Berna González Harbour: Mal negocio: Israel se vacuna, los palestinos no

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Cuidado con sacar pecho. Lo hizo el Gobierno británico cuando proclamó que su vacunación pionera demostraba que tenía los mejores científicos del mundo, omitiendo el detalle de que la inyección era de coproducción de Pfizer (EEUU) y BioNTech (Alemania) y fabricación belga. Cierto que Oxford ha creado una de las primeras, pero todo eso está hoy sepultado por una réplica del tsunami que puede ser aún más extenuante y grave que las dos primeras. Y nadie quiere ver de nuevo el espectáculo de países con grandes científicos y pobrísimos hospitales, como EEUU y Reino Unido, otra vez no.

Y saca pecho también el Gobierno israelí cuando está proclamando la vacunación más rápida del mundo, en palabras de Benjamin Netanyahu, y los palestinos ni están, ni se les espera. El milagro israelí ha consistido en inmunizar por el momento a un millón de personas, el 12% de su población, a un ritmo de 150.000 al día. Explican las autoridades sus crecientes puntos de vacunación, la aportación del Ejército, la preparación tecnológica del país y bla bla bla y una se pregunta: ¿Y qué ocurre con los palestinos? ¿Es posible inmunizar a una población si otra con tan fuertes imbricaciones –por llamarlo de una manera- se queda sin vacunar? ¿Acaso los muros y verjas que han serpenteado ese territorio sufriente sirven también para contener el virus cuando miles de trabajadores palestinos los cruzan cada día para cumplir su jornada en Israel?

No constan vacunas en los territorios ocupados de Cisjordania ni Gaza salvo las que llegan para los colonos israelíes, según nos cuenta The Guardian. La Autoridad Palestina no las ha solicitado a Israel y negocia con el organismo internacional creado para los países pobres que espera que las primeras dosis lleguen en febrero. Algunos activistas y expertos legales han señalado a Israel como responsable de esa vacunación, cuenta The New York Times.

De momento, el Gobierno israelí afirma estar esforzándose para que se vacune la población árabe de Israel, que parece más renuente, y la judía ultraortodoxa, que antes del coronavirus ya había visto revivir enfermedades por su rechazo a los avances de la ciencia. Y no descarta ayudar, aunque la prioridad es su población.

Ya sabemos que el virus no entiende de fronteras, de ideologías, ni de etnias, ni de religiones. Pero la vacuna, ya lo vemos, parece que sí.

 

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