Durante la celebración de fin de año, las redes sociales estallaron en millones de mensajes. La palabra más usada en todos los idiomas de la tierra ha sido “esperanza”. Fue un clamor mundial.
Esperanza de que acabe la pandemia y llegue la vacuna para poder vivir en normalidad y volver a sentir la cercanía y el calor humano del otro. Y si esa esperanza de un año mejor ha sido universal, nadie tiene el derecho de robárnosla.
En Brasil, sobre todo, la esperanza ha estado amenazada por el negativismo y por las burlas del presidente con el dolor ajeno. Bolsonaro ríe a puertas cerradas mientras la gente ve burlados hasta a sus muertos.
Se han burlado del dolor de los más necesitados que sufrieron doblemente la pandemia, en la que ellos fueron los más vulnerables y los que más sufrieron los efectos económicos, cargados como ya estaban de olvido por parte del poder.
Brasil ha deseado, de punta a punta en su vasto territorio, que en este nuevo año se imponga la esperanza por sobre el abandono crónico de los ciudadanos. Es posible que ese clamor no haya sido escuchado por el poder político y económico, sordo y mudo ante los anhelos más profundos de los brasileños que no han renunciado a su derecho de vivir felices y respetados.
Si algo de nuevo podría llegar este 2021 es que los poderes favorezcan la convivencia amorosa entre los diferentes y la justicia social, para que ningún brasileño sufra necesidad y todos se sientan seguros y defendidos en vez de ser dejados al margen del camino. Miles de brasileños han sido tratados de “cobardes” por tratar de defenderse contra la pandemia. No, los brasileños no son cobardes ni sumisos. Pueden aún sufrir de racismo, pero ¿qué ha hecho el poder para combatirlo? Si acaso lo ha agravado.
Este año duro de la pandemia que ha llevado forzosamente al distanciamiento, los brasileños han sido ejemplares en buscar un refugio en la cultura, en el arte y hasta en la sátira. Miles de músicos y artistas han luchado contra el dolor de la separación. El Brasil grosero y violento, capaz de burlarse de las leyes y hasta de la educación, es minoría. La mayoría es un pueblo que lucha solo para que sus derechos sean respetados.
La mayoría es gente con sentimientos nobles y con ganas de vivir en paz. Por ello, si algo debemos desear en este 2021 es que sepamos luchar para que los poderes que tienen sobre nosotros el derecho de vida o de muerte, salgan de escena, que se vayan con su carga de negatividad y desprecio por la vida.
Que todos nosotros, con las fuerzas aún sanas de la política y de la justicia, digamos basta al poder que se siente dueño de nuestros sentimientos. Que sea un año de esperanza y también de resistencia contra la barbarie, contra el poder sin empatía frente al dolor que ha sometido al país.
Luchemos juntos para que los bárbaros desaparezcan y se vayan solos a disfrutar con sus armas y su desprecio por el dolor ajeno. Que se vayan a disfrutar solos con su maleta de sadismo.
El viejo eslogan de los revolucionarios gritaba que “el pueblo unido jamás será vencido”. Hoy vivimos en Brasil una situación de tiranía que se burla de la felicidad ajena. Por ello las fuerzas más sanas del país deben estar unidas contra la barbarie que nos aqueja. El Brasil que estos días ha escrito y pronunciado millones de veces la palabra esperanza debe seguir unido contra los sepultureros de nuestras ilusiones.
Que todos los que defienden y reivindican sus derechos a una vida más digna se unan y griten en las redes, en las calles y en las plazas que no permitirán que sigan burlándose de su derecho a la felicidad.
Digamos “no” con fuerza y unidos contra quienes parecen disfrutar con el dolor ajeno. Que, juntos, los brasileños con sus riquezas culturales y espirituales no permitan más que les roben esa palabra mágica, esperanza. Brasil puede porque por sus venas corre la sangre y la riqueza de tantos pueblos y de tantas culturas que reivindican la vida y jamás la muerte.