derecha ya ha dado grandes pasos en la implementación de su proyecto, trabajando dentro de los límites de la Constitución india. Además, esa Constitución, como documento liberal burgués, difícilmente puede ayudar a la lucha por una sociedad poscapitalista.
Vanaik sostiene que la amplia hegemonía de Hindutva, que se basa en sólidas bases organizativas, permanecerá durante mucho tiempo. Las fuerzas de oposición son débiles y fragmentadas. La izquierda mayoritaria se ha convertido en un movimiento principalmente electoral, que busca ganar las elecciones como un objetivo en sí mismo, en lugar de utilizarlas como una herramienta para movilizar a los trabajadores. Sus afiliados sindicales hacen convocatorias de huelgas generales, pero según Vanaik han “perdido la capacidad de relacionarse con las luchas de la clase trabajadora”.
Los éxitos electorales de la izquierda india en estados como Bengala Occidental y Kerala se han producido cada vez más a expensas de las luchas de clases. En 2007, el PCI-Maoísta lideró una lucha de los adivasis (intocables) en la ciudad de Nandigram contra un proyecto del gobierno del Frente de Izquierda dirigido por los comunistas para establecer zonas económicas especiales en Bengala Occidental. Los enfrentamientos y asesinatos policiales en Nandigram ayudaron a precipitar la caída del gobierno del Frente de Izquierda después de más de tres décadas de gobierno.
Los dirigentes de Bengala Occidental del Frente de Izquierdas concibieron la tarea de atraer a las corporaciones multinacionales a su estado como necesarias para fomentar la industrialización capitalista, que consideraban una etapa insoslayable en el camino hacia el socialismo. Acabaron siendo unos “neoliberales de izquierda”. Lejos de promover el socialismo, la reestructuración tras la privatización de la fuerza laboral en sectores que antes eran de propiedad estatal ha acabado con la influencia de los sindicatos comunistas.
En Kerala, los comunistas se alternan regularmente en el poder con el Congreso cada cinco años, y sus gobiernos tienen logros significativos en su haber, y han salvado a los sectores de salud y educación de los estragos de la privatización. Pero su objetivo es claramente administrar y (con suerte) domesticar al capitalismo, en lugar de erosionar su poder, incluso si, como señala Vanaik, su declive electoral no ha sido tan importante como en otras regiones, porque el desafío de competir con el Congreso “ha obligado al partido a comportarse periódicamente como una oposición militante a favor del pueblo”.
Por otro lado, en India existe un movimiento maoísta extraparlamentario. El análisis maoísta de la sociedad india como semifeudal y semicolonial apuntala su estrategia de guerra popular prolongada. En teoría, esto significaría rodear paulatinamente las zonas urbanas del país con una lucha armada en el campo.
Sin embargo, durante la última década, en lugar de rodear las ciudades, los maoístas se han encontrado sitiados por las fuerzas armadas en pequeños puntos del centro de la India. Es probable que las bien equipadas fuerzas del estado indio ganen más terreno con el tiempo. Cómo observa acertadamente el autor, la política del maoísmo indio constituye un callejón sin salida.
Vías al poder
Vanaik sostiene que la única opción real para la lucha contra el neoliberalismo hindutva es un proyecto a largo plazo para construir una nueva izquierda india. El último capítulo del libro de Vanaik aborda un debate que se ha desarrollado en los últimos años en torno a diferentes estrategias para tomar el poder, inspirado en el surgimiento de fuerzas de izquierda en Europa y Estados Unidos. Como tal, va más allá en su relevancia que el contexto indio.
Distingue entre dos amplias teorías de la transformación socialista y cómo debe relacionarse con las instituciones políticas existentes (parlamentos, presidencias, etc.). La primera, que Vanaik llama la “tesis de la puerta de entrada”, ve a esas instituciones como un canal para la transformación socialista, permitiendo que un partido socialista forme un gobierno e impulse reformas hasta que el equilibrio de poder cambie a favor de la clase trabajadora. El propio Vanaik defiende la “tesis del bastión”, según la cual los movimientos socialistas deben seguir una estrategia diferente hacia el poder, en conflicto con las viejas instituciones de gobierno.
En un momento de grave crisis surgirá la oportunidad de tomar el poder estatal y transformar el carácter de clase del estado. Esto implicará un período de poder dual, cuando el poder estatal burgués existente se enfrenta el desafío de estructuras paralelas bajo control popular directo. Este es un modelo que se remonta a los soviets rusos de 1917 en Rusia, la revolución abortada en áreas controladas por los republicanos durante la Guerra Civil española y otros episodios similares.
Vanaik concluye sin decir mucho sobre el futuro de la izquierda india en particular. No es muy optimista sobre las formaciones de izquierda existentes: “La única opción realista es la creación de una nueva fuerza de izquierda mucho más radical a través de un proceso que durante mucho tiempo será de acumulación molecular, pero también a través de escisiones y fusiones entre fuerzas de izquierda existentes”. Mantiene la esperanza de que “dramáticos conflictos populares” permitan que este nuevo movimiento de izquierda “logre un crecimiento mucho más rápido”. Pero es imposible prever esos conflictos y su desarrollo de antemano.
Populismo de izquierda al estilo indio
Hay algunas peculiaridades de la política y la sociedad indias que deben tenerse en cuenta si queremos formular una estrategia de izquierda viable para el país. En primer lugar, India es un país donde más de la mitad de la población todavía depende de la agricultura, a pesar de la proletarización acelerada de las últimas dos décadas.
La mayoría de estas personas, en terminología marxista, son pequeños productores de mercancías, que no se enfrentan a su explotador a diario, como lo hacen los miembros de la clase trabajadora. No pueden luchar por salarios más altos o mejores condiciones de su empleador. Se aferran a pequeñas parcelas de tierra en ausencia de mejores oportunidades de empleo, produciendo suficiente grano para satisfacer sus necesidades básicas de sustento.
En segundo lugar, el 52 por ciento de la fuerza laboral total de la India trabaja por cuenta propia. Junto a los agricultores que ya hemos mencionado, que representan el 60 por ciento de los autónomos, están los vendedores ambulantes, los pequeños comerciantes, etc. Solo el 4 por ciento de estas personas emplea a otro trabajador asalariado. Los empleados formales representan solo una cuarta parte de la fuerza laboral de la India. El éxodo masivo de personas pobres de las ciudades de la India a sus regiones de origen durante el confinamiento provocado por la pandemia ha puesto de manifiesto la precariedad de sus vidas laborales.
Si bien la democracia india bajo el actual régimen de Hindutva está perdiendo rápidamente cualquier aspecto liberal, el sistema electoral del país se ha mantenido bastante resistente desde la independencia del país y aún podría servir para desafiar a las fuerzas de extrema derecha. Para la mayoría de los trabajadores de la India que trabajan por cuenta propia, las demandas populistas de izquierda dirigidas hacia el estado tienen un atractivo más tangible que la lucha de clases en el punto de producción. Las protestas de los agricultores están cobrando fuerza en torno al alivio de la deuda, la compra de sus cosechas por el gobierno a precios fijos y la creación de empleo.
La izquierda india necesita idear un plan coherente en la línea del Green New Deal o Medicare para todos en los Estados Unidos para acumular apoyo popular. Algo que el movimiento de izquierda del país puede empezar a hacer aquí y ahora para comenzar reconstruirse y sacar a la política india de su actual estancamiento.
Amol Singh – Activista y sociólogo marxista indio, residente en Punjab – Sin Permiso