Jair Bolsonaro ha empezado 2021 con una especie de espectáculo de macho. A bordo de una lancha, se acercó a una playa donde cientos de bañistas se amontonaban, se lanzó al mar y nadó hasta la multitud. Atravesó la masa de gente como si le ungieran, ovacionado por gritos de “¡mito!, ¡mito!”. La escena horrorizó al mundo en trances pandémicos. Pero, si las elecciones se celebraran hoy, el presidente brasileño tendría probabilidades de ganarlas. Bolsonaro no trabaja con electores, sino con seguidores que votan. Produce imágenes para ellos. Su actuación para propagar la covid-19 y destruir la Amazonia lo ha convertido en un paria para el mundo. Sin embargo, para quienes lo llaman “mito”, ha establecido una asociación muy efectiva: solo los débiles mueren de covid-19. Débiles como, por ejemplo, los homosexuales, las mujeres y los negros. Para los “machos”, es solo una “gripecita”.
Recientemente declaró que quienes quieran vacunarse deberían firmar un documento de autorresponsabilidad por los efectos secundarios: “Si alguien se convierte en supermán, si a alguna mujer le sale barba o si algún hombre empieza a hablar con voz fina, ellos [los laboratorios] no tienen nada que ver”. La asociación con la cuestión de género es calculada. Bolsonaro ya ha declarado que no se vacunará. Es el macho que nada para abrazar al pueblo cuando el número de muertos se acerca a los 200.000 en Brasil y el Gobierno no tiene ningún plan de inmunización fiable.
Hay quien cree que, con el fin de la renta de emergencia que recibieron millones de personas, la popularidad de Bolsonaro caerá. Es probable. Pero solo en parte. Muchos lo eligieron para garantizar otro salario: el psicológico. En 1935, W. E. B. Du Bois creó esta expresión para explicar la función del racismo, que le da al blanco puteado la sensación de superioridad porque alguien, el negro, está en una situación peor que la suya.
La persistencia de Bolsonaro, Trump y otros puede explicarse con este concepto ampliado a las mujeres y los homosexuales. Para que el salario psicológico tenga efecto, hay que seguir subyugando a otro, sobre todo en un momento en el que los subyugados habituales protestan como nunca. También por eso Bolsonaro atacó a Dilma Rousseff hace unos días. Al dudar públicamente de que la expresidenta sufriera torturas durante la dictadura, la torturó una vez más. Bolsonaro calcula y crea noticias para mantener el valor de compraventa del salario psicológico.
Al igual que Estados Unidos tendrá que lidiar con lo que Trump representa mucho más allá de la Administración de Biden, la enfermedad mental de la sociedad brasileña aún podría dar un segundo mandato a Bolsonaro. Las subjetividades no son efectos secundarios. Al contrario: mueven el mundo.