Mientras los eventos políticos en los Estados Unidos toman cada vez más caminos inéditos y sorprendentes, ahora que el asalto contra el Capitolio nos indica que —ya sea por la vía tumultuosa o la institucional— queda mucha ruta por recorrer, nos impresionan las revelaciones que nos va dejando la derrota de Donald Trump en nuestro propio patio.
Ya han transcurrido dos meses y medio desde el día de la elección y dos desde que los colegios electorales certificaron el triunfo de Biden por 74 votos de ventaja y, todavía, es grande la masa de compatriotas venezolanos renuentes a admitir que ese fue el resultado auténtico del proceso comicial norteño.
Uno se atreve a decir, de manera empírica, que los votantes de Trump allá y sus parciales acá han recorrido una ruta en paralelo y depositaron ciegamente su confianza en varios eventos que sucedieron a la fecha electoral y en los cuales, supuestamente, quedaría claramente comprobado que la victoria fue de Trump.
Las expectativas estuvieron puestas, inicialmente, en los conteos de aquellos estados donde la votación fue más cerrada. Luego, en los reconteos exigidos por el Presidente; seguidamente, en las decenas de demandas que Trump introdujo por todo el territorio nacional y en un posterior reclamo ante la Corte Suprema.
Fallidos esos intentos, la expectativa fue construida alrededor de una vuelta de tortilla en la reunión de los colegios electorales, no obstante la clara ventaja obtenida por Biden y, finalmente, en una no certificación del triunfo demócrata por el mismísimo Congreso estadounidense, embestido durante su sesión para ese cometido por una masa profundamente convencida de que fue robada y traicionada.
La censura a Trump en Twitter y otras redes sociales, según nuestra personal experiencia, vino a ratificar la lealtad con la que el público criollo sigue al saliente presidente norteamericano.
Si usted se maneja en algunas de las redes sociales seguramente ha sido bombardeado por los mensajes para producir una migración masiva desde Twitter, WhatsApp o Facebook, instrumentos comunicacionales supuestamente al servicio de los enemigos de Trump y en consonancia con el establecimiento de un tiránico “nuevo orden mundial” que se estaría gestando.
Que Trump haya aumentado en siete millones sus votos desde su anterior elección y que mantenga un arrastre popular capaz de dividir al Partido Republicano ha recibido múltiples interpretaciones. Al analizar la polarización que está implícita en esa realidad el filósofo Michael Sandel, en un reciente libro descarga parte de la responsabilidad en los demócratas y el impulso que le han dado a lo que denomina “la tiranía del mérito”, que operaría en contra de muchos votantes de la clase obrera.
“Los demócratas insisten en que la educación universitaria es el medio para el ascenso social. Pero eso deja fuera a más de la mitad de la población. La noción de que uno tiene su destino en sus manos es inspiradora, pero puede ser muy dañina para aquellos que no logran conseguirlo. Es algo que Trump supo percibir”, dijo en una reciente entrevista.
La explicación tal vez sea una de las valederas para aquellos predios, pero entre nosotros obviamente hay que buscar razones distintas a esa persistente fidelidad a Trump. Y no bastaría señalar las grandes expectativas que él, con apoyo interno, creó entre los venezolanos del desalojo rápido y violento de la cúpula que ha destruido a Venezuela, opción que ya había sido descartada y ahora lo es definitivamente con su derrota.
Lo menos comprensible es por qué, muerta esa ilusión, buena parte del público venezolano de Trump no se deslinda de sus atrabiliarios procederes, ya bastante prolongados en el tiempo, y que afortunadamente no han logrado resquebrajar las instituciones norteamericanas.
Quienes hemos presenciado cómo la utilización de los mismos recursos populistas, demagógicos, la mentira descarada, las manifestaciones autoritarias y contrarias a la ley hasta llegar a los extremos de la violencia desmontaron la democracia en Venezuela deberíamos olfatear a leguas los riesgos y amenazas que representa un liderazgo como el de Trump.
Por el contrario, se han tomado como ciertos y válidos los más cuestionables productos comunicacionales de sus campañas, que aquí circularon profusamente, antes y después de las elecciones, y quizás como en ninguna otra parte fuera de los EEUU. Un elemento que aporta luces, pero no las suficientes. Todo un drama.
Gregorio Salazar es Periodista. Exsecretario general del SNTP – @goyosalazar