Es hora de que los que creemos en Venezuela y estamos comprometidos en lograr el bienestar de todos, asumamos nuestras responsabilidades ciudadanas. No podemos seguir por el camino de la rivalidad y el enfrentamiento. Necesitamos acercarnos al sufrimiento de las personas con una actitud de respeto y compromiso y recuperar la confianza en nosotros y en la política. Cada palabra odiosa que se pronuncia, cada mentira que se dice, cada violencia que se comete, cada actitud que impide o retrasa las soluciones, nos empuja hacia una situación cada vez más inhumana.
Pasan los días y los numerosos problemas, en vez de resolverse, se agravan más. En Venezuela, a las mayorías les resulta cada día más cuesta arriba sobrevivir, mientras unos pocos exhiben sin vergüenza sus nuevas fortunas y viven de espaldas al dolor de la gente. Ningún servicio público funciona, los sueldos y bonos no alcanzan para nada, enfermarse supone una tragedia, los apagones y la falta de agua hacen que resulte muy difícil sobrevivir y enfrentar la pandemia que sigue provocando sufrimiento y muertes. Surtirse de gasolina es una tragedia con colas interminables, mientras al lado florece la mordida y la corrupción.
Es la hora del diálogo y la negociación para encontrar una salida. De pocas palabras se ha abusado tanto como de la palabra diálogo. Su uso interesado ha vaciado a la palabra de significado y la ha convertido en un término ambiguo y problemático. Por ello, los llamados al diálogo resultan sospechosos y no logran credibilidad. Sin embargo, no nos queda otro camino pues todos los demás han fracasado rotundamente.
La primera condición para un diálogo sincero es aceptar los gravísimos problemas que vivimos y mostrar verdadera disposición a resolverlos. ¿Cómo es posible que Maduro afirmara en su Memoria y Cuenta que el índice de pobreza en Venezuela es de 17 % y el de pobreza extrema de 4%, cuando según la investigación de Encovi la pobreza es de 93% y la pobreza extrema alcanza el 79,2%? ¿Acaso ignora el Presiente que el salario mínimo ronda el dólar al mes? Si la situación no es tan grave ¿por qué millones de personas se han ido o piensan irse?
Llamar al diálogo sin aceptar la realidad y sin asumir las propias responsabilidades, pensando que es el otro el que debe ceder y no yo, para ganar tiempo y continuar con los mismos discursos y políticas, demuestra soberbia e insensibilidad. Cerrarse a un verdadero diálogo, adoptar posturas intransigentes o sectarias que impiden avanzar en la construcción de una solución democrática y electoral, constituye un delito. No se trata, de señalar culpables y eludir responsabilidades. Ni de creer que mi propuesta es la única válida. Se trata de hacer nuestro el dolor de las mayorías y abocarse a remediarlo, lo que va a exigir abandonar prejuicios, acciones y propuestas que han resultado ineficaces. ¡No es posible esperar más! No son tiempos para revanchas, intolerancias, venganzas o personalismos. Todos sabemos, incluido el Gobierno, que la situación es insostenible y que la solución debe ser construida entre todos. En el diálogo y negociación deben estar presentes todas las fuerzas: los maduristas, los chavistas y exchavistas, los opositores, los partidos, las organizaciones económicas y sociales, las iglesias, y como árbitros, las fuerzas democráticas internacionales que vienen repitiendo que apoyan salidas democráticas y electorales.
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