Leandro Area Pereira: El Rey Peste

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Obliga mi atención y escritura la discusión sostenida, interrumpida y votada con urgencia y angustia en el Senado de dicho país, sobre la proclamación definitiva de Joe Biden u otro si así fuera, como nuevo presidente y los que eran previsibles, por preparados y alentados eventos desde las altas cumbres del poder, “We love you”, ocurridos alrededor y dentro del Capitolio de ese país hermano, pariente próximo que necesita apoyo cuando urge más que nunca en las malas, y ante los cuales no se tomaron las medidas preventivas adecuadas. Golpe culposo, allá dicen.
Les guste o no me siento con derecho y con deber a bautizar mi columna de hoy con el título de un cuento de Edgar Allan Poe considerado por algunos como el verdadero fundador de la literatura en las tierras de Walt Withman. Y lo hago cual ciudadano globalizado al fin y a mis edades, desde este metal y trópico paraje de la tierra que habito, selva que nos traga, frente a aquellos que por las malas y apoyados, se dieron a la tarea de asaltar, como si de botín pirata se tratara, el Capitolio de los Estados Unidos de América.

Visto esto y antes de proseguir debo puntualizar que no soy experto en la materia sobre la cual escribo, ni asumo el falso papel de connaisseur del sistema político estadounidense, ni de su idioma, ni de su historia, gustos y costumbres, gestos particulares de su gente, a pesar de ser fanático de John Coltrane y Mickey Mantle, por ejemplo.

Y confieso también haberme pasado horas y horas, aún al día de hoy, como si de asunto propio se tratara, que lo es, por los canales de televisión, no para entender lo que decían, ambición imposible, audio apagado pues más bien, sino para averiguar absorto en las imágenes y mirar atónito lo insólito de lo impensable desde la República bananera que somos y que habito y en cuyo continente del cual soy contenido y padezco ocurren esas mismas patadas y peor, vistas y vividas hasta la saciedad, en cada dos por tres, y vuelta a ver sí nuevamente. Como si de desconocido se tratara y sin visado, nunca ajeno, me sorprendo curioso ante lo propio tan en distante relativo.

Antes ya dije que me dediqué a leer imágenes, eso sí, siguiendo las huellas deletreadas por Paul Virilio (1932-2018) cuando más o menos afirmaba en uno de sus libros que el bloque de imágenes que tenemos por delante es esta enorme nebulosa filosófica que se levanta delante de nosotros, más allá de su imperio narrativo, administrativo mediático, inmediatico y mediatizado, corresponde a profundas estructuras y emociones sociales en movimiento y contradicción que hace falta tragar y digerir para entender al fin si acaso.

Y aparte, óigase bien, porque de filosofía se trata, debemos apreciar lo que ocurre en el sentido de comprender eso que llaman realidad como razón de ser del pensamiento sobre lo que sucede y nos pasa por arriba, por debajo y por dentro en estas horas procelosas de nuestro tiempo histórico y vital. Porque es del Tiempo de lo que hablamos. De nuestro Tiempo secuestrado, por otros por supuesto. ¿De esto se tratará la vida? Sobrevivir sería si te pones a ver un atenuante insuficiente por cobarde. Oponerse y luchar es lo que toca. Encontrar las esquivas y justas palabras para alumbrar.

Y aparte las imágenes a las que hacemos referencia tienen un argumento simbólico estridente y fidedigno que me traslada de trancazo crucial a Francisco de Goya cuando casi sordo o del todo, qué tendrá que ver este detalle con Beethoven, en aquellos sus “Caprichos” y “Desastres”, desvestía sin pudor frente a nuestros ojos, los rasgos más profundos y preocupantes del humano que somos.

Y lo que él entendió, y coincide con lo que ocurre ahora, es que la caja de Pandora fue abierta con toda la intención por el Rey Peste en su ansiedad insatisfecha y exacerbada en la derrota por no poder todavía más, y que artero quiere imponer su pandemia malcriada de celos aparatosos y egocéntricos, como si no fuera suficiente con los males y pestes que cargamos encima.

Para cierre de película muda recordemos en paralelo a este asalto al Capitolio norte americano de estos días, no precisamente el 27 de febrero de 1989 fecha casual de El Caracazo en Venezuela, sino el lunes aquel 27 F de 1933 cuando Hitler ordenó la quema del Reichstag, el Parlamento alemán, para imponer su ley. Todos más o menos lo mismo, los personajes y las fechas son baratijas de muestra, colección y memoria. Lo sustantivo es el mal que amontonan.

Cómo andarán de alegres algunos por el mundo los que miran en vivo y en directo el paisaje de la realidad que se ofrece con el asalto a la civilidad representada en el congreso de la República de los Estados Unidos de América, cuerpo legislativo legítimamente constituido por voto popular. Así se regocijarán y frotarán sus manos los mismos imagino cuando el ataque a las Torres Gemelas, aunque ahora el terrorismo, afirman, es doméstico.

Y aparte del exceso de presente otra vez y casi de fastidio por repetido, se requiere necesariamente, obligatoriamente y con ahínco, de la lectura fiel de lo ocurrido sin pasarnos por alto el descontento, con imaginación constructiva y convicción política, mientras el mar se encrespa y ojalá se serene.

Aunque no lo aparente, contra las cuerdas como está, puede ser un momento protagónico, crucial para la Democracia y de las democracias, aunque la cámara y el camarógrafo capten tan solo la sombra y el desmadre del totalitarismo que se cierne sobre la humanidad si no lo detenemos.

 

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