Si en verdad queremos que el 2021 sea el año del inicio de la reconstrucción del país, uno de los principales propósitos para el año nuevo debería ser aprender a escuchar, para así poder dialogar. Escuchar es algo mucho más importante que oír, pues la escucha es la clave fundamental de las relaciones humanas.
Escuchar antes de juzgar, descalificar, negar. Escuchar viene del latín: auscultare, término que se lo ha apropiado la medicina, y denota atención y concentración para comprender y poder ayudar. Escuchar las palabras y los gestos, los silencios, los dolores y rabias, el hambre, los gritos de la inseguridad y el miedo. Escuchar lo que se dice y lo que se calla y cómo se dice y por qué se calla. Escuchar también las acciones, la vida, que con frecuencia niegan lo que se proclama en los discursos. Muchos deshacen con su vida lo que pretenden construir con sus palabras: “El ruido de lo que eres y haces me impide escuchar lo que me dices”.
Escuchar para comprender y así poder dialogar. El diálogo exige respeto al otro, humildad para reconocer que uno no es el dueño de la verdad. El que cree que posee la verdad no escucha ni dialoga, sino que la impone, pero una verdad impuesta es siempre falsa. ¿Cómo seguir aferrados a una supuesta verdad que no comparte la inmensa mayoría del pueblo venezolano que ha perdido la fe en la política y los políticos? El diálogo supone duda, búsqueda, disposición a cambiar, a “dejarse tocar” por la palabra del otro. En palabras del poeta Antonio Machado: “Tu verdad, no; la verdad. Deja la tuya y ven conmigo a buscarla”. El diálogo verdadero implica voluntad de quererse entender y comprender, disposición a encontrar alternativas positivas para todos, opción radical por la sinceridad, respeto inquebrantable a la verdad, que detesta la mentira. Por ello, el diálogo en Venezuela debe tener como objetivo esencial recuperar la política y ligarla a la ética. Política que combata la corrupción, el clientelismo, los abusos de poder y se oriente a la búsqueda del bien común, a la solución de los gravísimos problemas como el hambre y la falta de los servicios esenciales. Por ello, el diálogo debe orientarse a buscar una salida democrática mediante elecciones libres, justas y transparentes.
Para escuchar a los otros debemos comenzar por escucharnos a nosotros mismos. Escucharnos para ver qué hay detrás de nuestras palabras, de nuestros prejuicios, de nuestro comportamiento y vida; para intentar ir al corazón de nuestra verdad, pues con frecuencia, repetimos frases huecas y falsas, somos esclavos de la soberbia, el odio y la mentira.
Para escucharnos, necesitamos del silencio. El silencio es la última palabra, la mejor palabra, del encuentro. Sólo el que es capaz de sumergirse en el silencio podrá escuchar en realidad las voces y los silencios de los otros
La voz del silencio se hace imprescindible en un mundo tan lleno de palabras falsas, ofensivas y desesperanzadoras. Silencio para avanzar hacia un diálogo cada vez más rico y humanizador. El silencio crea hombres y mujeres para la escucha y la comunicación. La persona silenciosa, que sabe escucharse y escuchar, crece hacia adentro, se adentra en lo profundo y es capaz de cultivar palabras que animan, que siembran confianza, que tumban prejuicios y barreras, que construyen puentes y soluciones. Para ello, en Venezuela necesitamos, especialmente los políticos, una cura de silencio.
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