Jorge F. Hernández: Libre verso amarillo

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Ha vuelto la poesía. Si acaso parecía ausente, en un mundo que parecía enfangarse en la generalización de la mentira y la constante simulación, ha vuelto en la poesía en los callados milagros de quienes sortean al virus impalpable que nos amenaza y en los murmullos de ciertos paisajes de hielo o bien en el libre verso amarillo que recita una poeta al pie del Capitolio de la capital de los Estados Unidos de Norteamérica. Amanda Gorman levitó envuelta en un abrigo amarillo y superando un impedimento que al parecer le afecta el habla, recitó el invisible ritmo de un íntimo rap y rima al azar, métrica millenial de una serenidad asombrosa que contagió no sólo esperanza, sino felicidad. Ni más ni menos.

Enredados en la marisma de la abreviaturas en las redes o de la jerigonza leguleya, encharcados en la baba burocrática y ese nefasto espionaje de tantos chismes, las sílabas que hilaba Amanda Gorman fueron desanudando necedades y abriendo telones: la niña de 22 años que desciende de esclavos negros se planta en pleno palacio blanco mármol para honrar no sólo la llegada de un amanecer, sino la despedida de las tinieblas y al hacerlo sintonizó con el juramento por la verdad del hombre que ahora sustituye al gran Mentiroso del Mundo y sincronizó con la primera mujer, afro-indo-americana en llegar al poder ejecutivo de ese inmenso país que no merece quedar en la memoria como el anfiteatro de los freaks o la cornamenta de la ira o la oprobiosa presencia de quien mancilló todas las palabras. Nada mejor que responder con la palabra en libre verso amarillo y signar en serena melodía la voz plural de quien reconoce el triunfo de la derrota, la dignidad de los caídos, la esperanza incólume de quienes han sido criminalizados por migrar o los niños en jaulas contra le petulancia desbocada de la insurrección por odio e ira.

Amanda Gorman tiene por delante toda la vida para mantener en vilo las limpias alas de las palabras que entreteje con sentir. Tiene abierta la ventana ecuménica y políglota de la California que habita y una sonrisa que le cabe a toda la geografía que llegó a cubrir con el poema emergente que seguía escribiendo hace apenas dos semanas, al mismo tiempo en que la amnesia e ignorancia de la intolerancia asonaba los mismos escalones donde ella leía la promesa de su generación.

En esta era en que vuelve a llenarse la boca vacía de las buenas intenciones, la intención hueca de darle voz a los jóvenes, Amanda Gorman ya la tomó al vuelo. La doctora Jill Biden la vio recitar un poema en la Biblioteca Pública de Nueva York, la de los leones incólumes, enfundada en un vestido amarillo que se volvió el abrigo con el que ya se enmarcó una nueva administración de posibilidades y enmiendas. Libre verso amarillo de la poeta más joven en la historia de aquel país en ser invitada a recitar en la toma de posesión y el país o el planeta de pronto recuerda y reconoce que habiendo hibernado cuatro años en la imbecilidad funcional o financiera, el mundo respira mejor con hombres y mujeres de acción que tienen libros en su haber y en su mente, con versos para soñar y no las tántricas consignas memorizadas de la masa hipnotizada. El mundo debe seguir en la contención amorosa de su mejor versión con la sinfonía inmarcesible de la poesía, la música intemporal que aún no se plasma en partitura y todas las tramas de todas las novelas que se van escribiendo con la honesta tinta de quien se sobrepone a cualesquier impedimento, intimidación o nerviosismo para decirle las cosas por su nombre.

 

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