Después de siete años negociando, la Unión Europea y China han firmado esta semana su acuerdo de inversiones. No ha habido apretones de manos ni foto tradicional de familia. Como mandan los tiempos, la imagen para la posteridad es la de una videoconferencia a cinco: el presidente chino, Xi Jinping; el francés, Emmanuel Macron; la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen; el del Consejo, Charles Michel, y la canciller Angela Merkel. Alemania consiguió coserlo todo in extremis un día antes de terminar su presidencia rotatoria en el Consejo. No se celebró siquiera una rueda de prensa, a pesar de que hay mucho que explicar.
Las partes lo han vendido como un gran éxito. China, a través del diario oficial Global Times: “China y la UE le hacen al mundo un regalo conjunto de fin de año”. La Comisión Europea, en un comunicado: “Se han obtenido resultados manteniéndose firmes en los intereses y valores de la UE”. El comercio conjunto supone unos 500.000 millones de euros al año, pero las reglas del juego no son las mismas para los dos. Este acuerdo tan esperado debería servir para que los europeos en China no se encuentren, como desde hace décadas, con sectores blindados, barreras burocráticas, plazos imposibles y prácticas discriminatorias. Pekín se compromete, por ejemplo, a ser más transparente con los subsidios que le da a sus empresas y con la transferencia tecnológica. A cambio, consolida el acceso a un mercado de 450 millones de consumidores y se abren puertas en los sectores manufacturero y de energías renovables.
Los escépticos insisten en esperar y ver: hay demasiadas vaguedades en el texto; lo que vale para una multinacional no necesariamente le sirve a una compañía pequeña y hasta que una norma se implementa a nivel local pueden pasar muchas cosas. El pacto empezó a negociarse en 2013. Ha llovido tanto desde entonces que la UE tiene un socio menos, el Reino Unido. En los últimos meses, Bruselas ha dejado de ir de puntillas y ya habla de China como su rival sistémico. Ha condenado la violencia en Hong Kong y la represión en Xinjiang, dos temas de seguridad nacional para Pekín. Pero más allá de las declaraciones, a China se le ha exigido poco. En derechos laborales, que siga esforzándose por cumplir con la Organización Mundial del Trabajo. En derechos humanos, parece que seguirá la dinámica del tira y afloja: China seguirá obrando como quiere, Bruselas se lo afeará en público.
En Washington ha sentado mal este movimiento a pocas semanas de que Biden tome posesión: ¿Bruselas apoyando al mayor rival de EE UU en lugar de relanzar las relaciones transatlánticas? ¿Acaso no podían haber consultado? El tiempo dirá si ha sido una torpeza o una maniobra inteligente. A la UE, que nunca ha sido la más rápida, solo le queda ser astuta.
@anafuentesf